La peinilla azul que
solía tocar tu cabello, ahora descansa sobre la mesa de vidrio que estorba en
la sala de esta casa. Una y otra vez te dije que era un espacio demasiado
pequeño para una mesa tan grande. Pero tú argumentabas que no había otra que se
viera mejor con los muebles nuevos.
Dejaste la peinilla
aquella noche que saliste sin decir razón alguna. La dejaste sobre la mesa,
porque antes de salir te acomodaste los
rizos. Sé también, por la marca en el espejo y los rastros en mis parpados, que
te echaste sombras en los ojos. ¿Te arreglabas para alguien?
Dejaste, además, en
el aire el olor dulce de tu perfume. Y aunque parezca extraño, logré adivinar
que llevabas el pañuelo azul contigo. Siempre le habías temido a la noche. Decías
que envolvía demasiados secretos y misterios. Sin embargo, amabas las novelas
de Aghata Christie y el Extraño Mundo de Jack.
Tus cosas siguen
allí, en la casa. Las pocas que dejaste. La cama doble y la nevera que elegiste
siendo tu y no yo, y justo allí la crema para depilar. Sigues apareciendo en
mis sueños y yo construyo bosques completos a tus pies. El esmalte
para uñas color azul fantasía y el polvo para los pies, nadie los ha movido de
su lugar.
Mierda. Toda la
mierda que dijiste no borró el vacío. Simplificaste las cosas a tus deseos, en
un cuerpo que quizás no te pertenece. Volviste tus motivos en razones justas. Dejaste
mis intentos reducidos a poemas con versos copiados de Benedetti y a flores de
valores mínimos. Eras, antes de irte, una delicada figura idolatrada en mis
ideas.
La mesa por fin ha
dejado de estorbar. La cama y la nevera las mantengo conmigo porque no soy bueno para comprar electrodomésticos y demás.
La peinilla y tus demás cosas, descansan en un cajón del lado izquierdo del
closet. De allí no volverás a salir. No por ahora. No en este espacio de mi
vida, en el que he renunciado a ti. Me miro en el espejo y sonríes, pero sé
evitar tu mirada.
Esa noche en la que
te fuiste, no dejaste la nota que siempre solías dejar en la nevera. Esa noche
en la que te fuiste, desperté hecho una confusión de ideas, un sobresalto de
emociones y un temor a recordar. Yo prefiero, si así lo quieres creer, leer a
Eco y sus paseos. Pero tú juegas a lo desconocido, soñando con superar la mente
de Poirot. Y en un descuido apareces en mi mano, con el color del esmalte que
dejaste. Pero oportunamente te lanzo al rincón del olvido conveniente. Y es que
somos dos, que sumamos uno. Una moneda lanzada al aire, que aún continúa
girando sin caer en la tierra.
Por: JulioCésar.
29 de marzo de 2012, 8:48
què triste