El arroz de coco tenía ese olor exquisito que solo podía dar a entender una cosa: que la abuela estaba cocinando. La casa, tenía el mismo orden de toda las tardes, desde hacía ya unos veinte años. La mujer que revolvía el caldero había heredado el arte de la cocina de su madre, que les enseñó a todas sus hijas para qué fueran unas excelentes esposas. Luego, cuando creció, descubrió que la verdadera razón por la que aprendían ese arte era para no morirse de hambre ni ellas ni sus hijos. Porque el infeliz con el que se fue a vivir no se merecía ni un poco de arroz bolado.
Danilo, se asomó a la puerta de la cocina apenas un poco para observar qué preparaba su abuela. Ella, comprometida con su labor, picaba tomate y cebolla para empezar con el guiso que acompañaría la menudencia que iba a preparar. El niño, de unos diez años, entra con cuidado para no ser demasiado impertinente. La mira por algunos segundos, hasta que ella le pregunta: ¿Y a ti que te pasa?
La cocina de aquella casa la conformaban cuatro paredes sin pulir, un mesón, una nevera y la estufa. Además, un estante para los platos. La costumbre siempre había sido la misma, comer a las 6.30 de la tarde, motivo por el cual, se empezaba a cocinar a eso de las 4.30 o 5 en punto. Ese día no había sido la excepción. Pero Danilo, con su presencia estaba dándole un cambio al ambiente y su abuela lo percibía. Tenía en la cabeza una duda que no lo dejaba tranquilo. De solo pensar en eso, le dolía el estómago y hasta le daban ganas de ir al baño.
- ¿Abuela, te puedo preguntar algo?
- ¿Preguntarme algo? Bueno, si puedo ayudarte trataré.
- Si, tú debes saber.
- Bueno, dime rápido que los palos no son pa la cocina.
- ¿Abuela, yo seré cómo mi papá?
La abuela detuvo toda su labor. Aun estando de espaldas a su nieto, no pudo evitar sentir aquellos ojos grandes y penetrantes, que tantas veces había declarado ser los más bellos que había visto, como un par de puñales que le chuzaban la espalda para obtener una respuesta.
- Ay mijo, nadie es como nadie. En el mundo, no hay dos iguales. Pero a veces, la vida nos castiga a los grandes con los pequeños como tú, aunque ustedes no tengan nada que ver en nuestros errores.
- Entonces, yo no seré como él. – sonrió Danilo.
- Bueno, algo debes tener. Hasta te ríes como él. Pero tú tienes el corazón de tu abuela. Lo más importante mijo, es que quieras ser un buen hombre. De corazón puro. Y que trates siempre, de no torcer tu camino. ¡Ahora sal de aquí! ¡La cocina no es pa los pelaos!
Danilo corrió hasta la entrada de la casa. Miró el árbol allí sembrado y pensó en su vecina diciéndole que sería igual a un padre del que poco conocía. Solo había escuchado las peores historias de aquel hombre, pero en el fondo sentía que era solo una historia a medias. Sonrió al saber que en su pecho, latía el mismo corazón de su abuela. Pero otra idea empezaba a rondarle la cabeza: ¿Cómo se tuerce el camino?
Danilo, se asomó a la puerta de la cocina apenas un poco para observar qué preparaba su abuela. Ella, comprometida con su labor, picaba tomate y cebolla para empezar con el guiso que acompañaría la menudencia que iba a preparar. El niño, de unos diez años, entra con cuidado para no ser demasiado impertinente. La mira por algunos segundos, hasta que ella le pregunta: ¿Y a ti que te pasa?
La cocina de aquella casa la conformaban cuatro paredes sin pulir, un mesón, una nevera y la estufa. Además, un estante para los platos. La costumbre siempre había sido la misma, comer a las 6.30 de la tarde, motivo por el cual, se empezaba a cocinar a eso de las 4.30 o 5 en punto. Ese día no había sido la excepción. Pero Danilo, con su presencia estaba dándole un cambio al ambiente y su abuela lo percibía. Tenía en la cabeza una duda que no lo dejaba tranquilo. De solo pensar en eso, le dolía el estómago y hasta le daban ganas de ir al baño.
- ¿Abuela, te puedo preguntar algo?
- ¿Preguntarme algo? Bueno, si puedo ayudarte trataré.
- Si, tú debes saber.
- Bueno, dime rápido que los palos no son pa la cocina.
- ¿Abuela, yo seré cómo mi papá?
La abuela detuvo toda su labor. Aun estando de espaldas a su nieto, no pudo evitar sentir aquellos ojos grandes y penetrantes, que tantas veces había declarado ser los más bellos que había visto, como un par de puñales que le chuzaban la espalda para obtener una respuesta.
- Ay mijo, nadie es como nadie. En el mundo, no hay dos iguales. Pero a veces, la vida nos castiga a los grandes con los pequeños como tú, aunque ustedes no tengan nada que ver en nuestros errores.
- Entonces, yo no seré como él. – sonrió Danilo.
- Bueno, algo debes tener. Hasta te ríes como él. Pero tú tienes el corazón de tu abuela. Lo más importante mijo, es que quieras ser un buen hombre. De corazón puro. Y que trates siempre, de no torcer tu camino. ¡Ahora sal de aquí! ¡La cocina no es pa los pelaos!
Danilo corrió hasta la entrada de la casa. Miró el árbol allí sembrado y pensó en su vecina diciéndole que sería igual a un padre del que poco conocía. Solo había escuchado las peores historias de aquel hombre, pero en el fondo sentía que era solo una historia a medias. Sonrió al saber que en su pecho, latía el mismo corazón de su abuela. Pero otra idea empezaba a rondarle la cabeza: ¿Cómo se tuerce el camino?
Por: JulioCesar