" Recuerdos, esos que se encierran en nuestras mentes y los hacemos nuestros para no sentirnos vacios. Esos que nos cuentan cuanto hemos vivido... ellos, los recuerdos... los eternos... los que se escriben en en el fondo de cada ser".
Abrí los ojos, era aun temprano, me pareció nunca haber dormido. Estaba ansioso, no tardé mucho en alistarme, ni en desayunar. Al poco tiempo Salí y ya me esperaban, eran dos, habíamos acordado encontrarnos allí y después del saludo tomamos el taxi, que distinto a otros días eran muy escasos, todos querían subir a uno.
García iba delante, junto al conductor, Andrés y yo, en la parte de atrás. El conductor contó historias traídas de los cabellos, que relajaban el tenso aire. Pero aun así, la multitud de jóvenes como nosotros que llenaban la entrada del lugar, nos hizo volver a nuestro antiguo estado. Teníamos la bendición que toda madre da y nuestras propias suplicas como único elemento común entre todos.
Mire a lo lejos y ví, otros mas agolpados para poder comprar, recordé haber olvidado algo. Camine hacia la multitud, me abrí espacio entre todos ellos, como quien busca un tesoro en medio de la espesa jungla. Al fin, quede frente a aquel señor con lentes grandes y ojos profundos, que a pesar de todo lo que ocurría afuera, era capaz de andar con calma. Como si al interior de la tienda, el tiempo cambiara de dueño.
- Chocolates- dije.
- Cuantos?- me dijo, mientras con su dedo índice, levantaba sus gafas.
- Dos.
García, me miraba de lejos. Siempre, tenia la intención de cuidarme, solía pensar que yo estaba a su cargo. Con las manos en los bolsillos y la mirada fija, me esperaba mientras otros compañeros le hablaban. Andrés, aunque tímido estaba realmente entretenido, pero se veía en sus ojos, el temor que llevaba, pues él, era la mayor esperanza.
Se abrieron las puertas y todos, al tiempo, querían entrar. Me daba la impresión de que esa masa de gente, poseía un solo cerebro, un solo corazón y que en definitiva, era muy torpe. Todos quedamos en distintos salones, el tan afanoso examen de estado, era necesario y lo sabíamos.
Al entrar en cada salón, buscamos reconocer a alguien, un posible cómplice en la ardua labor de corroborar respuestas. En eso García era experto y le resulto sencillo hallar ese alguien. A Andrés y a mi, nos costaba mas ese tipo de cosas. Por eso, Andrés solo entró se sentó y espero las instrucciones. Yo hice lo mismo, coloque los chocolates en el brazo de la silla y pensé tener hambre.
- el examen se dividirá en dos sesiones.
Dijo una mujer de aspecto extraño. Era profesora, de esas que todo el tiempo dan la impresión de pertenecer a otro planeta. Con su falda de flores, una blusa café y su cabello desgreñado sonrió a todos. Y comenzó a llamar lista. Cuando al fin dijo mi nombre, levante la mano y me miró, como alguna ves me ha visto mi abuela. Logró asustarme.
Tomé el extenso examen, era un pliego bastante grande, todos se las ingeniaban para doblar, abrir y responder. Poco a poco, cada pregunta fue pasando y el reloj se había vuelto un gran enemigo. Era el único capaz de distraernos y presionarnos, el fin de cada hora, era un tormento más, pues la profesora a cargo solía decir:
-falta poco, lean bien… y dense prisa.
Su discurso era un tanto aterrador. Salí del salón, sin chocolates. Se supone, eran para los nervios, pero al parecer me habían servido para más. Andrés, me buscó entre los que estábamos sentados y su cara era de satisfacción. Pero cuando se me acerco, también note hambre en su expresión.
García tuvo una emergencia, su organismo lo engaño. Su gran estomago esta vez, lo había traicionado. Tantos fritos comió que montó urgente en una moto y tomó rumbo a su casa. Andrés, se quedó en el restaurante cercano y yo, camine a casa de mi tío, allí me esperaban.
García, llegó a su casa y sin saludar entró al baño, nunca lo había extrañado tanto. Descanso de inmediato. Ahora si, todos listos regresamos al segundo tiempo, la sesión debía empezar y todos teníamos un compromiso.
Salimos satisfechos, pero lo que realmente sucedía, era que nos hallábamos en shock. Algo producto de los muchos errores que habíamos cometido, pero aun así, teníamos la esperanza. Nos reunimos con otros tres, tomamos otro taxi y la dirección para entonces, era algo incierta.
Llegamos a la casa de un amigo, todo estaba preparado. Los del curso estaban allí. Era la celebración de algo, que ya sentíamos nuestro. No hacíamos mas que comentar, esto y aquello, como buscando resguardo en los otros.
La noche fue nuestra, fue de diversión y de tragos. Una despedida anticipada, juramos no separarnos y seguir en contacto; los amigos se reconocían… la huella marcada por los años era evidente, el afán de dejar claro cuan buenos éramos también.
Pero la noche no fue eterna, fue fugaz, fue etérea. Y los momentos se hicieron recuerdo para todos los presentes, los señalados estaban cansados. García, se acerco a mí, estaba preocupado, quería llevarme pero no quería irse.
- Voy solo – le dije
- No…
- Si, tú continúa. Tranquilo
- Entonces toma…
Me dio un dinero envuelto, el y los otros se habían tomado el trabajo de reunirlo. Querían estar seguros de que llegaría bien. Andrés y yo, subimos al taxi y nos despedimos de la fiesta. Gracia, me hizo prometer que lo llamaría cuando llegara.
En verdad aquel día había sido de muchas emociones. Hoy me desperté mas calmado, con la zozobra de una batalla que apenas comenzaba y con el guayabo que se genera por la cerveza y el ron. Con el recuerdo de ayer y con un olor a mierda de bebe en la boca.
15 de octubre de 2008, 6:25
la verga... eso es un capitulo de un libro de memorias, me acabas de dar una idea pensemos en hacer un libro...
Ricardo Contreras