"Las gafas ya no las soporto, a la gente parece no molestarle estar aquí".
El chico de enfrente puede tener algunos 18 años. Lee algo que aparenta ser interesante. De vez en cuando levanta la cabeza y en una de tantas veces, notó que yo lo miraba. Se intimido un poco y continuo su lectura. Parece que el paso del tiempo no lo afecta, que el avance del reloj le es totalmente indiferente. Supongo que cuando se está en la situación de él, el tiempo es una brisa abrasadora que te acaricia sin temor a lastimarte.
Más allá, esta aquel señor de camisa roja, sombrero en la cabeza y de una forma de hablar tan particular que supongo que su vida no está enviciada por la ciudad. Debe ser de algún pueblo cercano. Debe estar allí sentado, durmiéndose, por una mala pasada del azar. Que envidia me da, más o menos a su edad ya yo utilizaba gafas.
La chica simpática y mal vestida que está al lado del muchacho que lee, lo mira con disimulo mientras mete y saca de su boca una de esas chupetas redondas. Cuando yo podía chupar, aun no habían de ese tipo. Me mira por curiosidad y trata de ocultar una sonrisa burlona entre sus labios. Quizás, no ha podido darse cuenta que aquel vestido verde manzana, que se supone debe ajustar en las piernas, realmente la hace ver más gorda de lo que es.
El reloj acaba de anunciar las 9 am. Llevo más de tres horas aquí. Mi hija está encantada hablando con una extraña. Es típico en ella. Siento que la muerte me habla al oído;que la vida se me va. Después de tantos años de café, de cigarrillos, de pereza, de esperar… esta espera me tiene harto, me tiene muerto: a mi edad, a mis 87 años, esperar es morir un poco. Porque, el tiempo es una brisa fría que con su abrazo, en cualquier momento, puede dejarme tieso.
por: julio cesar
6 de febrero de 2010, 9:22
Muy bueno... En algún momento todos hemos deseado lo mismo... La gran diferencia es que con 87 primaveras la cantidad debe ser muchísimo mayor!