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Desde hacia varias semanas no hacia más que pensar en mi obligación, se paseaban por mi mente los relatos atroces que merodeaban su figura; me habían pedido entrevistar a Héctor Pasteur, mas conocido como “el perturbado”, no les voy a negar, me daba miedo y no era para menos: el hombre a quien me disponía entrevistar llevaba a cuesta la sombra de su pasado, 77 mujeres acecinadas y torturadas en el transcurso de 6 meses, macabros hallazgos en las catacumbas comunes en las que acostumbraba amontonar a sus victimas y argumentos suficientes como para hacer desfallecer al mas cruel y frío de los hombres, mas sin embargo el miedo no era una excusa ¡tenia que hacerlo!

Recuerdo aun, que me sentía desahuciado, cuando cruce el marco de la puerta las piernas me temblaron y estuve a punto de caer, un policía del penal me condujo hacia el lugar asignado. Ya sentado y acomodado en las sala de visitas, aun un poco mareado, presto a la espera, lo vi venir, calzaba unos tenis de golf blancos cuidadosamente lavados, un pantalón de lino a rayas y un suéter polo sencillo, gozaba además, de una figura esbelta, un rostro limpio y carismático; debo confesar que no era lo que esperaba; rápidamente y al compás de sus pasos mi miedo supo desaparecer.

− Que tal caballero como me le va − Saludó cordialmente, me tendió la mano y luego aparto la silla para sentarse, se arremanguillo un poco las botas del pantalón y dejo ver las tobilleras finas que calzaba, monto una de sus piernas sobre la otra de forma delicada, mientras que con sus manos acomodaba sus manillas.

− Te noto un poco agitado y sudoroso − le cuestioné, el sonrío y me confeso amablemente que su agitación se debía a su timidez, pero el sudor que le corría por el rostro, era fruto de su realidad como presidiario, según me contó, eran diarias las amenazas que recibía: “el capo” del patio, a quien Héctor prefiere llamar “señor”, era el esposo de una de las victimas que engrosaba su historial homicida. El sudor en su rostro era entonces por causa del trajín diario para salvar su vida.

Por: Ricardo Contreras García

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