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Un culebrero sale al encuentro de un desprovisto reportero con el fin de contar su peculiar historia. Así comienza la que es a mi gusto la más formidable y robusta película colombiana de todos los tiempos, su comienzo pronto lanza el presagio de que cualquier cosa puede suceder.
El culebrero empieza a enmarañar un discurso aturdidor que rompe con el gris capitalino y pone sobre la mesa un reto inspirador contra el anzuelo inmobiliario de la polarizada ciudad bogotana; se pone así, ante nuestra vista, su primer rasgo magicorrealista: la herejía del paisa en Bogotá.
Pronto nos percatamos que las marañas del paisa embaucador han surtido un efecto envolvente, nos han llevado a una yuxtaposición interesante de condiciones y matices: por un lado hay una fría burocracia que parece no inmutarse en lo más mínimo por la precaria situación del hombre sobre la tierra, de hecho pareciese como si ningún giro dramático pudiera perturbar su vida de maniquíes amantes de la vida por la vida; por otro lado encontramos la cálida acogida de un hogar (caracol) cuyo valor más primigenio recae sobre la dignidad, pues es a sangre y muerte lo único que les resta y, muy posiblemente, lo único que les ate a su existencia.
La relación también es notable en el diseño artístico de cada representación, de manera que la riqueza comunicativa que mantiene la Casa Uribe con sus desparpajos, lamentos, rituales y celebraciones contrasta con la compulsiva obsesión de Holguin de premeditar con éxito los estúpidos avances de su abogado. Igual sucede con la lectura rápida a la que anima el estilizado pent-house del villano, frente al barroco pausado y minucioso que amerita el habitad de la casa Uribe.
La tención no se hace esperar. La tragedia en la invasión a la Pajarera hace descartar que el futuro de la Uribe sea al menos parecido, pero deja prever que la burocracia se volcara contra ellos con todo su arsenal jurídico sin contemplaciones. Aparece entonces el segundo momento mágico-real cuyo vigor parece absorbido por la exposición de Gundmunsson Erro (1932) en su obra Interiores norteamericanos en la que “capta con gran claridad la situación precaria en que se encuentran los burgueses bien acomodados en medio de un mundo poblado predominantemente por gente hambrienta. En uno de los cuadros, varios revolucionarios vigorosos miran de modo amenazador por las ventanas, después de haber empezado a penetrar en la casa típicamente burguesa de suburbio.Siendo que en sentido contrario, pues son los burgueses quienes penetran con fría hostilidad la escandalosa hegemonía del habitad Uribe.
La guerra parece como de león contra cordero, pero la ignominia y la aparición revitalizante de la virgen ponen en tela de juicio la, aparentemente fácil, victoria del ego Holguin, para lo cual aparece el plan de migrar como las aves de la manera en que lo explica su director, Sergio Cabrera “Un grupo de cien personas no se puede llevar una casa en un mes, ni en tres meses ni en un año, y todavía menos con una grúa. La película hace que esto parezca posible.” A través de la extraña figura del caracol (volador ¿?) que lleva a cuesta no solo su dulce hogar, sino también lo que estima de sí mismo, lo que es para él digno.
Entre tanto las introducciones de elementos inesperados a la trama son una constante, al punto de encontrar con sorpresa una culebra ensañada en un árbol, a la que además se le atribuyen metáforas de posesión y de resistencia; o la introducción del cura cuyos hábitos hacen calentar su sexo con una travesti que luego terminara ridiculizando y penetrando la intimidad doble moralista de los hombres de gris. Algo similar había tratado Julio Cortazar en su célebre cuento  "Casa tomada" donde, motivado por la "revolución" peronista de 1945 y la revolución que sigue amenazando hoy día a las familias burguesas por todas partes de la América Latina pese a la tregua de la privatización, escribe una historia en la que “el narrador y su hermana viven cómodamente de las rentas de su estancia familiar. Ninguno de los dos está casado y su esterilidad se subraya por sus pasatiempos: el narrador hojea los álbumes de estampillas de su padre mientras su hermana teje y desteje. El ambiente extraño, raro, mágicorrealista del cuento proviene de la ocupación misteriosa de varios cuartos de la casa por invasores que nunca hablan ni aparecen en el cuento y, lo que es aún más raro, sin que los protagonistas ofrezcan la menor resistencia.”
Siguiendo con la historia, las mil y una artimañas que usan los inquilinos para evadir el compromiso y poder migrar con rapidez, te hacen recordar que estas siempre en manos de un paisa palabrero cuya fuerza y acento recae en la magia de su ingeniosa hazaña y en lo que puede incluso volverse incontrolable para el mismo director.

Cuando llega a nosotros el acto final, aparece la historia del extraño rumor que mato a un pueblo y con ella el himno, que es quizás el único acervo patrio que les resta, para al final romper, una vez más, la normalidad del proceso de expropiación con una explosión que hace venir las paredes de la devastada casa, seguida de la puntillosa y célebre frase final… “Ahí tienen su hijueputa casa pintada”.
De esta manera el film se coloca en una postura clara, sin escatimar esfuerzos en expresar su arte, diciendo a viva voz que su magia se manifiesta en “la introducción, sin énfasis, por el artista,  con un estilo aparentemente sencillo y preciso, de un elemento inesperado y/o improbable en una obra predominantemente realista, que crea un efecto extraño o maravilloso y deja al espectador o al lector desconcertado, aturdido, o agradablemente maravillado”, este argumento toma fuerza en los postulados de Jung en los que afirmaba, desde comienzos del siglo, “la necesidad del hombre de completarse juntando lo irracional con lo racional” lo frio y lo cálido; lo opulento y lo desprovisto.

Ricardo Contreras García

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