twitter


(¿Odio a las masas? ¿Odio a las diferencias?)


La ciudad se ha constituido en una mole de cemento enferma de paranoia, su configuración se ejecuta a través del miedo infundido por los medios y por el boca a boca callejero, dejando a su paso, a la polis, un mapa mental de trazos, callejuelas y zonas inexpugnables, lugares marginales por los que se debe evitar el paso y  cuyo valor de peligrosidad, para el ciudadano, es asignado por la generalización injustificada de los medios, más que por sus experiencias de primera mano,  es decir, el ciudadano es abstraído de la ciudad  en la medida en que el miedo le inhibe a transitar las calles, a ser viajero del asfalto y a untarse del arrabal de sus plazas.

En el caso del barrismos, a nivel mediático, por ejemplo, las generalizaciones son recurrentes: ya no se toman, si quiera, la molestia de preguntar los móviles de las riñas sin antes señalarlos como criminales, reconociéndolos como irracionales y mutilándolos moralmente… dicho en otros términos, no cae una gota de lluvia a cien metros del estadio sin que  los líderes y colaboradores de los colectivos barristas, por lo menos, les rasque un oído o se sientan aludidos. De tal manera que los medios han generado una imagen virtual distante; una distorsión por abandono de profesionalismo que les condena a aprender a desarmar las espadas del texto, quitarle la crueldad aniquiladora a sus palabras y repensar la responsabilidad de su oficio.

(Soy barrista, No delincuente) 

El miedo, devenido de esta imagen mediatizada de la ciudad, ha llevado a la prevención frente al reconocimiento de la otredad, a la negación de espacios físicos dentro de la misma (estadios, por ejemplo)  y a un autismo individualizado, de tal forma que la ciudad, cuyo valor ciudadano se yergue en la posibilidad dialógica de la acción comunicativa, en la aceptación de las diferencias y en la posibilidad del disenso, termina por constituirse como un espacio de desencuentro más que de convergencia… ¡Ojo! ¡Nos están Robando la ciudad!

Ricardo Contreras García   



Quedarme aquí a tu lado. Sentarme junto a ti. Escucharte.

Apagar la luz que te molesta, que te resta belleza y que me intimida para tocarte.

Verte fijamente a los ojos, sin sentir temor de tu mirada.

Sentir que deseas sentir mi roce y por suerte, no poder huir de tu lado.

Buscarte en medio de la nada, para descubrirte a mi lado. Aún a mi lado.

Derretirme en tu ausencia, para luego evaporarme e ir en tu búsqueda.

No salir jamás.

Mientras el temor hacia los otros se perpetua.

Y mientras tu cercanía se torna en rutina.

Hago círculos con el dedo en el aire. Te imagino volátil.

Quedarme aquí a tu lado. Recordarte mi cumpleaños. Besarte en los oídos.

Aprovecharte.

Y después, extrañarte.


Por: JulioCesar.



Una sobre memoria…




Algunos días atrás leí una noticia que me causó estupor y hasta un poco de risa, se trataba de un censo inusual y descabellado que se estaba llevando a cabo en Medellín con los fantasmas, espantos y leyendas diabólicas que aparecían en los rincones de sus callejuelas y casas; yo, que siempre he sido incrédulo, me pareció por demás estúpido e impertinente.

Al respecto recuerdo que me pareció incluso irrisorio que se pudiera jugar de esa forma con el dolor de los familiares, pero peor me resulto el saber que era un negocio que representaba dividendos para una funeraria local. Sin embargo algún tiempo después, revisando a Barbero y su competencia histórica para una ciudad educadora, no solo encontré en el proyecto funerario una apuesta pertinente e interesante, sino que además me resultó ser un inventario vital para la memoria de la ciudad.

Contaba Barbero que cuando niño, en su casa en España, habría de dialogar con las fotos familiares y algunos otros objetos que representaban las generaciones genéticas que sustentaban y precedían a la suya, es decir, el ejercicio de su memoria era de cuestión cotidiana pues siempre tuvo la posibilidad de saber que los objetos eran la consecuencia de una historia antecedente, sin embargo, seguía contando, que hoy resultaba común encontrar nómadas citadinos que se mudaban de un lugar a otro, de un arriendo a uno propio, sin dejar nada a su paso, sin rastros, ni historias rastreables, ni un solo elemento que pudiese atar un lazo entre los sucesores y su historia próxima.

Eso me llevo a pensar que la búsqueda de nuestras leyendas urbanas y la desmitificación de sus fenómenos podrían ser un aliciente para el cultivo de la memoria de la ciudad, podría de tal manera establecer vínculos generacionales que se superpongan al interés metafísico del ejercicio.

Habrá ahora quienes piensen que los fantasmas no existen, que esa patraña sigue siendo un negocio, que no hay renta ciudadana de eso y yo podría incluso apoyarlos, pero el incentivo por descubrir la historia de los ancestros y luego darle explicación a sus fenómenos metafísicos cotidianos es también una apuesta por la apropiación de las historias locales, de la significación de sus espacios cotidianos como testigos históricos y de pertenencia por el entorno.



Otra sobre resistencia…

(i)Cuenta la leyenda del viejo Elvis que al sonido de su primera presentación los oídos se maravillaron con la interpretación irreverente y sobria de un puber de escasa edad, con problemas de acne y con un incontrolable y bastante notorio tic nervioso que enloqueció al mundo, muy a pesar del acervo conservador de los Estados Unidos en los 50´s.




Lo que en un principio había sido un defecto de ímpetu sobre tarima luego se convirtió en un performance de identificación con su público juvenil, su tic nervioso en la pierna lo alejaba mucho de la elegancia robotizada de Sinatra y lo  acercaba más a la rebeldía: solo con quebrar su cintura, mover un dedo y pedir del público paroxismo. Su música, alimentada de la fusión de country y blues, consiguió un sonido fuera de las formas convencionales, que fomento nuevas formas de vivir, no solo la música, sino también la cotidianidad, la relaciones y la ciudad. 

Esto, sin lugar a dudas, derivo en la creación de una estética de liberación lograda a través de la resistencia, cargada de significación tanto en el sonido vertiginoso como en su  puesta en escena de contorsiones corporales, cuyo vigor se enfrentaba, a capa y espada, a la hegemonía del tradicionalismo conservador que ya gozaba del veneno de sus aires viciados.



(ii) Algo similar  había  sucedió con Miguel Abuelo, prolijo poeta y cantante, quien agobiado por la dictadura de Juan Carlos Onganía y su política de represión artística, decidió exiliarse a una vida gitana en Europa.
Argentina, por aquel entonces, era un hervidero: la depresión y la baja autoestima corroían de a mucho la urdimbre social; sus artistas, por ejemplo, iban a la cana una vez tras otra sin contemplaciones, se les acusaba de alteradores del orden público y de desvariados, sus letras  pasaban exámenes de aptitud  en los anales de un congreso hegemónico; la ilusión citadina estaba cuarteada por el miedo a la represión militar y en consecuencia la desesperanza reinaba con amarga ligereza.




Después de naufragar sobre su "balsa de madera", como diría en unos de sus simples, en su caótico paso por Europa, cayó en avión sobre Palermo con su misión escrita en la frente -Vengo a levantarle el cachete a los argentinos- era casi como prometer vida en el Creonte y aun así, sobre la copa rota, construyo una obra cargada de un optimismo honesto y poético, explorando psicodelia y manipulando el espíritu; logro llevar a escena su habilidad de actor y artista callejero para darle expresividad declamatoria a sus poemas/canciones. Tal como en otras proporciones había sucedido con Bethoven en la 9°, su obra ensimismada y sorpresiva  logro un dialogo con el alma de la nación que se resistía a las secuelas del despotismo.

“Nadie quiere dormirse aquí
algo puedo hacer
tras haber cruzado la mar
te seduciré
por felicidad yo canto
Miguel Abuelo – Himno de mi Corazon
Ricardo Contreras García
“quiero ser Abuelo”




         






Los olores revueltos: orín fermentado, pisos mal lavados y papel higiénico sucio de mierda seca; hacen que cualquiera frunza el ceño y se dé golpecitos de en la nariz con el fin de cortar el aire por algunos instantes y así, evitar el hedor. El recién llegado examina rápidamente el panorama para saber en qué territorio se encuentra, sospechando de cualquiera que este dentro de aquel lugar.

Uno de los tres orinales que había estaba desocupado. En los otros dos, un tipo gordo y alto trataba de mirar hacía el techo, pero se descubría en ocasiones mirando – sin querer- al hombre de al lado que hacía lo mismo. Ambos estaban en una tensión por querer cortar el chorro para no tener que soportar la competencia implícita que suponen eso espacios de poca privacidad.

El tipo, aún en la puerta, baja la mirada un poco y descubre un par de tenis rojos con blanco y un jean a la altura de los pies. Mientras las piernas velludas estaban descubiertas, el aroma empezaba a salir de aquel sanitario, delatando la situación que se estaba llevando a cabo.

No lo pensó más y se dirigió a uno de los sanitarios y se encerró. Orinó con complacencia, pues le urgía hacerlo y mientras el orín hacía su danza triunfal, el tipo no dejaba de leer las inscripciones en las paredes – paredes de baldosas que suponían ser blancas, y matizaban con un café mugre y un sudor hediondo que las hacía ver viscosas-. Cada una de las gráficas era dedicada al falo. Cada inscripción evocaba momentos eróticos e invitaciones sexuales de muchachos que se declaraban buenos en el sexo y muy “open mind”. ¡La chupaban gratis!

Los hombres de los orinales se lavaban las manos en el instante en que el recién llegado se dirigía a lo mismo. El hombre se detuvo esperando su turno. Los otros dos, aún tensionados, se lavaban las manos sin mirarse. Como si el otro no existiera y si por casualidad se cruzaban las miradas, los ojos sufrían una re-orientación de unos 180 grados. ¡Muy buenos disimulando!

Al fin salen al tiempo. Y el tipo que esperaba se acerca e imita las acciones de los otros para lograr mojar un poco sus manos. Piensa en ese momento que el chorro de orín que salió de su pene tenía más presión y era más generoso. Pero su orín olía más fuerte. Por eso, y solo por eso, se resigna a esa escasez de agua ¡Y de jabón! Porque el dispensador es un envase plástico de alguna bebida.

Apunto de lanzar su queja sobre aquel lugar a sí mismo; escucha el sonido del cinturón del hombre que empieza a levantarse del inodoro, ¿qué habrá comido?, es nauseabundo aquel olor. Se apresura a secar sus manos con papel higiénico, ¿no se supone que eso es para otra parte? Y feliz por saber que ya se va de ese lugar se detiene: ¿Me puede hacer un favor? ¡Es que acá dentro no hay papel! Le dijo el tipo de que estaba cagando.

Si hay algo que no se perdona jamás, es dejar indefenso y desamparado a un individuo en la soledad – y también frialdad- de un baño público. ¡Jamás! Le pasó el papel, una cantidad generosa ya que el muchacho le advirtió que la evacuación había sido completa, fulminante, abundante.

Por fin podría salir de aquel baño sintiéndose bien por la buena acción realizada; pero en la puerta una mujer lo esperaba con la mano extendida: ¡La colaboración! ¿Colaboración? ¡Con semejante panorama de baños! ¡Mejor vaya y ponga más papel, que el pobre tipo casi no encuentra con que limpiarse el culo! Le largó a la mujer tal respuesta y se dispuso retirarse. Y le surgió una duda: ¿Cómo será el de las mujeres?


Por: JulioCesar