Con que desprecies a la gente ya me resulta suficiente… pero no quiero ser escueto en lo que digo por no parecerme a lo que piensas. De momento quisiera describirte como uno de esos jóvenes de ayer, posiblemente un nuevo Dorian Grey.
Alguna vez un Abuelo me enseño que la verdadera juventud no consistía en un rango de edad, ni mucho menos que eso en las texturas de una piel, la verdadera juventud consistía en la inquietud de cuestionar, en la manera como, a veces, se llegaban a preguntas sin respuestas. Y como veras nada tiene que ver esto con tu mocedad banal y vacía. Entendería yo que eres un escupitajo de aquellas serpientes que tranzan, cogidas de la cola y ubicadas por aquella mano invisible que todos temen en describir y que, por decir poco, no es más que fino despotismo de buenos términos.
Tu rostro maquillado muestra la máscara que te esconde, tus ojos grises con sus parpados estirados no conocen llanto del sufrir de mi país, tus cachetes robustos de la gula y el dinero, piel sin poros y tus manos… ¡oh! ¡Tus manos! sin cayos de trabajo, dadivosas de pútrida pulcritud, lamentan que te domine la vos a gritos cuando la inteligencia te traicione.
Lo que te diferencia de los otros es que, en los últimos, las palabras pesan para romper los muros de su cuarto mental, demoler hoteles y en casos excepcionales hasta para devorar los muros de Berlín; en cambio las tuyas son ligeras como las hojas, no son del viento la brisa, son del viento un lamento que se arrastra con dejos desfallidos por los riscos del destino.
Tus bacanales no se parecen a los de los hombres que se resisten a la necesidad, son bacanales del esnobismo que nunca conoció significados. Tu imagen es fría, quizás, un poco, como tu suelo, pero nada te vale para asesinar.
Es por tanto y más que espero con ansias tu muerte, ojala como la de la lluvia sobre el asfalto… sin doliente. Quisiera ese día despedirte con el epitafio de Marechal “Somos Padre de los piojos, abuelos de la nada”.
Ricardo Contreras G.