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Quiero sangre sucia para mi sacrificio...
Quiero hacer de la podredumbre mi artificio…
Quiero matar su aliento de infausto bruno…
Sacar de su sesera el vacio y el abrumo…

Acabar con su lacónico y desprolijo lapso…
Hacer en su testa hueca un lazo...
Entregarla sin aprieto al averno…
Dejar el hachón al abuso de su cuerpo…

Quiero voltear su faz con un asidero…
Hacer un marchamo en sus enjutos pellejos…
Escuchar con postín su plañir…
Quiero ver la pizca brillar en el satín…

Quiero hacer zancos y retozar…
Hacer de la linfa una parte de mi ajuar…
Explayarme con la sangre que sale de mis trebejos…
Y conminar que en zalema salude a mi abuelo…


Por: Ricardo Contreras García.



Me preguntarán que ha pasado con ella y yo les diré lo poco que se. Que hace algún tiempo partió para nunca mas volver…

En mi curiosidad, alimentada por el deseo de guerra, logre averiguar que se hallaba en manos de un despiadado libertador con ínfulas de Napoleón, de quien dicen en el cabildo es un obtuso.

Le dicen Bolívar y esta enamorado. Es un libertador emancipado con su espada y divina consorte, que se mese en su funda esperando ser empuñada, con quien galopa sobre macizos y cordilleras idílicas y apacibles. Parece no extrañarme.

Y yo, cargando una tizona cuarteada, sin brillo y sin recuerdos, a la que bastantes yagas le debo, por ejemplo esta del cuello, de un mesnadero pérfido que le pico por su desidia.

¡No lo puedo evitar! Extraño mi vieja espada, la que sin turbaciones y osadía venció al tonel de curvas desliñadas y harapos de fique y me embriago con sus propios dones de guerra, la que reflejaba en su flanco el deseo de mi sentir, la que ha visto mis lagrimas recorrer mis mejillas en el gimoteo propio de mi mugir…

Aun extraño y anhelo blandirla en mi ultima batalla con la vida, sentirme halagado por los dioses y morir con ella, agarrados por un abrazo eterno de nunca acabar…

PD: Continuación de La espada y el tonel

Ricardo Conteras García





Casi que suspendidos en el aire, en la cúspide de uno de tantos picos que rodean el altiplano Cundiboyacense, se encuentran ellos, quienes orondos posan ante el pincel bizarro de Botero. Es la familia presidencial, quienes dan la espalda a la nación para gesticular con vanidad los ocultados trazos de su senil discurrir. A sus espaldas, bajo aquel manto escarpado, a algunos 3000 metros de allí, hay una nación que se mueve a voluntad sobre un territorio aproximado de 2 millones de kilómetros cuadrados, con desasosiego, hambre y quizás un poco de pena; es un pueblo con problemas históricos alimentados por círculos viciosos de poder y aliviados por soluciones improcedentes.

Ellos, La Familia, hoy han decidido dejar que el pincel muestre con desparpajo su grandeza, es un oleo de 5 metros de alto por 8 de ancho destinado para la exhibición publica, ocupará un lugar en la sala, junto a las fotos no tan grandes de sus predecesores, quienes coinsidencialmente llevan, después de sus nombres de cajón, apellidos que se reparten sin orden en los documentos de los retratados.

La familia había pensado posar con un fondo que alimentara su retorica reeleccionista, pero decidieron, de forma faraónica, emular el sol: colgarse de la más alta cúspide que encontrasen y desde ahí, con humildad, acercar su imagen al vulgo, escaso de ídolos pero tullido por el juicio que les condeno de por vida a mirar como cipayos: hacia arriba.

Hoy, como siempre, la excentricidad es el foco de visión, es la costumbre de las majestades y el martirio de sus penantes. Es por eso que nadie se extraño cuando al inicio de tan rimbombante ceremonia se le pidiera a Botero ser condescendiente a su procedencia popular, de manera que se le ordeno retratarse con su lienzo justo detrás de La Familia, en un rincón como si tratase de escapar del lienzo, con un grito lapidario murieron las renuencias - ¡delante de nosotros solo esta el norte!- El, pueblo a fin de cuentas, acato la orden con reniego silencioso.

Para efecto del retrato, La familia ha decidió llamar a Juan Carlos Garavito, un prestigioso oficial de meritos burocráticos que ha cuidado los intereses de La Familia desde que era joven, fue llamado a conformar un ejercito que mantuviera de forma armoniosa el ambiente en la casa de adoquines y lujos en la que viven, luego del ultimo enfrentamiento entre godos y cachiporros. Se ha encargado de frustrar centenares de atentados, entorpecidos por el hambre de sus ejecutantes, contra las carrosas de oro macizo aun jaladas por caballos de medio oriente.

Además, también fue llamada, la siempre servil, Sor María Elisa De las Casas, quien gano su apelativo servicial por ofrecer sus favores a los obispos de turno, es además directora de las escuelas publicas, desde donde reproduce sus saberes religiosos y éticos, desde donde, dicen los padres en centenares de cartas aun selladas por gotas de viruta, solo enseña mojigatería.

Ellos, como cualquier otra cosa dentro del marco de este oleo, son objetos ornamentales llamados para enriquecer la grandeza de sus protagonistas. La idea surgió en la testa de Elisabeth Benedetti, la primera dama de la nación, quien hiso alarde de su vanidad desmesurada para pensar cada detalle de la magnánima obra de la aristocracia, ella detallo minuciosamente cada detalle para la consecución de su adorno banal, incluso pidió en préstamo al Museo General de Indias en España un pulso de oro tallado perteneciente a la colección precolombina de los Musikas. Para vestir pidió a su sastre un vestido de telas finas con un gabán de piel de angola negro. A su barbero ordenó hacer dos mojones sobre la cabeza, perfectamente acomodados de manera que se pudiera exhibir la belleza de su piel aria y su cabello amarillento.

Ella, muy a pesar de su atareado y dispendioso calendario de maquillaje y ornamenta, intento lograr que su madre, Doña Maruja Benedetti, corriera con la misma suerte, pero sus achaques seniles no le permitieron encajar en el vestido enterizo que se le había preparado, de manera que ella, en recurrencia a su nostalgia, agarró un harapo fino y con su movimiento trepidante ajusto sus pellejos enjutos dentro de la tela del vestido.

A unos metros de ahí, estaba Marcos Román Pombo, el presidente, limpiando con recato sus zapatos de mocasín negro. Hoy usara su vestimenta de gala: Smoking negro, pantalón negro, camisa de lino y sombrero de copa. Pues, en un acto sin precedentes, será retratado para el público el rostro del adorno democrático más grande del País, hasta este entonces el pueblo emanaba suplicas para ver su rostro con la consigna del cambio prometido, hay quienes aseguran no haberle visto nunca, pero hay quienes tuvieron el infortunio de verlo en caseríos ganando adeptos para luego verle desvanecerse en la puerta de un palacio opulento de medidas plutónicas y de usos micro celulares.

Ya a puertas del inicio del stage, casi a gatas, se asoma una criatura regordeta, de piel blanca y melena ensortijada, Elisabeth da la sentencia en tono molesto - ¡Que la cargue la abuela! – dice mientras se acomoda el rubor en sus mejillas esféricas. La criatura que camino a gatas sin rendir cuentas a nadie, es la hija de la pareja presidencial cuyo nombre es aun desconocido pues sus padres dicen ignorar el nombre del registro, tiene aproximadamente 6 años y aun no camina con ligereza y le cuesta estar erguida, aun no habla, solo balbucea y maúlla. Nada raro seria que la encargada de su asistencia alimentaria y de su aprendizaje motriz fuera Condesa, la gata mimada de la Primera Dama, a quien el pelo de ratón le produce alergias y salpullidos y quien muy seguramente acata el hambre urgida de su ama poniendo su teta hinchada en la boca momisa de la futura Dama.

Así pues transcurre el tiempo en el pincel de Botero para retratar a tan demacradas distorsiones. La culebra, según Fernando, fue un momento de inspiración que simboliza y vivifica a un personaje bíblico que desde el edén condeno al mundo a las miserias del pecado, se hace llamar Lucifer, quien según Botero, convive armoniosamente en el retrato del infierno junto a al trivial tributo a la banalidad.

Ricardo Contreras García


Ya perdí el color en los ojos

Tu imagen no se ve igual

De ti… solo me queda

El desprecio.

Ahora, vendí mi alma

A un buen hombre que se apiado de mí,

Se la llevo a lugares sin horizonte

Para que la ilusión no volviera a mí…

De mi tiempo,

Ya nada queda

No hay tiempo, solo un vacio

Lento y sin razón.

Eres la culpable de mi rostro

La figura que ahogo,

En un silencio…

Frio, tibio y desolador.

Caminé… y lo sigo haciendo

Pero en el fondo

Me duele saber que todo es así…

Al fin de cuentas, soy lo que decidí ser

Y tú eres, lo que eres, porque escogiste no ser más de mí…


por: julio cesar