El aire gélido que se filtraba por la ventana era el motivo de mi aletargo. Mi mente estaba perdida en tu recuerdo, y el, omnipresente, atacaba como vil traicionero con su llegada intempestiva pero apacible.
Mis ojos se fijaban en el paisaje transitorio que corría tras el vidrio a medio correr de la ventanilla, pero mi vista deambulaba perdida en un agujero negro al final de la galaxia de tus recuerdos.
No podía evitar sentirme atado a tu mano, mientras nuestros pies se deslizaban danzantes sobre el calicanto, la linfa de los negros esclavos y los inmensos peñascos esculpidos por el viento, esto, bajo la vigilancia cómplice de una luna sin estrellas que iluminaba nuestro sendero enrevesado y pedregoso.
Era claro que el viento que se escurría por la ventanilla de aquella buseta no era tan gélido como la sensación de tu ausencia y el estupor por tu incierto regreso: mis ojos sufrían por el destierro de tu sonrisa de su cristalino, malcriado por tus gestos complacientes y muecas insinuantes; mis labios, sedientos, deseaban saciarse en el manantial de tus labios húmedos, y mis manos, nerviosas, temblaban cuando pasaba otro sol acompañado de su luna plateada, sin dejarles caer sobre tu atavió de terciopelo.
Solo un golpe destemplado logro sacar mis pies de los peñascos; el atraco súbito de la buseta en mi morada logro desatar mi cuerpo encadenado a sus recuerdos, pero el recuerdo nunca dejo de ser traicionero como las olas pertinaces del mar de nuestros sueños.
Ricardo Contreras García
Dedicatoria: Doriani Hidalgo Marrugo
28 de julio de 2009, 9:13
mmmm lo voy a pensar... el problema es q a duras penas escribo en el mio ahora imaginate estar en 2 blogs