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"Sabes que soñaré, si no estas... que me despierto contigo"  Fito y los Fitipaldis. 




Llegó hasta el cuarto de hotel que le habían indicado. Utilizó la llave que le habían entregado y cuando estuvo dentro camino dubitativamente hasta llegar al borde de la cama. Josué se despertó al percibir que alguien más estaba en el cuarto.
  •           ¿Qué haces aquí Emma? ¿Cómo entraste?
  •           Eso no importa Josué. El caso es que estoy aquí.
  •           Emma, ¿Quién eres?
  •           Soy, la mujer que deseabas. Soy, el placer al que ahora temes.
  •           Mataste a ese mesero. ¡Lo hiciste!
  •           Sí. No sabía que tú me espiabas. ¿Por qué no me has denunciado?
  •           ¿Qué sentido tendría eso? ¿Qué es lo que haces aquí Emma?
Ella se le acercó y le dio un beso. Dejó caer poco a poco los tirantes de su vestido azul, mientras él, la abrigaba en un abrazo que hacía tiempos deseaba darle. Ese instante, fue un manjar que ambos disfrutaron más de lo que imaginaban. Emma se sintió plenamente complacida. Y Josué, recordó que era feliz con las cosas simples que ella le ofrecía en contraposición a una esposa que vivía de los grandes lujos. Pero un día, sin darse cuenta, Emma se parecía a su esposa y peor.

El hombre se levantó y fue al baño, pero antes se puso el bóxer. Emma lo vio caminar hasta el baño. Josué demoró algunos minutos, cuando salió ella no estaba en la cama. Sintió que alguien estaba detrás de él y justo entonces, escuchó su voz.
  •           ¡Josué!
  •           ¡Si, amor! – dijo al girar la cabeza.
Emma, con los guantes puestos, apretó el gatillo y lo vio caer. El silenciador del arma disminuyó el sonido. ¿Amor? Se preguntaba una y otra vez mientras bajaba las escaleras y salía del lugar. Uno a uno, iba contando los motivos para haber hecho el disparo. Uno a uno, iba descubriendo nuevos motivos. Pero cuanto más caminaba, más pensaba en lo ocurrido. Sin darse cuenta, su celular llevaba varios minutos sonando, entonces, se resolvió a contestar la llamada.
  •           ¡Aló!
  •           Hola Emma. Soy yo, Melissa.
  •           ¿Melissa? ¿Qué pasa?
  •           Nada, solo quería saludarte. Saber cómo estas. No me has llamado.
  •           Melissa, no tengo tiempo. ¡Estoy a millón! – cuelga.
Llegó a la casa y en el camino hasta llegar a su cuarto dejó los zapatos y la cartera. Miraba las paredes insistentemente, hasta que los ojos le empezaban a arder. En la habitación, se echó sobre la cama y se dejó caer como un pesado costal. Cerró poco a poco los ojos, pero no lograba dormir. ¿Amor? Se preguntaba una y otra vez. En ese momento, tocaron la puerta.

Estaba esperando la llegada de esa mujer. Sentadas en la sala, se miraron como dos perros que se amenazan con los dientes.  Con ideas absurdas rondándoles la cabeza, pero con la firme intención de cumplir con sus respectivos compromisos.
  •           ¡Gracias por haber cumplido!
  •           ¡No entiendo por qué me agradece!
  •           Emma, es simple. Ahora, por fin tendré una vida como la he imaginado.
  •           Un asesino a sueldo, lo hubiese hecho igual.
  •           No. Josué no era tan tonto. Sabía que lo ibas a matar, pero te amaba demasiado como para detenerte.
  •           ¿Amarme?
La mujer sacó un cheque del bolso y se lo entregó a Emma. Luego, caminó hacia la puerta para volver la mirada al escuchar la voz de Emma.
  •          No lo hice por Ud. - le dijo. 
Luego de escuchar eso, la esposa de Josué salió. En el sillón, Emma sólo observaba el cheque. Fueron alrededor de 15 minutos los que estuvo allí, sin decir nada. Sólo así. Sentada. De un momento a otro, se levantó y empezó a empacar todo.

Cuando llegó a la dirección que tenía anotada en una hoja, tocó la puerta. Melissa al verla, se sorprendió un poco. La invitó a pasar y tomar asiento en la sala. Fue hasta la cocina, y atendió lo que estaba preparando: espaguetis con albóndigas; y regresó a la sala, para atender a Emma y darle un vaso de jugo de corozo.
  •           No tengo sed, gracias.
  •           ¿Qué haces aquí Emma?

Emma la miró incrédula.
  •           ¿Emma, qué haces aquí?
  •           Pensé que quizás querrías verme.
  •           Es cierto. Me alegra ver que estas bien.
  •           Y yo pensé que, tal vez, podría…
  •           No Emma. No puedes. No esta vez.
  •           ¡No!
  •           Tú andas a millón, y yo...voy paso a paso. No puedo esperar hasta que tú te canses de jugar con todos los que se cruzan en tu camino.
  •           ¿Jugar?
  •           Te puedes quedar en mi casa, cuanto tiempo quieras.  Pero solo como eso. Como la persona a la que no puedo negarme ayudar.
  •           No, no es necesario. ¡Yo puedo valerme por mi misma!
Antes de salir, Melissa la abrazó como queriendo quedarse con el calor de Emma pegado en el cuerpo. Emma salió sin mirar atrás, arrastrando su maleta. Volvió a la casa, empacó todo y emprendió un nuevo viaje. Cuando llegó a su nuevo destino buscó de inmediato un espejo. Reparó cada detalle de su cabello: las puntas le parecieron un poco dañadas. Entonces, tomando su bolso se fue rumbo a la peluquería más cercana.
  •          Córtelo todo- dijo.
Mientras la mujer del salón de belleza rapaba por completo a Emma, ella, iba borrando de su celular las fotos que aún tenía de Raúl. Cada vez que veía una, volvía a quedar encantada con su sonrisa. Pero de igual forma, optaba por la opción de eliminarla.

La mujer le confirmó que ya había terminado. Emma con su cabeza totalmente rapada, sonrió. ¿Amor? Se preguntó una vez más. ¡Qué importa! Se dijo a si misma. Salió a la calle, compró un vestido nuevo y una muñeca de porcelana costosa que colocaría en su sala de estar. Pensó colocarla en el suelo, pero no le pareció lo indicado. Por lo tanto, la montó en la mesa del centro de la sala. ¡Era el lugar perfecto!

Esa noche, se colocó el vestido nuevo. Se maquillo tan bien como siempre, y uso las joyas que Josué le había regalado en uno de sus aniversarios de relación. Encendió el carro y al tiempo pensó que necesitaba comprar uno nuevo. Iba por la carretera mirando las luces, como un espectáculo de hadas inventadas que danzaban para dar paso a un valle mágico. Mientras, unas pocas lágrimas recorrían su rostro. Detuvo el carro frente una discoteca. Esa noche, en definitiva, sería su noche.

Por:  JulioCesar



"Y aveces una jaula nos da la libertad".  Melendi.

Josué regresó a medio día a su casa. Estaba inquieto por la llamada de su amante. De Emma era poco lo que conocía, después de siete años de relación. Decididamente la amaba, pero la idea de aquel hombre muerto en el barranco le rondaba la cabeza. Al abrir la puerta le extrañó no ver a su mujer. Luego de entrar, escuchó voces en el estudio. Entró y las dos mujeres lo esperaban.

  •          Amor, la Srta. Emma ha venido buscándote. – le dice la esposa y sonríe- Hemos estado conversando mientras llegabas.
  •          Hola Josué. – lo saludó Emma mientras se acercaba a darle un beso en la mejilla. – tu esposa es muy amable.

La miró extasiado. Aquel vestido negro que ajustaba toda su silueta, le recordaba porque la había elegido. Y ese nuevo corte de cabello hasta la barbilla y el color café chocolate, realmente realzaba sus ojos. La miraba como quien tiene enfrente un espejismo; una idea que había concebido desde hace algún tiempo, al fin, se le hacía realidad.
  •          Amor. – le sonrió la esposa- los dejo solos para que puedan hablar tranquilos.
  •          Gracias. – le respondió.

La puerta se cerró e inmediatamente, Josué cambio su aspecto. Emma, por su parte, disfrutaba ese momento. Se sabía deseada y además, estaba llena de esa fuerza que la había empujado otras veces a hacer lo que le venía en gana.
  •           ¿Qué te has propuesto?
  •           Así que cambiaste tu número de celular.
  •           ¿Cómo sabes eso?
  •           Tu esposa me lo dijo. ¡Es muy querida! Te dije que íbamos a hablar y eso mismo estamos haciendo.
  •           No juegues conmigo.
  •          Ni tú conmigo.  ¡Yo te amo!
  •           No más, Emma. ¡No más!

Tomándola por el brazo, la llevo hasta la puerta.
  •           No vuelvas.
  •           No lo haré. Te lo juro. Pero, ten cuidado. Así como maté al mesero, te puedo matar a ti.

En el apartamento, Melissa la esperaba con las ansias de quien está amando casi que con dolor. Al escuchar la  puerta salió a su encuentro, para ver a una mujer derrotada. La tomó entre sus brazos, y la sostuvo por algún tiempo. Luego, le dio un beso para animarla.
  •         Yo estoy aquí y ya no hace falta nada más – le dijo.
  •         Ya no quiero seguir con esto.

Emma caminó hasta su cuarto y cerró la puerta. Se quedó dormida en pocos minutos. La tranquilidad que sentía, fue interrumpida por una sensación de soledad. Se despertó de golpe, como si la hubiesen tomado por lo cabellos. Escuchó el silencio a su alrededor y salió del cuarto.
  •          ¿Melissa qué pasa?

Buscó por toda la casa pero no la encontró. Halló una nota en la cama, en dónde Melissa le explicaba que lo mejor era alejarse de ella, porque mientras Emma pensaba en aquel hombre ella se desvivía por llamar su atención. Tenía un contrato en otra ciudad, y estaría fuera por tres meses.  Se sintió un poco miserable, pero el saber que nuevamente estaría sola la hacía sentir bien. En ese momento, alguien tocó a su puerta. Emma se apresuró a abrir, temiendo que era Melissa que se había arrepentido.
  •         ¡Hola! – la saludó la esposa de Josué al otro lado de la puerta.
  •           ¡Hola!
  •          ¿Puedo pasar?
  •           Claro.

La mujer, en ese momento, le pareció un poco envejecida. Además, para su edad – unos 36 o 38 años- se vestía demasiado formal. Emma cerró la puerta con cuidado, desconfiando de cada movimiento de aquella mujer.  Justo cuando la vio sentarse en el sofá de la sala,  se apresuró a sentarse frente a ella.
  •           Así que tú eres la amante de mi marido.
  •           ¿Cómo? – le preguntó Emma extrañada.
  •           Escuché todo. La sospecha, siempre me ronda la cabeza.
  •           Pensé que las señoras como Ud, no espiaban tras las paredes.
  •           Cuando hay mujeres como tú presentes, siempre hay que espiar. ¡Con las zorras nunca se sabe!
  •          Me está ofendiendo. ¿Qué está haciendo aquí? Yo pensé que Ud y él ya habían terminado su relación. ¡Para él era un tormento!
  •           Eso solía decir. Pero aun así, nunca ha querido firmar el divorcio. Yo siempre seré su esposa, mientras él siga aferrado a la idea de tenerme a su lado. Y tú, seguirás siendo su nada… porque ya no te quiere a su lado.
  •           ¿Solo vino a decirme eso?
  •           ¡No! Tengo algo que proponerte.

La miró y sonrió al instante. Emma, tuvo la sensación de estar frente a una mujer distinta a la que le había servido café en aquella casa.  Se acomodó mejor en la silla, sintiendo un frio recorrerles las manos y las piernas. Sabía que lo iba a escuchar, sería decisivo para su vida.  

Por: JulioCesar



"Y ya no hay nada que me sirva en tu interior"
El Canto del Loco.

Se habían conocido en algún chat por internet. A simple vista, le pareció una persona interesante para conversar. Y luego de un rato, no paraban de reírse. Eran muy parecidas en la manera de concebir la vida, por lo que se agregaron mutuamente a sus correos electrónicos para no perder el contacto. Una de tantas noches, intercambiaron número de celulares y las llamadas empezaron siempre a las 5.30 de la tarde, pero las obligaciones hicieron que cada vez fuesen más tardes.
Aquella noche, luego de conversar con su amiga resolvió acostarse. Habían pasado cinco meses desde aquel suceso en el que se había despedido de aquel joven mesero. Ya la raíz de su cabello empezaba a notarse: castaño claro, era el color que aparecía en contraste con el rubio que perdía fuerza. Y había aumentado tres kilos a causa de su compulsivo gusto por el helado de ron con pasas.
El despertador sonó a las 7.30 de la mañana. Ella, miró su cuarto y se le hizo demasiado especioso. La cama, extremadamente grande para una mujer que dormía la mayor parte del tiempo sola. Se levantó con parsimonia, hasta llegar al baño. Dejó que el agua recorriera todo su cuerpo, mientras cantaba ¡Hey Jude! De los Beatles. Al salir, escuchó que alguien abría su puerta.
  • Hola – saludo él.
  • ¿Cómo estás? – respondió ella e intentó darle un beso, pero él la rechazó. - ¿Pasa algo?
  • ¿Conoces a Raúl Arango? – la miró fijamente- No me respondas. Vístete. Arma tu maleta y deja este lugar.
  • ¿De qué me estás hablando?
  • No quiero problemas legales. ¡Tengo suficiente ya! Te he dado todo cuánto has querido, no creo que deba perdonarte una cosa de estas.
  • ¿Me estas echando de mi apartamento por un chisme? –
  • No es un chisme. Tengo pruebas. Y, para que sepas ¡El hombre está muerto!
La notica no la sorprendía. Era una mujer que no se dejaba impresionar fácilmente. Incluso con él, con Josué, había sido tan natural como siempre. El día que lo conoció, él estaba de vacaciones con su familia en un hotel lujoso, mientras ella era la recreacionista que jugaba con los niños en la piscina. Todo lo que había logrado con esa relación hasta ese momento, era más de lo que había imaginado. Los viajes que habían realizado, pasaron por su mente como una antología de las mejores postales.
Empacó toda su ropa sin excepciones, eso era algo que ella había ganado. Sus joyas. Zapatos. Su computador. Y la chequera. Se apresuró a hacer un par de llamadas al banco para confirmar el estado de sus cuentas y empezar a realizar una transferencia a otra cuenta abierta por ella misma, pensado en un momento como ese. Tomó el celular y marcó el número.
  • Hola.
  • Me estas llamando a esta hora. ¿Qué ocurre?
  • Parece que Josué me echó. Ha terminado con todo.
  • ¿Qué? ¿En serio? ¿Y dónde estás?
  • Voy a tomar un taxi. ¿Puedo aceptar tu propuesta? Si, la de irme a vivir contigo. Gracias.
Se instaló en casa de su amiga. Aseguró sus joyas y la chequera. El cuarto aunque pequeño, la hacía sentir cómoda. Tenía una ventana que daba al patio, en dónde podía observar un árbol de laurel. Las noches se le hicieron un poco largas, pero entretenidas. Ahora, estando cerca de ella, las risas se le hacían menos fluidas.
  • ¿Segura qué no quieres dormir conmigo?- le preguntó Melissa.
  • -No, en realidad no.
  • -Bueno, al menos lo estoy intentando.
Esa noche la luna le pareció demasiado cristalina. Sentía que los oídos le susurraban palabras que no entendía. Tomó el celular y llamó a Josué:
  • Soy yo- le dijo.
  • Lo sé ¿Qué quieres? Estoy con mi familia.
  • -¿Volviste a tu casa? ¿Eso fue lo qué hiciste Josué?
  • Ahora no puedo hablar.
  • ¿Y cuándo has hablado conmigo? – Justo en ese momento, la invadieron las lágrimas y un temblor incontrolable en los labios y las piernas. – Nunca lo hiciste. Y aun así, pensaste que lo habías dado todo.
  • Entiende, que no podía soportar eso. Es mejor que hablemos después.
  • No te preocupes, ya verás como si vamos a hablar.
Colgó el celular y se acomodó en la cama. Recordó a su personaje preferido: Madame Bovary. Leyó el libro poco a poco, pero dejándose seducir por la historia. Lo único que la desilusionó, fue el final. Pensaba que una mujer como ella, no merecía morir. La muerte, debió haber sido para el inútil del marido. ¿Llorar? ¿Qué sentido tenia? Al día siguiente, cambiaría el color de su cabello ¡Estaba decidido! Se levantó de la cama, abrió la puerta y tocó en el cuarto de Melissa. Le dio un beso para empezar a calentarse en una noche tan fría.
  • ¿Estás segura? – preguntó Melissa.
  • ¿Eso importa?
  • Creo que no.
  • Ahora, solo quiero dejar de sentirme sola. Quiero… que recordemos viejos tiempos. porque mañana, será un día distinto.

Por: JulioCesar





Un culebrero sale al encuentro de un desprovisto reportero con el fin de contar su peculiar historia. Así comienza la que es a mi gusto la más formidable y robusta película colombiana de todos los tiempos, su comienzo pronto lanza el presagio de que cualquier cosa puede suceder.
El culebrero empieza a enmarañar un discurso aturdidor que rompe con el gris capitalino y pone sobre la mesa un reto inspirador contra el anzuelo inmobiliario de la polarizada ciudad bogotana; se pone así, ante nuestra vista, su primer rasgo magicorrealista: la herejía del paisa en Bogotá.
Pronto nos percatamos que las marañas del paisa embaucador han surtido un efecto envolvente, nos han llevado a una yuxtaposición interesante de condiciones y matices: por un lado hay una fría burocracia que parece no inmutarse en lo más mínimo por la precaria situación del hombre sobre la tierra, de hecho pareciese como si ningún giro dramático pudiera perturbar su vida de maniquíes amantes de la vida por la vida; por otro lado encontramos la cálida acogida de un hogar (caracol) cuyo valor más primigenio recae sobre la dignidad, pues es a sangre y muerte lo único que les resta y, muy posiblemente, lo único que les ate a su existencia.
La relación también es notable en el diseño artístico de cada representación, de manera que la riqueza comunicativa que mantiene la Casa Uribe con sus desparpajos, lamentos, rituales y celebraciones contrasta con la compulsiva obsesión de Holguin de premeditar con éxito los estúpidos avances de su abogado. Igual sucede con la lectura rápida a la que anima el estilizado pent-house del villano, frente al barroco pausado y minucioso que amerita el habitad de la casa Uribe.
La tención no se hace esperar. La tragedia en la invasión a la Pajarera hace descartar que el futuro de la Uribe sea al menos parecido, pero deja prever que la burocracia se volcara contra ellos con todo su arsenal jurídico sin contemplaciones. Aparece entonces el segundo momento mágico-real cuyo vigor parece absorbido por la exposición de Gundmunsson Erro (1932) en su obra Interiores norteamericanos en la que “capta con gran claridad la situación precaria en que se encuentran los burgueses bien acomodados en medio de un mundo poblado predominantemente por gente hambrienta. En uno de los cuadros, varios revolucionarios vigorosos miran de modo amenazador por las ventanas, después de haber empezado a penetrar en la casa típicamente burguesa de suburbio.Siendo que en sentido contrario, pues son los burgueses quienes penetran con fría hostilidad la escandalosa hegemonía del habitad Uribe.
La guerra parece como de león contra cordero, pero la ignominia y la aparición revitalizante de la virgen ponen en tela de juicio la, aparentemente fácil, victoria del ego Holguin, para lo cual aparece el plan de migrar como las aves de la manera en que lo explica su director, Sergio Cabrera “Un grupo de cien personas no se puede llevar una casa en un mes, ni en tres meses ni en un año, y todavía menos con una grúa. La película hace que esto parezca posible.” A través de la extraña figura del caracol (volador ¿?) que lleva a cuesta no solo su dulce hogar, sino también lo que estima de sí mismo, lo que es para él digno.
Entre tanto las introducciones de elementos inesperados a la trama son una constante, al punto de encontrar con sorpresa una culebra ensañada en un árbol, a la que además se le atribuyen metáforas de posesión y de resistencia; o la introducción del cura cuyos hábitos hacen calentar su sexo con una travesti que luego terminara ridiculizando y penetrando la intimidad doble moralista de los hombres de gris. Algo similar había tratado Julio Cortazar en su célebre cuento  "Casa tomada" donde, motivado por la "revolución" peronista de 1945 y la revolución que sigue amenazando hoy día a las familias burguesas por todas partes de la América Latina pese a la tregua de la privatización, escribe una historia en la que “el narrador y su hermana viven cómodamente de las rentas de su estancia familiar. Ninguno de los dos está casado y su esterilidad se subraya por sus pasatiempos: el narrador hojea los álbumes de estampillas de su padre mientras su hermana teje y desteje. El ambiente extraño, raro, mágicorrealista del cuento proviene de la ocupación misteriosa de varios cuartos de la casa por invasores que nunca hablan ni aparecen en el cuento y, lo que es aún más raro, sin que los protagonistas ofrezcan la menor resistencia.”
Siguiendo con la historia, las mil y una artimañas que usan los inquilinos para evadir el compromiso y poder migrar con rapidez, te hacen recordar que estas siempre en manos de un paisa palabrero cuya fuerza y acento recae en la magia de su ingeniosa hazaña y en lo que puede incluso volverse incontrolable para el mismo director.

Cuando llega a nosotros el acto final, aparece la historia del extraño rumor que mato a un pueblo y con ella el himno, que es quizás el único acervo patrio que les resta, para al final romper, una vez más, la normalidad del proceso de expropiación con una explosión que hace venir las paredes de la devastada casa, seguida de la puntillosa y célebre frase final… “Ahí tienen su hijueputa casa pintada”.
De esta manera el film se coloca en una postura clara, sin escatimar esfuerzos en expresar su arte, diciendo a viva voz que su magia se manifiesta en “la introducción, sin énfasis, por el artista,  con un estilo aparentemente sencillo y preciso, de un elemento inesperado y/o improbable en una obra predominantemente realista, que crea un efecto extraño o maravilloso y deja al espectador o al lector desconcertado, aturdido, o agradablemente maravillado”, este argumento toma fuerza en los postulados de Jung en los que afirmaba, desde comienzos del siglo, “la necesidad del hombre de completarse juntando lo irracional con lo racional” lo frio y lo cálido; lo opulento y lo desprovisto.

Ricardo Contreras García






El arroz de coco tenía ese olor exquisito que solo podía dar a entender una cosa: que la abuela estaba cocinando. La casa, tenía el mismo orden de toda las tardes, desde hacía ya unos veinte años. La mujer que revolvía el caldero había heredado el arte de la cocina de su madre, que les enseñó a todas sus hijas para qué fueran unas excelentes esposas. Luego, cuando creció, descubrió que la verdadera razón por la que aprendían ese arte era para no morirse de hambre ni ellas ni sus hijos. Porque el infeliz con el que se fue a vivir no se merecía ni un poco de arroz bolado.

Danilo, se asomó a la puerta de la cocina apenas un poco para observar qué preparaba su abuela. Ella, comprometida con su labor, picaba tomate y cebolla para empezar con el guiso que acompañaría la menudencia que iba a preparar. El niño, de unos diez años, entra con cuidado para no ser demasiado impertinente. La mira por algunos segundos, hasta que ella le pregunta: ¿Y a ti que te pasa?

La cocina de aquella casa la conformaban cuatro paredes sin pulir, un mesón, una nevera y la estufa. Además, un estante para los platos. La costumbre siempre había sido la misma, comer a las 6.30 de la tarde, motivo por el cual, se empezaba a cocinar a eso de las 4.30 o 5 en punto. Ese día no había sido la excepción. Pero Danilo, con su presencia estaba dándole un cambio al ambiente y su abuela lo percibía. Tenía en la cabeza una duda que no lo dejaba tranquilo. De solo pensar en eso, le dolía el estómago y hasta le daban ganas de ir al baño.

- ¿Abuela, te puedo preguntar algo?
- ¿Preguntarme algo? Bueno, si puedo ayudarte trataré.
- Si, tú debes saber.
- Bueno, dime rápido que los palos no son pa la cocina.
- ¿Abuela, yo seré cómo mi papá?

La abuela detuvo toda su labor. Aun estando de espaldas a su nieto, no pudo evitar sentir aquellos ojos grandes y penetrantes, que tantas veces había declarado ser los más bellos que había visto, como un par de puñales que le chuzaban la espalda para obtener una respuesta.

- Ay mijo, nadie es como nadie. En el mundo, no hay dos iguales. Pero a veces, la vida nos castiga a los grandes con los pequeños como tú, aunque ustedes no tengan nada que ver en nuestros errores.
- Entonces, yo no seré como él. – sonrió Danilo.
- Bueno, algo debes tener. Hasta te ríes como él. Pero tú tienes el corazón de tu abuela. Lo más importante mijo, es que quieras ser un buen hombre. De corazón puro. Y que trates siempre, de no torcer tu camino. ¡Ahora sal de aquí! ¡La cocina no es pa los pelaos!

Danilo corrió hasta la entrada de la casa. Miró el árbol allí sembrado y pensó en su vecina diciéndole que sería igual a un padre del que poco conocía. Solo había escuchado las peores historias de aquel hombre, pero en el fondo sentía que era solo una historia a medias. Sonrió al saber que en su pecho, latía el mismo corazón de su abuela. Pero otra idea empezaba a rondarle la cabeza: ¿Cómo se tuerce el camino?





Por: JulioCesar




La amenaza.

El mundo como alguna vez había sido estaba a punto de desaparecer. Una extraña alteración del sistema operativo de cientos de computadoras había provocado un bloqueo total de todo tipo de actividades. El mundo en general, se hallaba en medio de una de las crisis más terribles que jamás imaginó pasar. Era imposible realizar cualquier tipo de transacciones, acceder a las redes sociales se había vuelto una ilusión imposible de cumplir, y los datos de todas aquellas instituciones de seguridad nacional, estaban ahora, en las manos de alguien más.

Al parecer, un grupo selecto de expertos en computadoras habían decidido tomar el control del planeta, y que mejor forma que a través de la red. Había logrado burlar toda la seguridad de los servidores, y se habían filtrado en bancos, escuelas, universidades, estamentos del estado y en las oficinas de cada uno de los distintos mandatarios de cada país. La cosa no pintaba nada bien, los tipos la tenían clara. Y no existía nadie capaz de burlar el imperio que habían montado.

Sin embargo, las fuerzas especiales de cierto país, decidieron convocar a personas capaces de crear fórmulas para resolver el asunto. Reunieron a un grupo de intelectuales, de distintos campos profesionales. La idea era montar un imperio igual o superior al del enemigo y así, lograr evitar lo que tenían planeado.

Sabían que el plan consistía en controlar todo el mundo computarizado. En restringir la navegación y hacer de toda la Web, su posesión. Para luego, diseñar un plan de desarrollo y progreso que llevaría al planeta a una nueva era. Y para ello, tenían pensado eliminar a todo ser humano que no fuese de valor. Es decir, todos aquellos que no ayudaran a cumplir sus objetivos.

El llamado.

Se tenía la sospecha de que aún vivía. A pesar de todos los pronósticos, se presumía que había intentado formar una familia y dejar de lado toda esa labor tecnológica que siempre le había obsesionado. Atrás estaban ya los “Stalkers”, “Los Hackers”, “Los Gadgets”, “Las Interfaces”. Todo eso, formaba parte de su pasado. Antes había sido Guapacho, pero ahora, se hacía llamar James, simplemente James.

Vivía en una Villa cualquiera, alejado de tanto ruido. Su hija, de siete años, lo visitaba los fines de semana y juntos, pasaban el día entero viendo películas o jugando videojuegos. A pesar de todo, no perdía sus habilidades para la tecnología, tal parece que lo que se aprende nunca se olvida.

Con cierta regularidad enviaba sus artículos a una revista de Ciencia y Tecnología bajo un pseudónimo, además recibía la jugosa pensión que había ganado por todos sus trabajos investigativos. Aquella tarde, en su correo, descubrió una carta extraña que no relacionaba con ninguna otra anterior. Abrió el sobre con mucha cautela, temiendo por lo que pudiese haber dentro.

… Después de tantos años ha llegado el momento. ¡Debes regresar! Las cosas no han estado nada bien. Estamos en gran peligro…

Las palabras que acaba de leer, eran solo un parte de toda la carta. ¿Cómo lo habían localizado? ¿De qué se trataba todo? Confundido, abrió su closet y sacó el Pc- portátil que había mantenido guardado para algunas necesidades básicas y después de navegar por algunos minutos, todas las páginas que estaba revisando se cerraron al tiempo. Supo entonces, que las cosas no estaban bien. Se tomó la última taza de café – Porque era adicto, y era su “Tinto Time”-, se colocó la chaqueta y emprendió su salida.

El comienzo de la Revolución.

- ¿James? – le dijeron al llegar.
-
James no. ¡Guapacho! – miró al sujeto con nostalgia, lo conocía de antes- recuerda, que aquí, al igual que antes, me llamo ¡Guapacho!

Entraron a la reunión. Eran aproximadamente 100 los elegidos para crear el arma virtual que combatiría contra “La Gran Amenaza 2.0” como se hacían llamar. Luego de una hora estaban listos, salieron al cuarto de máquinas: una sala repleta de computadores y todo tipo de dispositivos tecnológicos. Era realmente una guarida cibernética, con la capacidad suficiente para crear un imperio virtual. No obstante, para ellos, eran elementos demasiado básicos.

Los elegidos se sentaron cada uno frente a un computador. Guapacho, recordó las veces que se le olvidaba algunos datos frentes a los micrófonos o frente a la cámaras; recordó también, como en algunas ocasiones se le olvidaba que no todo el mundo podía reconocer los términos que utilizaba. Sacó la foto de su hija que llevaba en la billetera, la colocó cerca para poder mirarla de tanto en tanto, y al igual que los otros encendió el computador y dando “enter” inició la Revolución.

PD: Me anime a participar de un juego llamado #BloggerSecreto, siendo yo muy nuevo en esto de Twitter. Dicen que la idea fue de @Turint y este año, lo organizó @nagispurios. Me tocó un señor a quien jamás había visto trinar, pero bueno, ya entrado en gastos nada que hacer. Resultó entretenido y aprendí mucho. Un par de clases por parte @Guapacho (http://www.guapacho.net/) no estarían mal. Como lo mio siempre ha sido este estilo, pues le regalo está historia (Sin muchas pretensiones) que espero le guste. Ah, y que ojalá le guste el Blog ( No hablamos de Tecnología, pero contamos historias y damos puntos de vista).

Por: JulioCesar



Agarró el pene con sus dos manos y lo metió en su boca. Luego de un par de chupadas, escupió. Le daba asco pensar que él no se había bañando desde el día anterior y que por tanto, su lengua estaba limpiando todo el sebo acumulado en su glande. Además, ese olor que sentía al pasar la nariz por su escroto le resultaba repugnante.

El sexo nunca le había interesado realmente, prefería los besos en los labios y las caricias en el rostro. Le gustaba sentir las manos de él en su cintura, mientras ella le abrazaba por el cuello y se dejaba llevar por un corrientazo que le recorría la espalda y terminaba en sus muslos. Ese día, había aceptado complacerlo un poco, porque sentía que ya nada tenía para retenerlo a su lado.

Al parecer, aunque ella en más de una ocasión había tocado el cielo con la punta de los dedos, mientras él se descargaba en su vagina, hacía falta algo más. Siempre era poco, muy poco lo que le daba, ella era demasiado pudorosa para él.

- No aguanto más esto- le dijo asqueada.

- ¿Y entonces?

- No sé qué más hacer.

- Siempre es lo mismo, yo quiero nuevas cosas… me aburro de lo mismo.

Elizabeth era un nombre que definitivamente había definido su personalidad. Se imaginaba como aquellas frágiles doncellas que esperaban ser rescatadas, y seducidas con canciones de amor. Esas mismas, que en un valle verde, sobre la hierba, engendran a su primer hijo con más magia que dolor. Pero no fue así. Estaba en aquel apartamento, de rodillas con la boca a la altura de la entrepierna de su novio y con más ganas de huir que de quedarse.

Se levantó y lo miró fijamente a los ojos. Ella siempre había sido totalmente honesta con Farid, hasta el punto de confiarle su conflicto con las relaciones sexo-afectivas. No entendía como después de tres años, él le reclamaba cosas que sabía se le imposibilitaban. Sin embargo, solo con él consiguió romper ciertas barreras y un 12 de Julio supo, por primera vez, lo que era hacer el amor.

- No hay nada que pueda hacer, nada que logre quitarte ese gesto en el rostro.

- Si puedes hacerlo…

- Farid, ya todo está hecho. Pero si aún quieres algo más, puedes tomar tu dedo índice… que siempre ha sido el más largo de todo los dedos de tu mano y te lo puedes introducir hasta sentir… nuevas emociones y experiencias.

Recordaba las palabras de una amiga, quien alguna vez le había dicho, que no hay nada peor que dar la vida por retener a alguien a nuestro lado. Cuando somos parte de alguien, siempre podremos estar allí, por alguna extraña razón. Pero cuando, nada nos da el consuelo… la partida es lo mejor.

Por. JulioCesar




Con que desprecies a la gente ya me resulta suficiente… pero no quiero ser escueto en lo que digo por no parecerme a lo que piensas. De momento quisiera describirte como uno de esos jóvenes de ayer, posiblemente un nuevo Dorian Grey.

Alguna vez un Abuelo me enseño que la verdadera juventud no consistía en un rango de edad, ni mucho menos que eso en las texturas de una piel, la verdadera juventud consistía en la inquietud de cuestionar, en la manera como, a veces, se llegaban a preguntas sin respuestas. Y como veras nada tiene que ver esto con tu mocedad banal y vacía. Entendería yo que eres un escupitajo de aquellas serpientes que tranzan, cogidas de la cola y ubicadas por aquella mano invisible que todos temen en describir y que, por decir poco, no es más que fino despotismo de buenos términos.


Tu rostro maquillado muestra la máscara que te esconde, tus ojos grises con sus parpados estirados no conocen llanto del sufrir de mi país, tus cachetes robustos de la gula y el dinero, piel sin poros y tus manos… ¡oh! ¡Tus manos! sin cayos de trabajo, dadivosas de pútrida pulcritud, lamentan que te domine la vos a gritos cuando la inteligencia te traicione.     


Lo que te diferencia de los otros es que, en los últimos, las palabras pesan para romper los muros de su cuarto mental, demoler hoteles y en casos excepcionales hasta para devorar los muros de Berlín; en cambio las tuyas son ligeras como las hojas, no son del viento la brisa, son del viento un lamento que se arrastra con dejos desfallidos por los riscos del destino.

Tus bacanales no se parecen a los de los hombres que se resisten a la necesidad, son bacanales del esnobismo que nunca conoció significados. Tu imagen es fría, quizás, un poco, como tu suelo, pero nada te vale para asesinar.

Es por tanto y más que espero con ansias tu muerte, ojala como la de la lluvia sobre el asfalto… sin doliente. Quisiera ese día despedirte con el epitafio de Marechal “Somos Padre de los piojos, abuelos de la nada”.

Ricardo Contreras G.



La heladería donde solían comer aquella copa con tres bolas de helado de distintos sabores, la habían demolido la semana anterior a esta. Era un lugar atiborrado de gente, con un gato siempre en una de sus esquinas pues la dueña del lugar era una mujer excéntrica, que vivía rodeada de gatos e incluso, se empezaba a parecer a ellos. Se lamia las manos para limpiarse, ronroneaba de vez en cuando y por las noches, le gustaba caminar las calles mientras fingía algunos maullidos. Pero los helados, eran misteriosamente deliciosos.
En la fotografía, se veía al fondo la mujer-gato -como era llamada por sus clientes-. Y los dos eran el punto de atención. Estaban frente a frente cada uno con su copa de helado, como en una pintura realista. Un cuadro que mostraba a una pareja sin historia. Ver la foto sólo le permitía a cualquiera suponer que estaban felices, pero no saber cómo había llegado hasta allí.
Para Diego las cosas eran más claras. Recortó cuidadosamente los bordes de la fotografía, y la colocó junto a las otras. La mañana se le había ido demasiado rápido, como pasa siempre en el mes de junio cuando ocurre el solsticio de verano. A las 5 de la mañana el sueño había abandonado su habitación por completo, mientras él trataba de adivinar la forma de las sombras que se reflejaban en la pared de su cuarto y entonaba mentalmente una canción de Mecano.
Sabía lo que debía hacer. Eso de quemar osos, cartas y demás actos de locura, le parecía hazañas poco racionales y un insulto a su madurez mental. Siempre dormía con un pantalón verde a rayas, una camisilla blanca y sin calzoncillos para no sentirse acalorado. Tenía una extraña compulsión por estar bien peinado, incluso, para dormir. Se levantó de la cama, y sacó todas las fotos que tenía con Marcela.
Cerca de 100 fotos había pre-seleccionado dentro de unas mil. Le gustaban las fotos en donde se veían sonrientes, otras en las que ella se veía bella sin importar la pose. Diego no era muy fotogénico pero ella lograba sacar su mejor cara, capturarlo de tal forma que hasta él se sorprendía. Era una excelente fotógrafa, por algo siempre escogían sus fotos en las publicaciones universitarias.
El collage que había resultado de la combinación de cada foto seleccionada, le resultaba casi aterrador. No había encontrado una mejor forma de exteriorizar lo que había estado sintiendo durante esos dos meses. No había razón para odiarla, ni para negar su recuerdo. Los besos que ahora se resbalaban en la boca de otro, eran una herida profunda que le había quedado pero que necesitaba cicatrizar. Y las caricias que se habían secado en su piel, serian el terciopelo que acariciaría a ese otro dueño de sus noches.
Pero todas esas ideas, no eran más que una forma de lastimarse. Pensaba que imaginarla fundida con otro cuerpo, sería el remedio a su eterno recuerdo. Suponer las manos de otro recorriendo toda su silueta, lo mantenía despierto. Ahora, era consciente que esa sombra que era su recuerdo no se iría. Tomó el collage y lo montó en la pared que daba justo al frente de su cama. Tenía entonces, muchos motivos para recordarla.
***
Aunque los helados los hubiese cambiado por el vino tinto y el champagne, las citas en el parque y en la Universidad por los viajes y las discotecas de estratos altos, Marcela guardaba siempre la ilusión de ver una sonrisa de Diego a lo lejos si algún día se re-encontraban. Había leído sobre mujeres consumistas que sólo saben gastar, y ella toda una mujer moderna, de metas y propósitos, se sentía como una Barbie “in a barbie world” al mejor estilo de Aqua.
Las cámaras fotográficas no eran necesarias, siempre había quien tomara las fotos. Ella sólo debía preocuparse por posar correctamente. Si miraba muy fijo, daba la impresión de ser una mujer lasciva, si miraba muy tímidamente daba la impresión de ser infeliz. Debía cuidar cada detalle.
Siempre recurría al mismo método para no sucumbir. Respiraba profundo y montaba un pie sobre el otro para pisarse por algunos segundos. Llevaba consigo, en aquel bolso de material sintético rojo que combinaba con sus zapatos de gamuza, una fotografía en la que estaba con Diego en la heladería de la mujer-gato. La veía para creer, que en mitad de su vida de muñeca, había una realidad distante con la que había sido feliz. Pero ser feliz no es lo más importante, o eso solía creer.

Por: JulioCesar


(¿Odio a las masas? ¿Odio a las diferencias?)


La ciudad se ha constituido en una mole de cemento enferma de paranoia, su configuración se ejecuta a través del miedo infundido por los medios y por el boca a boca callejero, dejando a su paso, a la polis, un mapa mental de trazos, callejuelas y zonas inexpugnables, lugares marginales por los que se debe evitar el paso y  cuyo valor de peligrosidad, para el ciudadano, es asignado por la generalización injustificada de los medios, más que por sus experiencias de primera mano,  es decir, el ciudadano es abstraído de la ciudad  en la medida en que el miedo le inhibe a transitar las calles, a ser viajero del asfalto y a untarse del arrabal de sus plazas.

En el caso del barrismos, a nivel mediático, por ejemplo, las generalizaciones son recurrentes: ya no se toman, si quiera, la molestia de preguntar los móviles de las riñas sin antes señalarlos como criminales, reconociéndolos como irracionales y mutilándolos moralmente… dicho en otros términos, no cae una gota de lluvia a cien metros del estadio sin que  los líderes y colaboradores de los colectivos barristas, por lo menos, les rasque un oído o se sientan aludidos. De tal manera que los medios han generado una imagen virtual distante; una distorsión por abandono de profesionalismo que les condena a aprender a desarmar las espadas del texto, quitarle la crueldad aniquiladora a sus palabras y repensar la responsabilidad de su oficio.

(Soy barrista, No delincuente) 

El miedo, devenido de esta imagen mediatizada de la ciudad, ha llevado a la prevención frente al reconocimiento de la otredad, a la negación de espacios físicos dentro de la misma (estadios, por ejemplo)  y a un autismo individualizado, de tal forma que la ciudad, cuyo valor ciudadano se yergue en la posibilidad dialógica de la acción comunicativa, en la aceptación de las diferencias y en la posibilidad del disenso, termina por constituirse como un espacio de desencuentro más que de convergencia… ¡Ojo! ¡Nos están Robando la ciudad!

Ricardo Contreras García   



Quedarme aquí a tu lado. Sentarme junto a ti. Escucharte.

Apagar la luz que te molesta, que te resta belleza y que me intimida para tocarte.

Verte fijamente a los ojos, sin sentir temor de tu mirada.

Sentir que deseas sentir mi roce y por suerte, no poder huir de tu lado.

Buscarte en medio de la nada, para descubrirte a mi lado. Aún a mi lado.

Derretirme en tu ausencia, para luego evaporarme e ir en tu búsqueda.

No salir jamás.

Mientras el temor hacia los otros se perpetua.

Y mientras tu cercanía se torna en rutina.

Hago círculos con el dedo en el aire. Te imagino volátil.

Quedarme aquí a tu lado. Recordarte mi cumpleaños. Besarte en los oídos.

Aprovecharte.

Y después, extrañarte.


Por: JulioCesar.



Una sobre memoria…




Algunos días atrás leí una noticia que me causó estupor y hasta un poco de risa, se trataba de un censo inusual y descabellado que se estaba llevando a cabo en Medellín con los fantasmas, espantos y leyendas diabólicas que aparecían en los rincones de sus callejuelas y casas; yo, que siempre he sido incrédulo, me pareció por demás estúpido e impertinente.

Al respecto recuerdo que me pareció incluso irrisorio que se pudiera jugar de esa forma con el dolor de los familiares, pero peor me resulto el saber que era un negocio que representaba dividendos para una funeraria local. Sin embargo algún tiempo después, revisando a Barbero y su competencia histórica para una ciudad educadora, no solo encontré en el proyecto funerario una apuesta pertinente e interesante, sino que además me resultó ser un inventario vital para la memoria de la ciudad.

Contaba Barbero que cuando niño, en su casa en España, habría de dialogar con las fotos familiares y algunos otros objetos que representaban las generaciones genéticas que sustentaban y precedían a la suya, es decir, el ejercicio de su memoria era de cuestión cotidiana pues siempre tuvo la posibilidad de saber que los objetos eran la consecuencia de una historia antecedente, sin embargo, seguía contando, que hoy resultaba común encontrar nómadas citadinos que se mudaban de un lugar a otro, de un arriendo a uno propio, sin dejar nada a su paso, sin rastros, ni historias rastreables, ni un solo elemento que pudiese atar un lazo entre los sucesores y su historia próxima.

Eso me llevo a pensar que la búsqueda de nuestras leyendas urbanas y la desmitificación de sus fenómenos podrían ser un aliciente para el cultivo de la memoria de la ciudad, podría de tal manera establecer vínculos generacionales que se superpongan al interés metafísico del ejercicio.

Habrá ahora quienes piensen que los fantasmas no existen, que esa patraña sigue siendo un negocio, que no hay renta ciudadana de eso y yo podría incluso apoyarlos, pero el incentivo por descubrir la historia de los ancestros y luego darle explicación a sus fenómenos metafísicos cotidianos es también una apuesta por la apropiación de las historias locales, de la significación de sus espacios cotidianos como testigos históricos y de pertenencia por el entorno.



Otra sobre resistencia…

(i)Cuenta la leyenda del viejo Elvis que al sonido de su primera presentación los oídos se maravillaron con la interpretación irreverente y sobria de un puber de escasa edad, con problemas de acne y con un incontrolable y bastante notorio tic nervioso que enloqueció al mundo, muy a pesar del acervo conservador de los Estados Unidos en los 50´s.




Lo que en un principio había sido un defecto de ímpetu sobre tarima luego se convirtió en un performance de identificación con su público juvenil, su tic nervioso en la pierna lo alejaba mucho de la elegancia robotizada de Sinatra y lo  acercaba más a la rebeldía: solo con quebrar su cintura, mover un dedo y pedir del público paroxismo. Su música, alimentada de la fusión de country y blues, consiguió un sonido fuera de las formas convencionales, que fomento nuevas formas de vivir, no solo la música, sino también la cotidianidad, la relaciones y la ciudad. 

Esto, sin lugar a dudas, derivo en la creación de una estética de liberación lograda a través de la resistencia, cargada de significación tanto en el sonido vertiginoso como en su  puesta en escena de contorsiones corporales, cuyo vigor se enfrentaba, a capa y espada, a la hegemonía del tradicionalismo conservador que ya gozaba del veneno de sus aires viciados.



(ii) Algo similar  había  sucedió con Miguel Abuelo, prolijo poeta y cantante, quien agobiado por la dictadura de Juan Carlos Onganía y su política de represión artística, decidió exiliarse a una vida gitana en Europa.
Argentina, por aquel entonces, era un hervidero: la depresión y la baja autoestima corroían de a mucho la urdimbre social; sus artistas, por ejemplo, iban a la cana una vez tras otra sin contemplaciones, se les acusaba de alteradores del orden público y de desvariados, sus letras  pasaban exámenes de aptitud  en los anales de un congreso hegemónico; la ilusión citadina estaba cuarteada por el miedo a la represión militar y en consecuencia la desesperanza reinaba con amarga ligereza.




Después de naufragar sobre su "balsa de madera", como diría en unos de sus simples, en su caótico paso por Europa, cayó en avión sobre Palermo con su misión escrita en la frente -Vengo a levantarle el cachete a los argentinos- era casi como prometer vida en el Creonte y aun así, sobre la copa rota, construyo una obra cargada de un optimismo honesto y poético, explorando psicodelia y manipulando el espíritu; logro llevar a escena su habilidad de actor y artista callejero para darle expresividad declamatoria a sus poemas/canciones. Tal como en otras proporciones había sucedido con Bethoven en la 9°, su obra ensimismada y sorpresiva  logro un dialogo con el alma de la nación que se resistía a las secuelas del despotismo.

“Nadie quiere dormirse aquí
algo puedo hacer
tras haber cruzado la mar
te seduciré
por felicidad yo canto
Miguel Abuelo – Himno de mi Corazon
Ricardo Contreras García
“quiero ser Abuelo”




         






Los olores revueltos: orín fermentado, pisos mal lavados y papel higiénico sucio de mierda seca; hacen que cualquiera frunza el ceño y se dé golpecitos de en la nariz con el fin de cortar el aire por algunos instantes y así, evitar el hedor. El recién llegado examina rápidamente el panorama para saber en qué territorio se encuentra, sospechando de cualquiera que este dentro de aquel lugar.

Uno de los tres orinales que había estaba desocupado. En los otros dos, un tipo gordo y alto trataba de mirar hacía el techo, pero se descubría en ocasiones mirando – sin querer- al hombre de al lado que hacía lo mismo. Ambos estaban en una tensión por querer cortar el chorro para no tener que soportar la competencia implícita que suponen eso espacios de poca privacidad.

El tipo, aún en la puerta, baja la mirada un poco y descubre un par de tenis rojos con blanco y un jean a la altura de los pies. Mientras las piernas velludas estaban descubiertas, el aroma empezaba a salir de aquel sanitario, delatando la situación que se estaba llevando a cabo.

No lo pensó más y se dirigió a uno de los sanitarios y se encerró. Orinó con complacencia, pues le urgía hacerlo y mientras el orín hacía su danza triunfal, el tipo no dejaba de leer las inscripciones en las paredes – paredes de baldosas que suponían ser blancas, y matizaban con un café mugre y un sudor hediondo que las hacía ver viscosas-. Cada una de las gráficas era dedicada al falo. Cada inscripción evocaba momentos eróticos e invitaciones sexuales de muchachos que se declaraban buenos en el sexo y muy “open mind”. ¡La chupaban gratis!

Los hombres de los orinales se lavaban las manos en el instante en que el recién llegado se dirigía a lo mismo. El hombre se detuvo esperando su turno. Los otros dos, aún tensionados, se lavaban las manos sin mirarse. Como si el otro no existiera y si por casualidad se cruzaban las miradas, los ojos sufrían una re-orientación de unos 180 grados. ¡Muy buenos disimulando!

Al fin salen al tiempo. Y el tipo que esperaba se acerca e imita las acciones de los otros para lograr mojar un poco sus manos. Piensa en ese momento que el chorro de orín que salió de su pene tenía más presión y era más generoso. Pero su orín olía más fuerte. Por eso, y solo por eso, se resigna a esa escasez de agua ¡Y de jabón! Porque el dispensador es un envase plástico de alguna bebida.

Apunto de lanzar su queja sobre aquel lugar a sí mismo; escucha el sonido del cinturón del hombre que empieza a levantarse del inodoro, ¿qué habrá comido?, es nauseabundo aquel olor. Se apresura a secar sus manos con papel higiénico, ¿no se supone que eso es para otra parte? Y feliz por saber que ya se va de ese lugar se detiene: ¿Me puede hacer un favor? ¡Es que acá dentro no hay papel! Le dijo el tipo de que estaba cagando.

Si hay algo que no se perdona jamás, es dejar indefenso y desamparado a un individuo en la soledad – y también frialdad- de un baño público. ¡Jamás! Le pasó el papel, una cantidad generosa ya que el muchacho le advirtió que la evacuación había sido completa, fulminante, abundante.

Por fin podría salir de aquel baño sintiéndose bien por la buena acción realizada; pero en la puerta una mujer lo esperaba con la mano extendida: ¡La colaboración! ¿Colaboración? ¡Con semejante panorama de baños! ¡Mejor vaya y ponga más papel, que el pobre tipo casi no encuentra con que limpiarse el culo! Le largó a la mujer tal respuesta y se dispuso retirarse. Y le surgió una duda: ¿Cómo será el de las mujeres?


Por: JulioCesar