Con la sonrisa a medias, sus manos sosteniendo las de ellas y la mirada fija en los ojos color miel de esa mujer, juró quererla. Mintió. Besó sus labios como tantas veces lo había hecho antes, solo que por un momento creyó descubrir la amargura que le producía hacer eso.
Ella, sonría a todos, se aferraba a su brazo con tal fuerza que nada en el tiempo hubiese podido desprenderla de su lado. Su vestido azul cielo, sus zapatos perfectamente combinados y esa sonrisa, eran toda la magia que la acompañaba ese día. El resto, era una obra de teatro bien ensayada.
Sabía que en ese instante él no estaba totalmente feliz, sabía que estaba ganando una batalla a medias, sin embargo, se sentía triunfadora ¡perdedora! Se condenaba a una vida llena de fotos con poses perfectas, de esas que se cuelgan para que todos puedan observar, pero que distan de los rostros reales.
Ambos tomados de las manos saludaban a todos los presentes. El matrimonio es de esas ocasiones que todos celebran, en las que cada quien brinda por algo distinto, pero que en el fondo, guarda su dosis de costumbre y de vanidad.
Ella y él no serán el mejor de los matrimonios, pero al menos lo aparentan: salen a vacaciones juntos, se llaman por “osito” ella a él y por “muñeca” el a ella. No serán el mejor de los matrimonios, pero al menos son reconocidos como tal: con televisor plasma incluido, juego de comedor, cubiertos de plata y una cama bastante grande para dormir lejos el uno del otro.
por: julio cesar
24 de abril de 2010, 20:58
solo un sacrificio....dos corazones juntos en mundos separados.