"Y aveces una jaula nos da la libertad". Melendi.
Josué
regresó a medio día a su casa. Estaba inquieto por la llamada de su amante. De Emma
era poco lo que conocía, después de siete años de relación. Decididamente la
amaba, pero la idea de aquel hombre muerto en el barranco le rondaba la cabeza.
Al abrir la puerta le extrañó no ver a su mujer. Luego de entrar, escuchó voces
en el estudio. Entró y las dos mujeres lo esperaban.
- Amor, la Srta. Emma ha venido buscándote. – le dice la esposa y sonríe- Hemos estado conversando mientras llegabas.
- Hola Josué. – lo saludó Emma mientras se acercaba a darle un beso en la mejilla. – tu esposa es muy amable.
La
miró extasiado. Aquel vestido negro que ajustaba toda su silueta, le recordaba
porque la había elegido. Y ese nuevo corte de cabello hasta la barbilla y el color
café chocolate, realmente realzaba sus ojos. La miraba como quien tiene enfrente
un espejismo; una idea que había concebido desde hace algún tiempo, al fin, se
le hacía realidad.
- Amor. – le sonrió la esposa- los dejo solos para que puedan hablar tranquilos.
- Gracias. – le respondió.
La
puerta se cerró e inmediatamente, Josué cambio su aspecto. Emma, por su parte,
disfrutaba ese momento. Se sabía deseada y además, estaba llena de esa fuerza
que la había empujado otras veces a hacer lo que le venía en gana.
- ¿Qué te has propuesto?
- Así que cambiaste tu número de celular.
- ¿Cómo sabes eso?
- Tu esposa me lo dijo. ¡Es muy querida! Te dije que íbamos a hablar y eso mismo estamos haciendo.
- No juegues conmigo.
- Ni tú conmigo. ¡Yo te amo!
- No más, Emma. ¡No más!
Tomándola
por el brazo, la llevo hasta la puerta.
- No vuelvas.
- No lo haré. Te lo juro. Pero, ten cuidado. Así como maté al mesero, te puedo matar a ti.
En
el apartamento, Melissa la esperaba con las ansias de quien está amando casi
que con dolor. Al escuchar la puerta
salió a su encuentro, para ver a una mujer derrotada. La tomó entre sus brazos,
y la sostuvo por algún tiempo. Luego, le dio un beso para animarla.
- Yo estoy aquí y ya no hace falta nada más – le dijo.
- Ya no quiero seguir con esto.
Emma
caminó hasta su cuarto y cerró la puerta. Se quedó dormida en pocos minutos. La
tranquilidad que sentía, fue interrumpida por una sensación de soledad. Se
despertó de golpe, como si la hubiesen tomado por lo cabellos. Escuchó el
silencio a su alrededor y salió del cuarto.
- ¿Melissa qué pasa?
Buscó
por toda la casa pero no la encontró. Halló una nota en la cama, en dónde
Melissa le explicaba que lo mejor era alejarse de ella, porque mientras Emma
pensaba en aquel hombre ella se desvivía por llamar su atención. Tenía un
contrato en otra ciudad, y estaría fuera por tres meses. Se sintió un poco miserable, pero el saber
que nuevamente estaría sola la hacía sentir bien. En ese momento, alguien tocó
a su puerta. Emma se apresuró a abrir, temiendo que era Melissa que se había
arrepentido.
- ¡Hola! – la saludó la esposa de Josué al otro lado de la puerta.
- ¡Hola!
- ¿Puedo pasar?
- Claro.
La
mujer, en ese momento, le pareció un poco envejecida. Además, para su edad –
unos 36 o 38 años- se vestía demasiado formal. Emma cerró la puerta con
cuidado, desconfiando de cada movimiento de aquella mujer. Justo cuando la vio sentarse en el sofá de la
sala, se apresuró a sentarse frente a
ella.
- Así que tú eres la amante de mi marido.
- ¿Cómo? – le preguntó Emma extrañada.
- Escuché todo. La sospecha, siempre me ronda la cabeza.
- Pensé que las señoras como Ud, no espiaban tras las paredes.
- Cuando hay mujeres como tú presentes, siempre hay que espiar. ¡Con las zorras nunca se sabe!
- Me está ofendiendo. ¿Qué está haciendo aquí? Yo pensé que Ud y él ya habían terminado su relación. ¡Para él era un tormento!
- Eso solía decir. Pero aun así, nunca ha querido firmar el divorcio. Yo siempre seré su esposa, mientras él siga aferrado a la idea de tenerme a su lado. Y tú, seguirás siendo su nada… porque ya no te quiere a su lado.
- ¿Solo vino a decirme eso?
- ¡No! Tengo algo que proponerte.
La
miró y sonrió al instante. Emma, tuvo la sensación de estar frente a una mujer
distinta a la que le había servido café en aquella casa. Se acomodó mejor en la silla, sintiendo un
frio recorrerles las manos y las piernas. Sabía que lo iba a escuchar, sería
decisivo para su vida.
Por: JulioCesar