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"Dicen un dia haber sido felices"

Quizás en medio de toda esa búsqueda interminable, se le había olvidado mirar en un último lugar: su propia casa. Entonces, cuando se había dado por vencida, algo la llevó a aquel cuarto en el que estuvo los últimos dos meses, antes de que la búsqueda empezara.

Cuando abrió la puerta, sintió su olor. Ese perfume amaderado que solía usar siempre, de noche o de día, no importaba cuando. Lo inhaló, como queriendo dejarlo grabado en sus fosas para siempre. Para no perderlo nunca más. Entró como recorriendo cada rincón que él había recorrido, buscando en las sombras de la habitación un rastro cualesquiera.

Al fin halló un cofre que no había visto antes. Como si lo hubiesen colocado adrede. Se acercó para ver que había dentro, pero lo que halló, la dejaba confundida. Eran cartas, con diferentes fechas. Perfumadas: era un olor fastidioso, a fresas con canela.

Aún con aquella repulsión, se dispuso a leer cada una de las mismas. Al finalizar, quedó perpleja. Era la confesión que buscaba. Cada una era una respuesta a las noches que no estuvo, a los regalos que no llegaron. Todo cobraba sentido.

Nunca desapareció. Esa noche, todo estaba planeado… llevaba meses pensado hacerlo. Ella no era motivo suficiente para detenerlo. La rutina entre los dos había matado todo. Eran como esas otras parejas que daba lástima en los restaurantes, en el cine, en cada lugar. Tomados de la mano como quien se quiere sin medida, pero queriendo huir lejos el uno del otro.

En este caso, el pudo huir lejos de ella. En busca de lo que en aquella casa, hacía dos meses -los mismos que llevaba durmiendo en aquel cuarto, en uno distinto al de ella- no encontraba. Nada quedaba de su amor. Ella entendió con pena, que en el fondo, solo lo buscaba para eso. Para conocer sus razones… más que para saber de su bienestar.

Él sabia de su romance con el que decía ser su amigo de años atrás, que la invitaba a cine, a cenas para dos. Ella sabía que él había quedado sin trabajo, que había renunciado sin razón. Él sabía que ella había conocido a aquel hombre en un sitio web de citas, que había dicho ser viuda. Ambos jugaban a ser un matrimonio.

Al final, ella, se levantó de la cama, extrañando su compañía ausente. Saber que estaba en ese cuarto aunque no hablaran mucho. Sentarse a comer juntos, para luego discutir por cualquier cosa. Extrañaba la rutina. Extrañaba vivir en su farsa. Entonces, recordó el final de una de las cartas, de la última, que decía en letra grande subrayada:

- Si aún te preguntas ¿Qué somos? La respuesta, es más obvia de lo que crees… ahora, somos unos EX… ex mentiroso… ex esposos… ex amigos… ex conocidos… ex farsantes… ex… pero sobre todo… ex prisioneros… porque ahora, somos libres!!!



por: julio cesar




Un mortero masacro la hoja seca resquebrajada. Las hojas aromáticas del laurel que habíamos conseguido en una espuerta de especias, era la cura para aliviar tu ausencia.
El polvillo masacrado cayó sobre una rila diáfana con dejo de chocolate que se envolvió sobre el macizo de hojas trituradas. La lumbre se acerco a la boquilla descubierta del porro improvisado y consumió con presteza la rila y la hierva. Mis labios, secos por la ausencia de los tuyos, aspiraron el humo acre tantas veces pensó necesarias para palpar la carnosa piel de tus labios, pero el humo que entro a mis pulmones cual sorbo de aguardiente, salió por mis fauces sin si quiera dejar en mi cuerpo razones para no extrañarte. La ilusión se diluyo en la última humareda que escupió mi boca, mi cuerpo se quedo habido de ti esperando que en un trance onírico tus zarpas dejaran arada mi espalda como recuerdo de tu presencia, mis labios secos y amargos escupieron el dejo falaz alucinógeno del laurel y ansiosos quedaron a la espera de verte en una luna nueva engarzada a su cuerpo por el resto de sus noches.

Ricardo Contreras García




A MAGDA


No imaginas cuantas noches te he pensado… ni como he imaginado el momento de mi regreso. He soñado tanto contigo… no sabes cuánto… pero en estos días ha sido más frecuente ese sueño, en donde tu subes a una barca y partes lejos de mí, me dejas atrás, me dejas…


Es extraño el sueño, sobre todo, porque siento un dolor profundo y punzante… prefiero no pensar en eso. ¿Cómo estarás?: me pregunto. Y vuelvo a mis labores diarias, sé que soy inocente y tú también lo sabes.

Imagino que has intentado escribirme, pero no has tenido dinero suficiente para pagar el envío. Yo entiendo, tranquila… además, ya pronto podre regresar. ¿Terminaste ya, aquel suéter que tejías para mí? Estoy un poco más delgado, pero aun así, lo usare.

Magda, ya debo despedirme… no me permiten escribirte más. Después de esta carta, durare algún tiempo sin mandarte razones, es que la cosa esta dura, y no he podido conseguir tanto dinero como antes. Y parece que en algunos días, me trasladaran a otro patio. Cuidate, mi querida enamorada… porque yo, no hago más que imaginarte, tan hermosa como siempre.

SAUL.



- Es otra carta de Saúl –
- Así es – dice Magda.
- Y cuando le piensas decir la verdad.- dice Adriana, mientras recoge sus cabellos con una moña blanca.
- No hay nada que decir…
- Sabes que si… dile a Saúl, que nunca le has escrito, que nunca le quisiste… que su partida fue un alivio para ti…
- No hay nada que decir… porque hace dos noches, que el murió… ya me encargue de eso… - agregó mientras reía – que irónica la vida, llego primero el aviso de su muerte que su última carta… por lo visto, la muerte nos gana más de una carrera…

Camino hacia un escritorio, abrió la gaveta derecha y hecho la carta, dentro había más de esas. Todas con el mismo sello, con la misma letra y llenas de polvo. La cerró sin siquiera mirar, sonrió tontamente y camino lejos de allí.



por: julio cesar






Era vísperas de nuevo año, se avecinada entonces el dos mil treinta, era tecnológica del mundo, con sus esperpentos robóticos y su masa social cada ves mas inmóvil.
El mundo, permeado por la globalización, producto del desarrollo abrupto de la tecnología, dejo que sus recovemos y buhardillas mas ignoradas fuesen ahora victimas del abuso de las maquinas.
Incluso en china, país que se acogió al calendario gregoriano, ha determinado que este año en su rada todo tendrá el nombre de Hacker, uno de esos robots que ahora reemplaza a los dragones y demonios carnavalescos de prácticas milenarias.     
En algún lugar de ese mundo, ahora homogéneo, cuyo sitio especifico no vale la pena nombrar, Alberto, dueño del ultimo gimnasio del universo, limpiaba nostálgico su magullado banco de pectorales: lo limpiaba por hacer algo; por no morir quieto, pues hacia ya un año que no se asomaba un alma por aquel sitio muerto.   
El brillo nostálgico en sus ojos solo se apago cuando una figura se pozo en la puerta obstruyendo el paso del sol que ya se ocultaba para ceder su turno a la noche.
El hombre delgado que intervino en las nostalgias de Alberto, camino pausado y dubitativo mientras observaba con cuidado todos los rincones del gimnasio.
-          Ya voy a cerrar!! - Decía Alberto no muy convencido.
-          Déjeme hacer la rutina de pecho, le prometo no demorarme – respondió la intrigante figura que no perdía detalle.
Alberto no dudo en convencerse pues la vida, en esos momentos trágicos de mundo, era algo que lo conmovía desmesuradamente.
-          Que le trae por acá buen hombre - Preguntaba Alberto para romper el hielo.
-          Me trae recuerdos; no es la primera vez que vengo – respondía aun dubitativo el hombre extraño - He venido desde que tengo doce años, mis amigos acostumbraban venir después de la escuela y hacían sus rutinas acompañadas de charlas detectivescas que buscaba siempre el brazo hinchado de anabólicos de algún mentiroso o le inventaban sidas a quienes dejaban de cargar pesas y luego se veían lánguidos por las calles; o mejor aun, no hubo bochinche del barrio que no caminara por este pasillo ancho. Ja ja ja…
-          ¿Y que paso con tus amigos? – Volvió a preguntar Alberto ahora mas intrigado que nunca.
-          Bueno… ¿viste como se desaparecieron los mayas? Ja ja ja ja… así mismo fue, un día dejaron de entrenarse, cada vez fuimos menos, hasta que no quedo una sola de las almas alegres que copo este salón.
Desde el norte llego esa tromba tecnológica y luego nadie salía de sus casas por andar distraídos con tanto aparato.
Ahora solo el wisky hace mover sus brazos biónicos; brazos que ahora se exhiben con orgullo protegidos por telas tatuadas de tecnología Dry-fit.
-          Si, yo también extraño aquellas épocas en las que este negocio aun me alcanzaba para vivir. También he extrañado a mis amigos.
Habiendo terminado Alberto, el desconocido se acostó sobre la delgada cama para pecho y alzo tembloroso veinte libras sobre su pectoral. El hombre sintiendo su vergüenza dejo caer la pesa sobre su sitio y se dispuso a explicar.
-           ¿Ves aquel rincón?- Preguntaba el visitante señalando una esquina del lugar.
-          Si claro!! – asentía Alberto.
-          Pues veras… ahí me reunía con mis amigos del cole… éramos 5, como los fantásticos; uno murió de manera extraña, cayendo en un simulador de jumping, el segundo es ahora un esclavo de su ostentosa casa de computadoras humanoides; el tercero es un vegetal, su familia se consuela sabiendo que entre estar así y estar consiente no hay ninguna diferencia; y el cuarto es ahora el frustrado dueño de un gimnasio. El único del universo. Quien muy seguramente, como todos por acá, no recordara mi nombre, así que creo que es mejor reservarlo.
Alberto seguía desconcertado, pero ahora entendía las razones de su visitante para ir a verle, de manera que decidió seguir la corriente de sus aguas mansas.
-          es una total desgracia lo que ha ocurrido contigo. Tu pasado y tus amigos. Pero la nostalgia no viene sola, siempre viene trepada de alguna ventisca que ahueca el alma.
Pero… me has hablado de cinco  y solo he escuchado de cuatro… ¿y tu? Cuéntame de ti

-          ¿Yo? - respondía el visitante con su cabeza agachada y perdida en la tristeza- yo tengo cáncer y pensé que recordar me haría bien…
Alberto se sorprendió ante la respuesta de su visitante y lo dejo pasar para irse presuroso.  Nunca mas le volvió a ver, jamás se entero de su muerte ni exequias, mucho menos supo algo de su familia de exiguos dolientes, pues en este país ya ni los chismes de barrio se murmuran.





Una vez de tantas, en la que nos pegábamos al televisor durante 90 minutos, tan solo para ver, como fervientes seguidores, aquel suéter tricolor, que por aquel tiempo aun identificaba a una nación que entonaba a ratos canticos de “si se puede”.

Para aquella ocasión el rival de turno era el equipo venezolano, que pisaba el gramado del campin bajo la mas frívola noche bogotana; hacía algunas horas se habían bajado del avión para escuchar el alarde fanfarroneo de los periodistas que insinuaban una lluvia incesante de goles para la tricolor y una humillación acostumbrada para los ignotos hombres de Venezuela.

El estadio bramaba con el grito de la concurrencia, vanagloriándose del cartel de jugadores que presentaba la lista; El Tiempo, periódico de acogida nacional, ya había hecho lo propio, había entregado su orgullo a la misericordia del divino niño, dejo bendecido el suéter tricolor en su primera pagina de comienzo de semana.

Al cole, hombre carnavalesco y animador de sentimientos, que corre por las esquinas del estadio con su ajuar pintoresco, parecido a la pinta curiosa de un pajarraco, fue sorprendido por el comienzo inesperado del partido.

Nosotros desde nuestra casa comenzamos un parto al que nos acostumbramos en los años siguientes, nada parecía ser como se especulaba desde las cabinas de radio en los análisis previos del partido. Colombia sufría con su ego hinchado; sufría como aquella vez en londrina; como aquella otra en Italia; pero aun así Colombia, la nación, dibujaba con color esperanza sus aspiraciones mundialistas.

En el entretiempo, con la selección empatando a ceros, las cabinas manifestaban el ron de pasillos que corría a voces por las tribunas del Campin: “Si meten a pachequito, sin lugar a dudas el partido será a otro precio”. El bolillo, desesperado, entendió bien el sentimiento de su familia tribunera y decidió alistar a Pacheco para el segundo tiempo.

Pacheco se alisto y salió a hacer lo mismo que sus pares, la ilusión se alimentaba solo algunos minutos, cuando parecían encontrar, los jugadores, un futbol lirico que los caracterizo mundialmente en otras épocas mas gratas; el periodismo se desconcertaba en los fogonazos titilantes de los suyos, no encontró mejores formas de mantener el rating que animar por medio de alabanzas nostálgicas de una historia pasada, mientras desde sus cambines neceaban torpemente los escapularios que el resto del año usaban como adorno para el cuello.

Solo hasta las postrimerías del encuentro, el divino niño tuvo tiempo de encontrar con su dedo a la deslucida selección tricolor: un tiro cruzado desde la derecha que “el pitufo” De Ávila empujo con la cabeza, hiso levantar al publico de su aletargo prolongado e hiso cesar las oraciones y suplicas que se enviaban al cielo como lluvia torrencial e invertida; “El pipa”, autor del gol, corrió hasta la banderilla del córner, mientras se levantaba el suéter para dejar ver su camisilla sudorosa que llevaba un mensaje de agradecimiento a Dios, la virgen y el divino niño. Habiendo ya dejado ver su fe ferviente se persigno varias veces antes de reanudar el partido; algún tiempo después el partido había terminado con victoria tricolor.

Al rato, ya adentrados en la celebración, unos niños que jugaban, motivados por la emoción viva de la victoria, reproducían, ante cada chillido de gol, aquella celebración famosa del “Pitufo”, incluso detallaron las veces en las que se dibujo la cruz sobre su pecho y el mensaje desliñado por el sudor de su camisilla, no dudaban tampoco en hacer comentarios con respecto al diablo tapado en el bordado del suéter rojo de Cali que vestía entonces.

Al día siguiente en los diarios del país, el divino niño y sus secuaces Santísimos y trinos, volvían a tener en la embajada colombiana un principio de nacionalidad y una acogida de héroes salvadores; El cielo volvió a ser tricolor y “el pipa” para todos no era mas que el ángel portador de sus buenas nuevas.


Ricardo Contreras García



... y sin más remedio que el silencio,
fingieron que todo estaba bien...
trataron de llevar una vida calmada,
sin apuros, lejos del mundo, lejos de todo.

pero entre Dios y el Demonio...
solo esta el hombre,
y en ese estrecho espacio, no hay un rincòn
que no pueda ser visto,
y de nada valen las mascaras.

con el último beso, por decision de ambos...
se alejaron.
uno hacia la gloria y otro, al fuego eterno.
ambos infelices, ambos.

ahora juegan a los enemigos,
a ser buenos y malos.
llevan el mejor de los trajes
y sus ojos procuran no cruzarce,
juegan a no amarse.


por: julio césar



A proposito del cumpleaños de mi barrio...

 

Aquel día del 79 nada era mas importante aquel encuentro, la multitud se agolpaba alrededor de los televisores para avistar el esperado enfrentamiento por el titulo entre Pambele, el hijo de la casa chambaculera, quien defendía su titulo y Freizer “Pepermint”, el panameño, sediento de revancha y venganza.

La señora Hilda Fernández, esposa de un marinero, Rafael García, y dueña del único televisor a blanco y negro de la cuadra del Paraguay, popular barrio de Cartagena, ofrecía su casa para ser anfitriona, para el barrio, del magno evento mundial de pugilismo. Su televisor, traído en alguno de los tantos viajes de su esposo al norte de América, media de ancho, un poco más de un metro y medio, por un metro casi exacto de altura; este, a partir de su llegada, marco una etapa de integración popular del barrio.



Y Así fue como, para el comienzo del espectáculo, se improvisaron sillas en los marcos abarrotados de las ventanas, en las baldosas veteadas de la casa,  en los brazos de las sillas y en las piernas ajenas de algún desconocido; la gente, que vivía estuporosa, no articulaba palabra triunfal alguna, por aquello de las cábalas y la desilusión, eterna compañera de aquella pequeña patria.

El duelo comenzó con un cruce de golpes que iban y venían: “kid” Pambele proponía una pelea abierta y veloz, mientras que el panameño lo esperaba; la gente agolpada e incomoda no hacia cesar el silencio estuporoso. Solo el traqueteo de la campana apabullaba el nervio colectivo y hacia secar las manos húmedas de aquellos distantes concurrentes, para convertirlo en verbena y murmullos estruendosos.  

 En alguno de esos estruendosos finales de round, se alzo una voz sabedora que causo silencio, el hombre anónimo pero sapiente, decía a modo de anécdota, que había una estrecha relación entre Pambele y Freizer y  que incluso habían vivido juntos en Caracas antes de la pelea del panameño contra el “guacharaco” Viera, en una pensión de huéspedes, donde posteriormente Pambele se había quedado radicado por algún tiempo.  

Para el comienzo del cuarto asalto el silencio nuevamente se apoderaba de aquella sala estrecha, algunos personajes, desde el piso, solo apuntaban a hacer comentarios de las veces que vieron a Pambele vendiendo cigarrillos de contrabando o embolando zapatos en Chambacu.

Al final, cuando la campanilla estaba a punto de ser zarandeada, Pambele amago con la izquierda y se abalanzo con furia sobre la ceja izquierda del panameño haciéndolo desplomar sobre la lona con una herida profunda por la que comenzaba a gotear sangre; la gente se paraba gloriosa de sus asientos y se abrazaba entre sollozos y algarabías; los malos olores causados por la abundante exudación que producía el nervio no pareció importar en aquel intercambio libertino de afecto.

Luego, la alegría continuaba: Pambele se dedicaba a “trabajar” la ceja herida de su contrincante con una marcha veloz, difícil de contener.


 En el quinto asalto, dejando atrás un par de arremetidas feroces de Pambele que habían dejado por saldo otros dos aparatosos desplomes, Pambele amago nuevamente por la izquierda y salió con furor por la derecha, abalanzando su puño macizo, que no pidió permiso, para plantarse sobre la ceja castigada de su par; Freizer “Pepermint” cayo vencido y la gente que en aquellos minutos postrimeros se había acercado al televisor, se levanto con una violencia apacible y se unió e un abrazo fraterno, eran todos una masa contagiada por un fin común; eran todos una masa heterogénea pero aunada por el fervor que producía aquel deporte fértil.



Ricardo Contreras García






Buscando los pasos de una historia que parece escrita en el aire pasajero de las bahías de Cartagena y que solo aparece cuando algún desprevenido se cruza con nombres tan poco sonantes como el de Artel; el ojo silencioso de un observador interesado, camina por las calles, con olor a antaño, de Getsemaní, en las que vivió “el poeta de las negritudes”.

Getsemaní era entonces, en los tiempos de Artel, así como en la época de la colonia, un lugar de confluencia de saberes populares donde se mezclaban los diversos mestizajes de la ciudad, así como un arcón sellado que conservaba el espíritu de una Cartagena yugada y esclavizada; era además, un lugar noble de gente raizal y arraigada en su tierra de historias.

Las calles, que en su mayoría conducen a la plaza, están coloreadas por tonos pastel, algunas de estas aun guardan con recelo balcones en madera, que se sostienen con travesaños perpendiculares untados de barniz, herencia de un rico legado arquitectónico español; las fachadas no guardan espacio para el jardín pues escasamente ceden al paso obligatorio del pretil; una ventana y un portón es ahora y era antes el único espacio de la casa dedicado a fomentar las relaciones con los moradores vecinos.

Ya en la plaza los niños se escabullen entre los bolardos que la alcaldía dispuso para impedir el paso a vehículos; los jóvenes y adultos prefieren las esquinas, el humo de cigarros y el deleitante sabor de una cerveza, con mas ánimos de jolgorio que de ágoras independentistas; la plaza muy contraria a su historia majestuosa y brillante en la que sin miedos y desde su interior, notables caballeros con sangre hirviente lucharon por su pueblo y fraguaron su independencia, y donde muchos años después naciera y creciera, entre fulgurantes asambleas de saberes populares, un destacado emancipador de su raza mulata, quien además, desde ese mismo lugar, comenzaría a comprender su realidad circundante y su compromiso con los repudiados, vive hoy del ambiente festivo que contagia y adormece esta ciudad de ebrios y pobres, esclavizados por una historia mal narrada.

Unos hombres mayores que departen al calor de unos tragos interrumpen sus “mamaderas de gallo” por un momento, solo para poner su cara extrañada frente al nombre ignoto de Artel; incluso, un hombre de setenta años, que cualquiera reconocería a priori como “salsero” por su boina y sus zapatos blancos de cuero cocido y plataforma baja, dice no recordar al hombre que vivió a escasos metros de su morada; solo un joven admite haberlo oído mencionar, de forma somera, en alguna conversación de extraños que dice no recordar.

Al fondo, a pocos metros de distancia, esta la casa donde vivió el ilustre poeta de los negros, tiene en su fachada, al igual que las demás, un portón amplio inspirado en los monasterios europeos y una ventana con barrotes de madera rojos; sobre la puerta se posa una estrella de ocho picos hecha en cerámica y sobresale un árbol de laurel anciano.
En su interior; la sala, que es a su vez comedor, es espaciosa y atrayente, fue desde allí donde muy seguramente Artel percibió en las tertulias ceremoniales del medio día, la exclusión y el clamor silencioso de su raza. La ventana, también grande, no obstaculiza la mirada atenta de quien se tome el tiempo de mirar la plaza; esta es, sin duda, mas que una ventana, la puerta al mundo emancipador de Artel.
En la azotea se alcanzan a ver, no tan lejanas, las murallas que acordonan la historia conocida de nuestra ciudad y la bahía que despliega el color garzo de sus aguas traviesas, para presentarse ante el mundo como musa inspiradora de la poesía marina del poeta.
La casa ya no guarda el recuerdo de su antiguo e ilustre residente, pues, los Romero Fernández, actuales dueños de la propiedad, solo reconocen el nombre del poeta por una placa conmemorativa en homenaje a Artel que se incrusta en la fachada, mas por deber que por orgullo; ellos compraron la casa hipotecada hace alguna buena cantidad de años y desconocen la vida y obra del hombre que libró sendas batallas contra la hegemonía conservadora reinante.

Y así, entre el olvido de nuestra memoria colectiva y el recuerdo de lo superfluo, ha vivido esta tierra que, a veces, pasa por desagradecida; mientras en los medios se habla de una pandemia que solo mata a desprevenidos, el olvido que padece esta pequeña patria ha estado acabando con la nostalgia de una ciudad heroica.

Ricardo Contreras García






El desierto comenzó a secarse cuando el soberbio cielo le negó la vida, pensó que era infame ver su llanto derramado sobre el agreste suelo.


Un oasis que yacía al nororiente del desierto, en el testimonio apergaminado de perdidos pasajeros, y que en románticas noches de desierto parecía intimar con el roció de cielo; en un repentino paso de sombras no pareció ser más que el contacto de la luz difractada sobre el parpado caído y acalorado de sus victimas.   


Pero el desierto, obstinado, ordeno a su viento esculpir sin meditaciones y mucha delicadeza el surco que el riego de su agua había dejado, pues, aun vencido por la muerte juraba por su cáncer de grietas secas, haber sentido sosiego con el paso estruendoso y a veces reposado del agua de su oasis.


- El oasis- decía el suelo – era un pacto de cielo-, de manera que ensancho sus canales arados y esculpió con ayuda del viento su profundidad y su forma, esperando que volviera la sangre a sus venas de arena seca, antes de entregar las pizcas a su trágico fin.


Pero el cielo, egoísta y soberbio, solo castigó: ordeno al sol enfilar sus tentáculos de oro para que muriese ardoroso, el osado dilapidador de sus lagrimas.





Ricardo Contreras García          


" la princesa... eternamente espero el amor... y cuando creyó tenerlo... prefiero dejarlo ir..."



Eloise, la princesa de aquel castillo, tenía los ojos de luna que en la noche parecían deseosos de huir hacia el cielo vestidos de noche y estrellas. Era la única hija, la consentida de palacio. Su madre, siempre había sido amada por todos, por que poseía un corazón capaz de amar. Y su padre, era respetado por ser el rey, pero ante todo, por las leyendas que rodeaban su vida.

Ella, solía mira por su ventana a la distancia, allá en el horizonte donde pareciese que todo llegara a su fin. Y aunque por lo general no encontraba nada, no dejaba de hacerlo. Fue así, como un día, a lo lejos, apareció en un caballo blanco, la efigie de una ensoñación de juventud. Un joven príncipe que clavó sus ojos en la mirada alunada de Eloise.

Desde entonces, encontraban sus mirabas por cerca de media hora, luego, el partía montado en su caballo y a paso lento. Mientras la princesa, lo seguía con la mirada. Pero eso duró poco, el príncipe llegó a palacio y presentándose a los reyes logró poder visitar a la princesa.

Así fue, descubrieron cosas de ambos que les encantaron. Jugaron a quererse más de lo imaginado, se escribían y se extrañaban con locura. Hasta que una mañana de agosto, cuando el sol comenzaba a asomarse, la Princesa despertó con el único deseo de verse mas bella que nunca.

Esperó la llegada del príncipe, pero este jamás llegó. Quedó allí, mirando hacia el horizonte, luego bajo la mirada, y sus ojos, cual luna menguante, entristecieron. Desde aquel día, alimentaba su esperanza imaginando las conversaciones que tendrían y las sonrisas que seguramente él, lograría sacarle.

Dos años pasaron, y Eloise había logrado guardar, con una triste calma, el recuerdo de aquel joven. Más un día, una bruja azul, descubrió que Eloise, en las noches poco dormía, por que su mente viajaba en busca de respuestas. Decidió entonces, tomar un sapo que tenía cerca, y tras conjurar su hechizo, lo transformó en la imagen de aquel príncipe.

Además, conjuró la noche y los llevó al encuentro. Así, la princesa y el príncipe se reencontraron y ella, se abrazó al torso de él, sin consuelo, con un llanto que brotaba de lo más profundo de sí.

El rey anuncio el matrimonio de su hija, y este fue todo un suceso. Tres meses después, en una mañana de agosto, el príncipe llegó en su caballo blanco al palacio de la princesa. Cuando esta lo vio, quedó perpleja, pues a su lado, se suponia, estaba aquel sujeto.

El príncipe no comprendió nada, pero cuando la princesa beso al que era su esposo, este volvió a ser sapo. El príncipe, trato de pedir su perdón, pero ella, a pesar de su asombro parecía haber descubierto algo mas allá. Supo, que nunca había amado a tal príncipe, que solo lo había vuelto una idea, una imagen de su felicidad. Pero sin el, lo fue, un sapo logró apagar la tristeza que antes, aquel príncipe le había causado.

Lo botó de su palacio, para nunca mas saber de él. Decidió adoptar un niño, y desde entonces, deja que sus ojos escapen en la noche y se posen en el cielo, vestido de noche y estrellas. Para saber que ocultan los demás.

Sigue viéndose igual de bella, y cría a su hijo con gran amor y esmero. Pero, cuando siente un poco de soledad en su cama, deja pasar a su cuarto a algún buen mozo, que la haga pasar una excitante noche. Así, fue recordada por todos, como Eloise, la reina excitante, la lujuriosa, la que un día amo y luego, prefirió ser feliz.

por: Julio Cesar


Acá les presento una nueva producción audiovisual; La tercera en nuestro haber de poca experiencia.

El videoclip es un discurso gramatical de la imagen que intenta coincidir con el sentido lógico de la pieza”Chocolate” de la agrupación cartagenera, Kartacho, quienes además buscaban imprimirle al producto un sentido comercial que interpelara la identidad de su audiencia por medio de la visibilizacion de sus personajes.
Dicha grabación se llevo a cabo en dos días de arduo esfuerzo y dedicación, en varias locaciones del centro amurallado y los Morros; este esfuerzo dejo entre nuestras manos el siguiente producto:




Detrás de Cámaras:


PD: Esperamos que las condiciones lleguen a buen término para poder proseguir en la consecución de un producto finalizado que colme las expectativas.

Ricardo Contreras García




En Colombia nunca se acabo el llamado episodio de la patria boba. El terror siempre reino en la tierra de Colon. Esto sin lugar a dudas lleno de secuelas la evolución social de un país promisorio, mermo su evolución a tal punto que convirtió a sus particulares en despatriados y timoratos seres sin voz. No se podía esperar algo mejor del periodismo.


El germen del terror se evidencia en el desarrollo político del país, en las carencias democráticas y en el costo creciente de recursos humanos para la destrucción de maquinarias políticas quienes según Luis Carlos Galán no sustentan su existencia en la preponderancia de ideales sino que más bien se sustentan en la preponderancia de sí mismos como institución.


Pero, muy contrario a esto, a sabiendas de que el deber político del periodismo esta en proporcionar, de forma veraz, a los receptores los elementos necesarios para tomar decisiones y de esta manera vincular al individuo en la vida social y política de un país, el periodismo académico se ha encargado de dilucidar el camino para la construcción de un periodismo que no solo proteja la integridad del individuo sino que también vehicule la integridad de un colectivo.
Es entonces un esfuerzo académico para dejar en claro todos los elementos que vivifiquen todo lo concerniente a los aspectos morales, éticos y responsables del ejercicio periodístico.


Así pues el periodismo se ha empeñado en empezar por la siempre recurrente discusión de la objetividad, en la que siempre es válido preguntarse a sí mismo cuan posible es ser objetivo, y para dilucidar dicha duda hay que decir que la pendiente académica siempre se ha movido vacilante entre la objetividad y la subjetividad, ya que el proceso de construcción de una noticia podría considerarse objetivo por un bien llevado acceso a fuentes, pero dicho proceso resulta subjetivo luego de que las fuentes bien podrían tener una percepción cambiada de los sucesos, de tal manera que se considera imposible un sentido extremo de la objetividad, así como malograda una falta total de compromiso con la verdad, es pues el equilibrio entre ambos extremos la solución para tan discutido tema, así pues, bien podría hablarse de una objetividad relativa en la que se hablara de objetividad solo para referirse a -la honrada búsqueda de la verdad en los hechos, que imponga restricciones a dueños y directores, y que además invite a una resistencia nefasta de noticias por prejuicios o intereses particulares – Walker Lippman.


Sin embargo la objetividad relativa resulta aun sospechosa por considerarse una discusión agonal y estéril, una buena forma de evitar dicha discusión es entonces actuar de buena fe en la búsqueda de los hechos, la definición de “la buena fe” pretende, según el libro “Ética para Periodistas”, buscar elementos de autenticidad necesarios para el periodista, basados en el presupuesto ético que esta buena fe le supone, pueda ejercer de tal manera que cumpla con el propósito esencial de informar, de tal manera que la buena fe se define como – una exigencia moral hacia la objetividad, en realidad supone la obligación subjetiva de esforzarse lo más completo posible de todos los factores que concurren al hecho que se trasmite.


De esta manera la “buena fe” también tiene como objetivo delimitar la opinión y la noticia, puesto que la primera mezclada con la segunda, implican la destrucción del esfuerzo en la consecución de los factores que concurren al hecho, y por demás, perjudica la veracidad académica, de manera que la “buena fe” se inhibe de utilizar calificativos que apologicen o destruyan alguna imagen determinada por la situación.


Estos fueron entonces los aprendizajes académicos más significativos de Latinoamérica desde el génesis de la teoría hasta la era contemporánea, dicho aprendizaje se llevo a cabo con miras a la construcción de un periodismo ideal que contribuyera, a su vez, en la construcción de una colectivo pensante y activo.


Mas sin embargo la academia teórica no ha contribuido a dicho objetivo, puesto a que la teoría se ha alejado de la realidad reinante, es decir, el proceso evolutivo del periodismo término por ultimar una panguea del conocimiento abstracto que luego no se adapto a algunas realidades especificas, por ejemplo la no inclusión del factor del miedo en la estructuración de elementos periodísticos, hace parecer la teoría académica reduccionista y cuestionada.


En Colombia, por ejemplo, donde el terror alcanzo su climax a causa del narcotráfico por un lapso mayor a las dos décadas; donde, además, parecía que cada cabeza tenía un precio minúsculo y donde los más afectados fueron los periodistas, dejando un saldo nefasto que dejo a Colombia en una de las casillas mas comprometedoras internacionalmente siendo el país más inseguro para el periodismo; desconocer el factor miedo como secuela que obstruye el deber ser del periodismo es casi como desconocer el aire que respiramos.


En Colombia el terror se hiso crónico cuando nacieron los carteles, y con ellos, sus guerras, otras de tantas que el país ha soportado con sumisión. Los carteles negociaron las cabezas de la autoridad, secuestraron y acecinaron periodistas por doquier (Diana Turbay, Maruja Pachón, Luis Carlos Galán) acabaron con la voluntad general de una nación y cercenaron sus criterios de opinión, esto, sin duda dejo secuelas en una nación sin alma, el periodismo timorato no tuvo otra salida que dejar la investigación a un lado y dedicarse a hechos noticiosos que poco incidían en la realidad del país, o si bien insidia eran mostrados de manera somera y superflua, en otras palabras, el terror hiso de Colombia un país Ligth en opinión, las secuelas son notorias cuando hoy analizamos la estructura de un noticiero y descubrimos que más del 50% del contenido periodístico tiene que ver con acciones generadas por personajes que poco o nada inciden en la vida política del país, es decir, dicho en otras palabras, el 50% del noticiero es farándula.


De tal manera, queda evidenciado que no solo basta entonces con intentar ser relativamente objetivo y/o tener buena fe para optimizar los recursos del hecho noticioso, sino que además hay que vencer el miedo que aun se pasea por los recovecos de nuestra patria, recordando y recalcando por medio de la técnica académica periodística que la omisión es una ruptura a la intención de informar objetiva y verazmente.


Así pues, me parece, que el error de la teoría académica por la no inclusión del factor del miedo en su haber doctrinario y la exaltación de la buena fe como salida a la discusión de la objetividad periodística, se puede superar no solo dejando a la buena fe como responsable del buen ejercicio comunicacional, sino que también este acompañado de un compromiso social y político que no desconozca que el miedo es una falta de compromiso y una ausencia total del sentido de pertenencia, este pudo haber sido causado por un desconocimiento total de nuestras raíces y nuestro proceder cultural.


En resumen, me parece, que la buena fe como principio único que sirva como criterio para la evaluación cualitativa del periodismo solo contribuye a una individualización del oficio, por demás innecesaria, mientras que si esa buena fe se le adhiere el compromiso social y político se le confiere de inmediato al oficio un carácter grupal, en el que quede en evidencia notoria la intención general del oficio, la intención notoria de contribuir a la construcción de un país con criterios políticos y sociales, que bien pueda, servir para escribir su propio destino.

Ricardo Contreras García



" De la nada llegó el deseo de los dioses... como una fuerza que nada ni nadie podia detener... sopló fuerte el viento... haciendo la voluntad de aquellos..."

La delicada apariencia de Efraín, no iba bien con su voz tosca y un tanto misteriosa. Sus casi dos metros, le producían muchas incomodidades. Todo estaba hecho para gente de menor estatura que el. Sus zapatos, eran otro martirio.

Los ojos de luisa nunca habían sido muy buenos. A su edad, tenía la vista de una mujer de 90 años. Sus lentes, enormes y con gran aumento, restaban belleza a su mirada, que era dulce y profunda. Sin sus gafas, no era capaz de dar un solo paso dentro de su casa.

Esa tarde, el viento soplaba de forma extraña. Como una fuerza especial. No lastimaba. Su toque era una caricia cristalizada en la epidermis de cualquiera. Su susurro, era la melodía del canto de seres que nadie podía ver.

Luisa, atesoraba desde sus 12 años, un pañuelo azul agua marina que le había dado un niño un tanto enfermizo para que secara su sangre. Pues, una pelota había dado justo en el blanco y su nariz, no era muy fuerte. Lo sacó de su bolsillo por un momento para limpiar sus gafas. Se detuvo en mitad de la calle que daba al parque, y más tardo en sacarlo que el viento en llevárselo enredado entre sus brazos.

Efraín, desde que tenía 14 años solía utilizar los mismos pañuelos de color azul aguamarina. Los blancos le daban la impresión de ser poco agradables y muy simples para él. Entonces, prefirió darles personalidad con aquel color.

Aquel día, cuando estaba sentado justo en la banca principal del parque, vio venir hacia él, como en una ilusión, un pañuelo parecido a los que el utilizaba. Solo que en uno de sus costados tenía una mancha café, como de sangre.

Se levantó para atraparlo. Pero el viento en uno de sus juegos, lo arrojó más abajo de lo que Efraín había previsto. Tuvo que agacharse en un movimiento brusco y se encontró frente a frente con luisa, quien cayó al suelo.

En ese momento, una pelota cayó justo en la nariz de ella, y no tardo en sangrar. Sus gafas, estaban desacomodadas. Él la ayudo a levantar, ante los ojos de los curiosos. Ella acomodó rápidamente sus enormes gafas. Efraín, tomó entre sus manos su pañuelo azul aguamarina y secó suavemente la sangre de luisa.

Ella lo vio a los ojos, vio el pañuelo y sonrió. El viento sopló por última vez. La gente dejó de curiosear. Solo quedaron ellos dos. Ella parecía una muñeca ante él. Luisa solo media poco mas de 1.60 y aunque contaba con la ayuda de sus zapatos de tacón de 15 centímetros, aun se veía un tanto indefensa.

Ya sentados en la banca, se reconocieron el uno y el otro. El recordó los lazos purpuras de luisa y ella, las medias de colores de Efraín. Luego de un silencio vago retomaron la conversación.

- Y qué te trajo hasta este parque?- preguntó Efraín.

- El viento… el me arrebato de las manos el pañuelo – repuso luisa, luego continuó - ¿y a ti?

- El viento… venia huyendo de los sucios que siempre me caen en los ojos.

- Entonces, todo es culpa del viento…

- Así parece – dijo él, entre risas.

Luisa, agacho un poco su cuerpo y recuperó de la hierba el pañuelo manchado con la sangre. Ahora, eran dos encuentros, dos pañuelos, dos personas y el viento.


por: JulioCesar




La lana con la que la ceiba bonga tapizo el arenal, cedió su paso a nuestro camino, dejando una trocha indeleble que no seso su existencia ni en el invierno de lluvias recalcitrantes. El diván deshecho, que cargo en su lomo nuestros cuerpos débiles de placer, tiene dibujado en su paño la evidencia nostálgica de nuestros mejores días.

Y ahora tu soledad. Maldita soledad que has allanado mi alma con tanta insistencia. Tu que has acabado mi voluntad, de por si, marchita. Que confabulaste en el timo de mi suerte y que sin escrúpulos robaste mi alegría. Esperas que la sicaria muerte ultime tu suplicio prolongado y que el incienso humeante ahuyente las lágrimas de mis exiguos dolientes.

Dejaras mi lapida sin arado de mona y cincel y mi cajón en un baldío terreno a las afueras de la nada, pero jamás conseguirás de mi una rendición humillante. Mi espada permanecerá en su funda y mis labios viudos con soberbia atados a la esperanza de tu ocaso; soledad.


Ricardo Contreras García




" A veces... es mejor escribirlo. Suele ser, mas facil..."

Tu voz llega poco a poco a mis oídos a través de la bocina del teléfono
Tu figura poco a poco se pierde en la lejanía de un recuerdo doloroso
El ideal de vida a tu lado, se lo han robado las lagrimas y las dudas
Me he vuelto uno más en la tierra, buscando lo que me han robado
Nunca supe cuando empezó todo…
Peor fue este final, esperaba otro, uno de esos felices
Solemos confundir la vida,
Creemos en los cuentos,
Esta conversación no es igual a las de antes
Ahora, hablamos con reserva
Como temiendo decir algo de mas… como sabiendo que hay frases prohibidas
La fría despedida, llena de silencio y cohibida
Mas que yo, eres tu quien no se perdona… o eso sueles decir
Más que dolor, es amor lo que no dejo de sentir
Al final de todo
Seré siempre el bueno, el que actuó de buena fe
Y tú, quien lastimo…
Pero en un rol o el otro, da igual… nada remedia el sentimiento
Estoy aquí, con el teléfono en la mano
Con tus últimas palabras dando vueltas en mi cabeza
Tengo muy claro lo que guardo tu silencio…
Tienes muy clara la razón de mi llamada…
Ambos esperamos algo, queremos escuchar algo…
Pero nada pasa,
Ya veremos que tiene pensado hacer la vida con nosotros.

por: julio cesar


"El Arte necesita soledad o miseria, o pasión. Es una flor de una roca, que requiere el viento áspero y el terreno duro"

Alejandro Dumas