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Y desde el cielo cayo una estrella que se escurría por la comisura de una grieta. El cielo estaba roto y la estrella se escabullía escapando a su soledad.


La estrella cayó ante mis ojos con una luz fulgurante que no quemaba mi piel ni encandecía mi mirada. El cuerpo celeste se sostenía sobre su aura sin tocar el suelo de los mortales. De su luz cálida y turbia surgió un boceto de un rostro sonriente que improviso un beso sobre mis labios, dejo sobre ellos un sabor a vino tinto que mancho mi carne e hiso retorcer mi lengua en su cueva obscura.


De pronto, la estrella hiso desaparecer el suburbio que nos rodeaba, y en cambio, dibujó un vidrio liquido que se movía al compas del viento, sobre él se hacían líneas luminosas reflejadas por los faroles y por el urbe opulento que se erguía al final del vidrio. Caímos sobre un muelle de madera húmeda que crujía, y dejamos que la noche arropara la incertidumbre de nuestros cuerpos.


La estrella juro, con su mirada fija sobre la mía, caer todas las noches para bendecirme con su cálida compañía, pero la luna cayo al final del vidrio tras la urbe de las opulencias y jamás abandono mi costado. Se quedo con mi vida entre sus brazos y mi vida al borde de un colapso.


Dedicatoria: Doriani Hidalgo Marrugo


Ricardo Contreras García





Sí, yo se que será raro, pero hoy he de confesarme, he de confesar un sentimiento que llevo guardado hace mas de 2 años, es un sentimiento que aun vibra y late como aquella ves…

Y no sé si sonara infantil o amanerado si les confieso que en mi infancia hubo héroes de carne y hueso que alegraron mi discurrir sedentario y aburrido, héroes de carne que llenaron mis ojos de brillo haciendo correr el balón al antojo de su cuerpo.

Y pensar que todo comenzó un enero del 96 cuando por aleatoriedad fuimos todos confinados a pasar los siguientes 11 años en un salón común donde escribiríamos historias con cada uno de nuestros agasajos y carnavales. Lejos estaba de imaginarme que conviviría con héroes que amenizarían mis mañanas y algunas de mis tardes.

Recuerdo que ese año del 96, aun sin conocer bien la funcionalidad del balón, nos ordenaron por grupos para participar en las olimpiadas salesianas, recuerdo aun el día que llegamos del descanso y encontramos en cada uno de nuestros pupitres bolsas verdes que envolvían suéteres del mismo color; al desenfundarlas se mostraba en el pecho de aquellos suéteres un escudo mal teñido que decía “Atlético Nacional”.

Ese año quedamos campeones, sin embargo, para mí, el futbol era un aparato sin uso ni servicio, de manera que no me esforcé por recordar celebración alguna al respecto de la victoria.
Pero a pesar de mi apatía ante el deporte, sería estúpido negar que ese fue el génesis de todo, desde ahí se comenzaron a fraguar hazañas, personajes y cábalas que terminaron por hacer legendas que aun hoy retumban en las paredes de aquel colegio.


Daniel José Díaz Ponce









Recuerdo que aun sin ser amante del futbol, de vez en cuando me pasaba por el coliseo para observar uno que otro gol.

Ese día llegue al coliseo faltando escasos minutos para terminar el descanso, entré y me senté en las graderías que se encontraban abarrotadas de gente.

Estaba jugando el equipo de mi salón. La victoria lo clasificaba a la siguiente ronda, faltaban pocos minutos y el resultado parecía ser lapidario… 2 – 2, cuando de pronto un balón que vuela… Daniel lo mata con el pecho a espaldas al arco y se tira de cabeza contra la madera de la cancha empujando el balón con su pie… y el coliseo se estremeció con un grito unánime ¡GOL!

El autor había sido Daniel Díaz Ponce, una figura naciente en el microfútbol inter curso, que se hacía llamar “el chorro” por un disfraz malogrado del Zorro en uno de tantos octubres. Desde ese día el rumor de su habilidad comenzó a correr por los pasillos de la institución.

Algunos años después, haciendo uso de su gran habilidad aérea, fue convocado por primera vez a la selección salesiana para jugar un zonal que daba cupo al campeonato nacional de colegios.
El primer partido era contra San Roque de barranquilla, el chorro fue enviado al banco por su poca preparación. El partido comenzó como cualquier otro, salesiano abrió el marcador algún tiempo después de comenzado el encuentro.

Pero el encuentro se hiso difícil cuando el rival se agrando y volteo el resultado, el publico se levanto de su asiento y comenzó a gritar con furor prolongado ¡Choooro! ¡Choooro! ¡Choooro!...
Baldiris, el técnico, hiso caso al público y con fastidio hiso entrar al novato que recién entrado mato un balón con el pecho y nuevamente se lanzo de espaldas al suelo golpeando el balón con la punta de su pie, el balón pico y cruzo la raya… ¡GOOL! Gritamos todos, incrédulos ante la hazaña.


Jasón David Caro Vargas

No hay duda, de aquella camada de jugadores este fue el más brillante de todos: pisaba el balón con maestría, tenía una precisión en el pase difícil de igualar e infundía miedo en sus rivales de turno.

Aun recuerdo la cara de preocupación de la gente cuando este hombre se lesionaba… también recuerdo lo diferente que se veía la selección y el equipo de salón cuando se ausentaba por compromisos con la selección bolívar. La selección sin él era como un arroz de pollo mezquino: mas arroz que pollo…

También recuerdo con alegría y orgullo el día que vi su nombre en una convocatoria nacional de Lara para la preselección Colombia.

Algún tiempo después cumplió mi mas anhelado y entrañable sueño, firmo con América de Cali para jugar la copa Colombia.



Carlos Alberto Clavijo










Su desempeño en su posición como poste se resumía en un sobrenombre colocado por un compañero de equipo en un nacional, le llamaba “el candadito” aunque su remoquete más conocido ere el de “Tío Rico” colocado por un anónimo en conmemoración de una gorra que cargaba ese mismo nombre.

Nunca vi un poste que transmitiera tanto como él: jerarquía, mística y carácter fueron siempre unos de sus más marcados atributos.

Recuerdo con mucha gratitud un partido contra San Roque, en un zonal clasificatorio al nacional, recuerdo que en un tiro de esquina “El tio” se abalanzo con su cuello largo en busca de la pelota, la pelota cayó en su parental izquierdo y el balón se fue al Angulo del arquero barranquillero…

“El tio” no quiso celebrar con ningun miembro de su equipo, solo corrió a la tribuna con un brazo cubriendo su rostro y con el otro alzado señalándome en la multitud…

Debo confesar que pocas veces me he sentido tan orgulloso como aquella vez, pocas veces pude sentirme tan cercano a la gloria.



John Freddy Chico Escorcia













Siempre pensé que sería el sucesor de Garrincha, y es que no había en el equipo alguien que se ganara la línea mejor que él, parecía tener la cintura rota cuando hacia sus enganches endiablados para vencer oponentes.

Recuerdo que en un partido de semifinales contra el temido equipo de Medina y Agamez, John Freddy, haciendo uso de su irreverencia ante la adversidad, se hecho el equipo al hombro y remonto, con dos de sus goles, un marcador adverso, poniendo a su equipo en la final.



Diego Fernando Escobar Polanco











Llego en 7º a nuestro salón. En su primer día de clases entro al salón tarde, tal como siempre nos acostumbro, se sentó al lado de Esteban Ahumada y comenzaron a improvisar una charla entre desconocidos. El era de tés clara, ropaje desliñado y unos ojos hondos enmarcados por unas ojeras bastante pronunciadas.

Rápidamente y gracias a su espontaneidad se gano un apodo que hacía referencia a su lugar de origen, “El caleño”.

Cuenta la leyenda que en cierta ocasión Gilberto Baldiris, técnico de la selección salesiana, lo había llamado para probarse en prácticas.

Diego llego tarde, justo en momento en que calentaban las piernas probando los reflejos del arquero. El caleño pidió una chance de cobrar y le rodaron el balón hasta llegar a sus pies, diego tomo distancia y pego un riflazo que se desvió y pego en el palo haciéndolo retumbar, con aquella metralla hiso mover la arquería algunos centímetros, el arquero, visiblemente asustado, entrego los guantes y dijo –No, ya no tapo mas-

Luego, al finalizar ese año, salió campeón con el suéter de Holanda, en el mismo equipo de John Freddy y “El chorro” luego de ir perdiendo 3 por 0, pero después de la hazaña no lo volvimos a ver.












¡GRACIAS MUCHACHOS!


















Ricardo Contreras García



Como una culebra extendida. Así se explaya la extraña y desfigurada fila de personas que se poza a las afueras de la plaza. La fila, coloreada de comienzo a fin con variados y heterogéneos ajuares donde predominan los colores vivos, se mueve al compas de los bajos ahogados por los muros del bastión rojo que se yergue a las orillas de la avenida Pedro de Heredia.

Al comienzo de la extensa fila, aplastado por el vaivén jubiloso de la abundante masa, se encuentra un joven, que espera su momento de entrar a la arena viendo con atención la boleta que dice en grande “The King of Rocha” y que exhibe el cartel de cantantes de champeta al servicio del picó.

- Erda ese es el Chawala… este es el Anne Swing… erda pero y ¿este monito quien será vale?

El, un joven de más o menos 18 años, de estatura baja y que además viste con una chamarra café de marca Adidas, es un granito de arena más en este espectáculo carnavalesco de emociones y sabores. El, al igual que todos los que esperan, solo anhela contemplar sin tapujos al coloso de rocha.

Tiempo después, el joven de chamarra caminaba casi en zancos hacia la arena. Luego de pasar los arcos de la plaza y la requisa obligada, quedó a su vista el Coloso que temblaba imponente en la mitad de la arena.

Este, un titán de más o menos 4 metros de alto y 8 de ancho, con 16 bajos y coloridas pinturas que se titulan en nombre del Rey de Rocha, es hoy, por su imponencia irradiada, el motivo de tanto jubilo.

En la arena la gente forma un alfombrado que tiembla al compas de los vaciles, perreos y espeluques que lanza el Chawala y Sobrino con su batería desde la tarima iluminada que se ubica en el medio de los bafles portentosos y vibrantes del picó.

El joven después de su inercia obligada por el impacto visual de tan magno titán, busco un espacio en la multitud y se sentó sobre un muro.

A tres metros de el, en las graderías, había un hombre tuerto de turbante rojo que bailaba empinado girando sobre sus caderas y gritando desaforado el disco de turno.

El hombre solo detuvo su baile alocado cuando desde los arcos, bajando las graderías, caminaba una mujer morena, despampanante en su contoneo de caderas al andar. El hombre del turbante detuvo su vaivén y se dedico a mirarla hasta pasar. La mujer llevaba en la parte inferior de su espalda un tatuaje que parecía una chapa de ganado bobino con el nombre de su dueño… “Mister Black”.

La mujer camino hasta la parrilla de un señor que vende chuzos. El hombre, gordo y bonachón, que bailaba con desparpajo, meneando algunos chuzos con su mano; por momentos cerraba sus ojos y descuidaba sus carnes a medio asar.

- Señor deme un chuzo… ¡Señor un chuzo por favor! Mmjum este man no escucha mi vale… ¡Señor un chuzo por favor!

- ¿ah? ¿ Ah? ¡Haa! Si claro doñita con mucho gusto.

El hombre entrego el chuzo a la morena, mientras observaba con humor la cantidad de personas que se amontonaban como pirañas hambrientas en las chazas que expendían licores: Club Colombia, Ron Medellin y Old Parr eran algunas de las botellas que se veían salir de ahí.

También debió mirar a un joven embriagado que bailaba como poseído por sus antepasados indígenas: Recargaba todo su cuerpo sobre uno solo de sus pies y brincaba mientras movía sus brazos con libertad, parecía ejecutar un ritual ancestral.

Pero, aun en su muro donde permanecía estático, el joven de la chamarra café seguía hipnotizado con la opulencia del Titan de Rocha, al parecer había venido solo a verle…

A las afueras, detrás de los arcos de la plaza, la fila, cual culebra, se dejaba crecer con el tiempo, seguía siendo carnavalesca y festiva: un fiel retrato de la cultura cartagenera.

Nada había cambiado, solo el había mutado en su estado de viajero. Aun guardaba intacta su chamarra café pero no cabía duda, había mutado. En su cambio mutante se había quedado embelesado viendo erguida a esa bestia tecnológica al servicio de la cultura.



Ricardo Contreras García



¡Va a morir! pero no puede ver la hora de hacerlo, sigue acostado sobre el pasto como un chichón sobre el suelo, con el sol a plomo, con su exudación goteante en todo el cuerpo, con el escozor del pasto seco contra su pecho y con el frio del metal en el costado.

¿Que falta para morir? ¿Hará falta un poco de dolor?

El muerto alzo su brazo endeble y cansado para mover el machete que no causaba dolor y el metal cayo sobre la pradera, el frio se marcho de la piel del hombre que yacía acostado sobre la dehesa.

El hombre abrió los ojos y escupió el pasto seco que se introducía en su boca y sonrió. Su costado estaba intacto, sin rastro de linfa ni llagas profundas ni leves. El hombre sonrió al notar que su muerte aun estaba distante, que su mente le había jugado una mala pasada. Feneció en su estado de muerte y no murió.


Ricardo Contreras García



En un lugar más allá de las murallas, existe Cartagena, una ciudad de gente trabajadora y honesta que día a día se levanta, con el brillante sol costero y le sonríe a la vida. En aquella ciudad olvidada, de mil vericuetos y de secretos de esquina, hay un pueblo de negros, mulatos y mestizos que entre carcajadas y piropos pierden protagonismo por la historia mal contada.

En un tiempo fueron una sola Cartagena, dentro y fuera de la muralla. Todo pertenecía a un mismo dueño: la gente. Pero con el tiempo, la gente se dejó sacar y en su lugar, hay hijos fugitivos de piel roja, vetusta y de lenguas extrañas.

Pobre Cartagena, la mandaron a las sombras. Pero aun allí, en las sombras, se escucha el son del cartagenero, el olor de la arepa de huevo, el sabor del agua ‘e panela y uno que otro “nojoda” para dar fin a una conversación.

Más allá de las murallas, existe una cultura. La que no le pudieron arrebatar, porque esta innata en la gente, y que ahora se dinamiza y se funde con lo nuevo, para no perder vigencia: hay subculturas.

Ojala esa ciudad no se pierda no se pierda en las sombras del olvido, que crezca hacia horizontes posibles y que rompa su silencio. Ojala que en medio de todo, no pierda los tambores y el mapalé y que le devuelvan a la india, el castillo y a su muralla también.

por: Julio Cesar




Hoy, hace apenas unos segundos, he encontrado sobre una mesa del segundo piso de la biblioteca Luis Enrique Borja Barón, justo antes de disponerme a leer un capitulo de Lozano López, el soldado del infortunio y la gloria, un pasquín, amarillista a simple vista, que se titula con rojo sangre “Crónica Judicial” y cuya portada carga una foto de un hombre abaleado, con un titulo espeluznante “A bala matan al Chino”.

¡He temido! Pues justo hoy había grabado una crónica del Mercado de Basurto en la que unos de sus personajes secundarios era un joven de 20 años que trabajaba transportando, en un carrito de balineras, la mercancía de algunos de los pasajeros clientes del mayorista “Guillermo Ramírez”.

¡He temido! Porque sus rasgos indígenas coinciden con los rasgos deformados del abaleado. He temido esta coincidencia, porque aun siendo apresurada, es de aquellos sucesos que suelen ocurrir en este mundo inexplicable de infortunios.

Aunque a decir verdad aun no se el porque de mi temor, quizás porque “el chino”, compañero habitual de mi madre en sus citas periódicas al mercado, me regalo desde la simpleza de su trabajo múltiples historias para narrar complejos sociales.

Quizás también he temido por mi madre, por su desolación ante lo adverso, por los recuerdos nostálgicos de aquellas historias que salían con desparpajo de su boca y ese anhelo de hacerse, con sus historias, una estrella fugaz en el pequeño firmamento de quien guiara a su antojo el camino de su carrito destartalado. Al menos mientras durara el alocado recorrido de sus pasajeros clientes.

Creo que también he temido por mi, porque desde que he descubierto mi ceguera pandémica he aprendido que todos los personajes que han desfilado por los renglones de este cuaderno han de ser ahora algo mas que simples personajes de roles… creo que ahora hacen parte de mi familia.


Ricardo Contreras García


Yo, un ser como cualquier otro, perteneciente al común de Cartagena, sin mas proeza que existir, he dejado este testimonio como parte del saber de un colectivo.

Vivo en el barrio el Paraguay de Cartagena. Mi nombre no importa tanto como lo que deseo dejar en constancia en estos cortos renglones. Y es que en este barrio he visto cosas extrañas.

Hace poco, mientras intentaba conciliar el sueño, sentí en mi nariz un extraño olor a hoja quemada que no identifique al instante, fue hasta concentrarme que reconocí el olor del pasado.

Recordé que en una de tantas reuniones clandestinas con mis amigos del barrio, en un callejón obscuro que quedaba al final de la calle, junto a una casa abandonada derrumbada por el matorral descuidado y creciente de un terreno baldío, algún intrépido habría robado una caja de habanos para experimentar por cierta cantidad de tiempo la tan anhelada experiencia de ser adultos, pronto y con una curiosidad desmesurada el pico de un habano comenzó a dibujar en el aire una silueta designada por el poco viento que corría en aquel callejón, tiempo después el callejón estaba inundado de un olor penetrante a hoja seca quemada, ese olor que a nosotros nos supo a madurez y que además no pudo borrarse nunca mas de nuestras mentes, es el mismo olor que merodeaba mis fauces.

Ese recuerdo evocado no me permitió resistir la curiosidad. Quise saber de inmediato el nombre del osado que había merodeado mi nostalgia.

Me pare y me dirigí a la ventana, me asome y vi en la puerta de la casa de enfrente a una señora robusta de facha descuidada que se mecía suavemente en una mecedora que crujía. En su mano izquierda cargaba un tabaco, mientras que con la mano derecha cargaba tres fósforos sueltos. En el suelo, sobre una baldosa astillada había dos colillas y una caja abierta y raída con bastedad. La señora tomo de la cabeza uno de los cerillos y la aplasto contra la pared mientras hacia correr su mano para hacerle prender. Con el cerillo flameante en la mano, prendió el habano al revés, y mientras lo arrimaba a los labios comenzó a recitar…


Puro, puro, puro

Yo te conjuro por la virtud que tienes y la que Dios te dio

Te pido que penetres en el corazón de Andrés

Para que no tenga tranquilidad para comer ni para dormir

Ni para diversión alguna mientras no este a mi lado

Que no sienta placer con ninguna mujer.

¡Satanás! ¡Satanás! ¡Satanás!

¡Luzbel! ¡Luzbel! ¡Luzbel!

¡Lucifer! ¡Lucifer! ¡Lucifer!

En vos creo

Que has de traerme a Andrés humillado a mis pies

Que sueñe conmigo

Que escuche mi voz

Que el siga mis pasos

Espíritu de tres abogados

Espíritus codiciados

¡Alfiler! ¡Alfiler! ¡Alfiler!

Santa María furiosa te pidió que me lo deis

O que me lo prestéis para que penetre en el corazón de Andrés

Y no lo dejen tener tranquilidad mientras no venga humillado a mis pies

Gallo que canta

Niño que llora

Pájaro que chilla

Perro que ladra

Gato que maúlla

¡Satanás! ¡Satanás! ¡Satanás!

¡En vos creo! ¡En vos creo! ¡En vos creo!

Mi mirada atónita decidió cerrarse, mientras mis pies se marchaban arrepentidos. El sueño se escapo de mi cama y no volvió por mi desespero.

Desde esa noche he perdido mi tranquilidad. He notado que la señora robusta es visitada en las noches por hombres bien parecidos y de buen vestir a los que quizás reparte sus besos al azar y sin meditaciones consientes de sus facciones bruscas y malogradas. Parece que ese sortilegio ha servido para encontrar consortes y amores pasajeros. Pero he vivido preocupado pues mi nombre es Andrés y ha empezado a gustarme...


Ricardo Contreras García





-Otra vez jugando a ver quien saldría victorioso, otra vez tú tomando las decisiones que jamás tuve yo la intención de tomar. La magia se estaba quebrantando… el final se estaba acercando como una serpiente que busca, morder a traición, a quien menos se lo espera. – dijo.

En aquella silla ella solo calló. Su vestido color rosa, sus manos pequeñas y sus pulseras de mil colores, no podían disimular su intención de arreglar todo. Entonces, se levantó y poco a poco se alejó, en silencio y con la mirada llena de odio.

El estaba allí, con una sonrisa fingida y sin expresión alguna en el rostro. Cuando ella desapareció, una lagrima rodó por su cara y cayó entre sus tenis de tela. Luego, caminó a la salida de aquel lugar y ya no vio rastro alguno de la mujer… o de la que luchaba por serlo.

Parece que el amor, es algo más que una dulce fantasía. Cada palabra que decimos puede destruir y construir, en una relación es igual. Tal parece, que la omisión de actos lastima y vivifica… ser cada cual, como siempre ha sido es vital, para no perder la identidad.

Lo cierto, es que Efraín, se encontró cara a cara con Evelyn y en un juego de la pasión, se fundieron en un beso. Beso que los llevo directo a la realidad… nada ocurría, todo era un vicio, una adicción. Cuando las cosas están mal lo están, y nada se gana con forzarlas.

- Ese beso solo se me resbalo y fue a caer en tu boca… pero nada sentí – dijo ella.


- Tú ya eres como arena de playa, que se saldrá cuando me bañe con agua nueva… con agua limpia de tu sal. – dijo él.

Así fue, ya todo había quedado en un simple intento. En el susurro de algo que pensó ser cierto, pero que resulto ser el afán de unos amantes, que bajo la noche, fueron prófugos de la luz de la luna.

por: julio cesar