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A MAGDA


No imaginas cuantas noches te he pensado… ni como he imaginado el momento de mi regreso. He soñado tanto contigo… no sabes cuánto… pero en estos días ha sido más frecuente ese sueño, en donde tu subes a una barca y partes lejos de mí, me dejas atrás, me dejas…


Es extraño el sueño, sobre todo, porque siento un dolor profundo y punzante… prefiero no pensar en eso. ¿Cómo estarás?: me pregunto. Y vuelvo a mis labores diarias, sé que soy inocente y tú también lo sabes.

Imagino que has intentado escribirme, pero no has tenido dinero suficiente para pagar el envío. Yo entiendo, tranquila… además, ya pronto podre regresar. ¿Terminaste ya, aquel suéter que tejías para mí? Estoy un poco más delgado, pero aun así, lo usare.

Magda, ya debo despedirme… no me permiten escribirte más. Después de esta carta, durare algún tiempo sin mandarte razones, es que la cosa esta dura, y no he podido conseguir tanto dinero como antes. Y parece que en algunos días, me trasladaran a otro patio. Cuidate, mi querida enamorada… porque yo, no hago más que imaginarte, tan hermosa como siempre.

SAUL.



- Es otra carta de Saúl –
- Así es – dice Magda.
- Y cuando le piensas decir la verdad.- dice Adriana, mientras recoge sus cabellos con una moña blanca.
- No hay nada que decir…
- Sabes que si… dile a Saúl, que nunca le has escrito, que nunca le quisiste… que su partida fue un alivio para ti…
- No hay nada que decir… porque hace dos noches, que el murió… ya me encargue de eso… - agregó mientras reía – que irónica la vida, llego primero el aviso de su muerte que su última carta… por lo visto, la muerte nos gana más de una carrera…

Camino hacia un escritorio, abrió la gaveta derecha y hecho la carta, dentro había más de esas. Todas con el mismo sello, con la misma letra y llenas de polvo. La cerró sin siquiera mirar, sonrió tontamente y camino lejos de allí.



por: julio cesar






Era vísperas de nuevo año, se avecinada entonces el dos mil treinta, era tecnológica del mundo, con sus esperpentos robóticos y su masa social cada ves mas inmóvil.
El mundo, permeado por la globalización, producto del desarrollo abrupto de la tecnología, dejo que sus recovemos y buhardillas mas ignoradas fuesen ahora victimas del abuso de las maquinas.
Incluso en china, país que se acogió al calendario gregoriano, ha determinado que este año en su rada todo tendrá el nombre de Hacker, uno de esos robots que ahora reemplaza a los dragones y demonios carnavalescos de prácticas milenarias.     
En algún lugar de ese mundo, ahora homogéneo, cuyo sitio especifico no vale la pena nombrar, Alberto, dueño del ultimo gimnasio del universo, limpiaba nostálgico su magullado banco de pectorales: lo limpiaba por hacer algo; por no morir quieto, pues hacia ya un año que no se asomaba un alma por aquel sitio muerto.   
El brillo nostálgico en sus ojos solo se apago cuando una figura se pozo en la puerta obstruyendo el paso del sol que ya se ocultaba para ceder su turno a la noche.
El hombre delgado que intervino en las nostalgias de Alberto, camino pausado y dubitativo mientras observaba con cuidado todos los rincones del gimnasio.
-          Ya voy a cerrar!! - Decía Alberto no muy convencido.
-          Déjeme hacer la rutina de pecho, le prometo no demorarme – respondió la intrigante figura que no perdía detalle.
Alberto no dudo en convencerse pues la vida, en esos momentos trágicos de mundo, era algo que lo conmovía desmesuradamente.
-          Que le trae por acá buen hombre - Preguntaba Alberto para romper el hielo.
-          Me trae recuerdos; no es la primera vez que vengo – respondía aun dubitativo el hombre extraño - He venido desde que tengo doce años, mis amigos acostumbraban venir después de la escuela y hacían sus rutinas acompañadas de charlas detectivescas que buscaba siempre el brazo hinchado de anabólicos de algún mentiroso o le inventaban sidas a quienes dejaban de cargar pesas y luego se veían lánguidos por las calles; o mejor aun, no hubo bochinche del barrio que no caminara por este pasillo ancho. Ja ja ja…
-          ¿Y que paso con tus amigos? – Volvió a preguntar Alberto ahora mas intrigado que nunca.
-          Bueno… ¿viste como se desaparecieron los mayas? Ja ja ja ja… así mismo fue, un día dejaron de entrenarse, cada vez fuimos menos, hasta que no quedo una sola de las almas alegres que copo este salón.
Desde el norte llego esa tromba tecnológica y luego nadie salía de sus casas por andar distraídos con tanto aparato.
Ahora solo el wisky hace mover sus brazos biónicos; brazos que ahora se exhiben con orgullo protegidos por telas tatuadas de tecnología Dry-fit.
-          Si, yo también extraño aquellas épocas en las que este negocio aun me alcanzaba para vivir. También he extrañado a mis amigos.
Habiendo terminado Alberto, el desconocido se acostó sobre la delgada cama para pecho y alzo tembloroso veinte libras sobre su pectoral. El hombre sintiendo su vergüenza dejo caer la pesa sobre su sitio y se dispuso a explicar.
-           ¿Ves aquel rincón?- Preguntaba el visitante señalando una esquina del lugar.
-          Si claro!! – asentía Alberto.
-          Pues veras… ahí me reunía con mis amigos del cole… éramos 5, como los fantásticos; uno murió de manera extraña, cayendo en un simulador de jumping, el segundo es ahora un esclavo de su ostentosa casa de computadoras humanoides; el tercero es un vegetal, su familia se consuela sabiendo que entre estar así y estar consiente no hay ninguna diferencia; y el cuarto es ahora el frustrado dueño de un gimnasio. El único del universo. Quien muy seguramente, como todos por acá, no recordara mi nombre, así que creo que es mejor reservarlo.
Alberto seguía desconcertado, pero ahora entendía las razones de su visitante para ir a verle, de manera que decidió seguir la corriente de sus aguas mansas.
-          es una total desgracia lo que ha ocurrido contigo. Tu pasado y tus amigos. Pero la nostalgia no viene sola, siempre viene trepada de alguna ventisca que ahueca el alma.
Pero… me has hablado de cinco  y solo he escuchado de cuatro… ¿y tu? Cuéntame de ti

-          ¿Yo? - respondía el visitante con su cabeza agachada y perdida en la tristeza- yo tengo cáncer y pensé que recordar me haría bien…
Alberto se sorprendió ante la respuesta de su visitante y lo dejo pasar para irse presuroso.  Nunca mas le volvió a ver, jamás se entero de su muerte ni exequias, mucho menos supo algo de su familia de exiguos dolientes, pues en este país ya ni los chismes de barrio se murmuran.





Una vez de tantas, en la que nos pegábamos al televisor durante 90 minutos, tan solo para ver, como fervientes seguidores, aquel suéter tricolor, que por aquel tiempo aun identificaba a una nación que entonaba a ratos canticos de “si se puede”.

Para aquella ocasión el rival de turno era el equipo venezolano, que pisaba el gramado del campin bajo la mas frívola noche bogotana; hacía algunas horas se habían bajado del avión para escuchar el alarde fanfarroneo de los periodistas que insinuaban una lluvia incesante de goles para la tricolor y una humillación acostumbrada para los ignotos hombres de Venezuela.

El estadio bramaba con el grito de la concurrencia, vanagloriándose del cartel de jugadores que presentaba la lista; El Tiempo, periódico de acogida nacional, ya había hecho lo propio, había entregado su orgullo a la misericordia del divino niño, dejo bendecido el suéter tricolor en su primera pagina de comienzo de semana.

Al cole, hombre carnavalesco y animador de sentimientos, que corre por las esquinas del estadio con su ajuar pintoresco, parecido a la pinta curiosa de un pajarraco, fue sorprendido por el comienzo inesperado del partido.

Nosotros desde nuestra casa comenzamos un parto al que nos acostumbramos en los años siguientes, nada parecía ser como se especulaba desde las cabinas de radio en los análisis previos del partido. Colombia sufría con su ego hinchado; sufría como aquella vez en londrina; como aquella otra en Italia; pero aun así Colombia, la nación, dibujaba con color esperanza sus aspiraciones mundialistas.

En el entretiempo, con la selección empatando a ceros, las cabinas manifestaban el ron de pasillos que corría a voces por las tribunas del Campin: “Si meten a pachequito, sin lugar a dudas el partido será a otro precio”. El bolillo, desesperado, entendió bien el sentimiento de su familia tribunera y decidió alistar a Pacheco para el segundo tiempo.

Pacheco se alisto y salió a hacer lo mismo que sus pares, la ilusión se alimentaba solo algunos minutos, cuando parecían encontrar, los jugadores, un futbol lirico que los caracterizo mundialmente en otras épocas mas gratas; el periodismo se desconcertaba en los fogonazos titilantes de los suyos, no encontró mejores formas de mantener el rating que animar por medio de alabanzas nostálgicas de una historia pasada, mientras desde sus cambines neceaban torpemente los escapularios que el resto del año usaban como adorno para el cuello.

Solo hasta las postrimerías del encuentro, el divino niño tuvo tiempo de encontrar con su dedo a la deslucida selección tricolor: un tiro cruzado desde la derecha que “el pitufo” De Ávila empujo con la cabeza, hiso levantar al publico de su aletargo prolongado e hiso cesar las oraciones y suplicas que se enviaban al cielo como lluvia torrencial e invertida; “El pipa”, autor del gol, corrió hasta la banderilla del córner, mientras se levantaba el suéter para dejar ver su camisilla sudorosa que llevaba un mensaje de agradecimiento a Dios, la virgen y el divino niño. Habiendo ya dejado ver su fe ferviente se persigno varias veces antes de reanudar el partido; algún tiempo después el partido había terminado con victoria tricolor.

Al rato, ya adentrados en la celebración, unos niños que jugaban, motivados por la emoción viva de la victoria, reproducían, ante cada chillido de gol, aquella celebración famosa del “Pitufo”, incluso detallaron las veces en las que se dibujo la cruz sobre su pecho y el mensaje desliñado por el sudor de su camisilla, no dudaban tampoco en hacer comentarios con respecto al diablo tapado en el bordado del suéter rojo de Cali que vestía entonces.

Al día siguiente en los diarios del país, el divino niño y sus secuaces Santísimos y trinos, volvían a tener en la embajada colombiana un principio de nacionalidad y una acogida de héroes salvadores; El cielo volvió a ser tricolor y “el pipa” para todos no era mas que el ángel portador de sus buenas nuevas.


Ricardo Contreras García



... y sin más remedio que el silencio,
fingieron que todo estaba bien...
trataron de llevar una vida calmada,
sin apuros, lejos del mundo, lejos de todo.

pero entre Dios y el Demonio...
solo esta el hombre,
y en ese estrecho espacio, no hay un rincòn
que no pueda ser visto,
y de nada valen las mascaras.

con el último beso, por decision de ambos...
se alejaron.
uno hacia la gloria y otro, al fuego eterno.
ambos infelices, ambos.

ahora juegan a los enemigos,
a ser buenos y malos.
llevan el mejor de los trajes
y sus ojos procuran no cruzarce,
juegan a no amarse.


por: julio césar



A proposito del cumpleaños de mi barrio...

 

Aquel día del 79 nada era mas importante aquel encuentro, la multitud se agolpaba alrededor de los televisores para avistar el esperado enfrentamiento por el titulo entre Pambele, el hijo de la casa chambaculera, quien defendía su titulo y Freizer “Pepermint”, el panameño, sediento de revancha y venganza.

La señora Hilda Fernández, esposa de un marinero, Rafael García, y dueña del único televisor a blanco y negro de la cuadra del Paraguay, popular barrio de Cartagena, ofrecía su casa para ser anfitriona, para el barrio, del magno evento mundial de pugilismo. Su televisor, traído en alguno de los tantos viajes de su esposo al norte de América, media de ancho, un poco más de un metro y medio, por un metro casi exacto de altura; este, a partir de su llegada, marco una etapa de integración popular del barrio.



Y Así fue como, para el comienzo del espectáculo, se improvisaron sillas en los marcos abarrotados de las ventanas, en las baldosas veteadas de la casa,  en los brazos de las sillas y en las piernas ajenas de algún desconocido; la gente, que vivía estuporosa, no articulaba palabra triunfal alguna, por aquello de las cábalas y la desilusión, eterna compañera de aquella pequeña patria.

El duelo comenzó con un cruce de golpes que iban y venían: “kid” Pambele proponía una pelea abierta y veloz, mientras que el panameño lo esperaba; la gente agolpada e incomoda no hacia cesar el silencio estuporoso. Solo el traqueteo de la campana apabullaba el nervio colectivo y hacia secar las manos húmedas de aquellos distantes concurrentes, para convertirlo en verbena y murmullos estruendosos.  

 En alguno de esos estruendosos finales de round, se alzo una voz sabedora que causo silencio, el hombre anónimo pero sapiente, decía a modo de anécdota, que había una estrecha relación entre Pambele y Freizer y  que incluso habían vivido juntos en Caracas antes de la pelea del panameño contra el “guacharaco” Viera, en una pensión de huéspedes, donde posteriormente Pambele se había quedado radicado por algún tiempo.  

Para el comienzo del cuarto asalto el silencio nuevamente se apoderaba de aquella sala estrecha, algunos personajes, desde el piso, solo apuntaban a hacer comentarios de las veces que vieron a Pambele vendiendo cigarrillos de contrabando o embolando zapatos en Chambacu.

Al final, cuando la campanilla estaba a punto de ser zarandeada, Pambele amago con la izquierda y se abalanzo con furia sobre la ceja izquierda del panameño haciéndolo desplomar sobre la lona con una herida profunda por la que comenzaba a gotear sangre; la gente se paraba gloriosa de sus asientos y se abrazaba entre sollozos y algarabías; los malos olores causados por la abundante exudación que producía el nervio no pareció importar en aquel intercambio libertino de afecto.

Luego, la alegría continuaba: Pambele se dedicaba a “trabajar” la ceja herida de su contrincante con una marcha veloz, difícil de contener.


 En el quinto asalto, dejando atrás un par de arremetidas feroces de Pambele que habían dejado por saldo otros dos aparatosos desplomes, Pambele amago nuevamente por la izquierda y salió con furor por la derecha, abalanzando su puño macizo, que no pidió permiso, para plantarse sobre la ceja castigada de su par; Freizer “Pepermint” cayo vencido y la gente que en aquellos minutos postrimeros se había acercado al televisor, se levanto con una violencia apacible y se unió e un abrazo fraterno, eran todos una masa contagiada por un fin común; eran todos una masa heterogénea pero aunada por el fervor que producía aquel deporte fértil.



Ricardo Contreras García