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“Siempre pensé que Colombia era un país desconocido, un país por descubrir. Cada visita a un nuevo lugar de su geografía ha estado para mí siempre marcada por la sorpresa, por el asombro ante los miles de nuevos colores, olores, climas, vistas, sabores y formas de pensar y vivir que no podía haber imaginado que existían, porque nadie me lo había contado.” Ciro Guerra, tomado de El País (Mayo 13 de 2009)

Y es que la historia de “Los viajes del viento” no es otra cosa que lo primero: un viaje, marcado por los avatares nómadas de la brisa cálida del Caribe, que denota en su trasegar afable un espíritu de aventura y travesía, bastante similar al de la Odisea de Homero: Odiseo o Ignacio, busca entregar su bandoneón de juglar maldito a su Penélope, un maestro anciano que muere en la espera, mientras Ignacio surca el mar de planicies idílicas.      



En general, la película es un fiel retrato caribeño de costumbres y paisajes, bastante divorciado de la estereotipada industria comercial de las telenovelas y, por el contrario, casado con una narrativa propia, natural y espontanea que permite fidelidad en el relato, en otras palabras, es algo o mucho de lo que faltaba por ver en el cine nacional.


La imagen, cuya paleta de colores está marcada por colores cálidos y donde el sol a plomo proporciona el matiz vivo del paisaje, es una terapia de inmersión perceptiva en la que resulta inevitable la experiencia de cercanía o “dejavu”, en una composición donde la memoria colectiva de los caribeños declararía imperdonable un manejo distinto del color.  

Por otra parte, y como composición de la imagen, hay que decir que la ausencia de controles en la iluminación de la fotografía (al menos en la fase de producción) nos permite recordar lo natural que resultan los cambios de luz en lo cotidiano, por tal motivo resulta valido el recurso en la secuencia narrativa pues la intención, a pesar de ser sutil y a veces casi imperceptible, es bien definida porque retoma la naturalidad con la cual vemos el mundo.

El sonido, que no es otro que el del ambiente mismo (a veces el sórdido ahogo del viento y otras muchas el bullicio rural de la escena) trae consigo la cadencia del ritmo de vida bipolar de los hombres de mi tierra: en ocasiones parsimoniosos como el viento y en otras, azorados como el bullicio estruendoso, por lo tanto el paisaje sonoro es también un viaje a bordo de uno mismo donde es posible hacer un ejercicio de auto reconocimiento colectivo y memorioso que recorra los pasos transitorios entre un estado de vida y otro.

Desprendido de esto, los diálogos, espaciados recurrentemente por el silencio, muestran la condición Caribe de explayarse en el tiempo, sin miedo alguno a los años venideros, ni reparos para recibirlos, son, de esta manera, otro dejo cadencioso de su propia vida.

Por último me permito hacer reparos al argumento de la historia, en los que bien pudo haberse equivocado mi fuente: (i) No era posible que Ignacio derrotase al acordeonero embrujado con una puya vallenata, cuando dicho ritmo fue introducido al pentagrama musical del Caribe algunos años después por Alfredo Gutiérrez y (ii) Fermin no debió haber ganado el título de tamborero con sus repiques y golpes de cajero, cabe aclarar que ambos instrumentos, pese a ser africanos, poseen en su haber técnicas que los distinguen; para efecto de los reparos es menesteroso recordar que la intención del autor del film, Ciro Guerra, no es la de hacer un compilatorio visual e histórico del genero, sino hacer un retrato de costumbres en las que el género viva entrañado en su esencia rural y en el que sea posible identificar oblicuamente características del ser Caribe.



Ricardo Contreras García                   

1 Sententias:

  1. La pelicula es maravillosa pese al mal manejo del audio, muestra una historia misteriosa pero a la ves muy atractiva sl espectador.. cabe resaltar la buena compilacion de cultura, costumbre, y tradiciones....
    genial!!!!