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La violencia que azota al fenómeno barrista, no debe entenderse como problema en tanto no se dilucide los factores influyentes y su nivel de incidencia en el fenómeno, de esta manera se podría desvirtuar la violencia como fin último del fenómeno, integrándola, así, a los factores que la producen, alimentan y contribuyen, obteniendo de esta manera una mirada más completa de la situación que permita replantear las posibles soluciones.


Entender la violencia como causa y efecto del fenómeno ha generado un marco legal desnaturalizado que se manifiesta en el Art 3 de la ley 1270 de 2009 cuyo espíritu legal se fundamenta en la coacción y el control sobre la masa; este control, incoherente con la naturaleza social del constituyente, desconoce el espíritu de intervención social y cultural que supone un fenómeno como este.


De esta manera se hace necesario dilucidar la incidencia de factores exógenos en la naturaleza del fenómeno  para así fundamentar y replantear una legislación de intervención social que acoja y reconozca dichos factores para, además, hacer del marco normativo una herramienta integral para la solución de las enfermedades que perjudican al fenómeno barrista.                

Ricardo Contreras García "El bambino"
      



"Las gafas ya no las soporto, a la gente parece no molestarle estar aquí".

El chico de enfrente puede tener algunos 18 años. Lee algo que aparenta ser interesante. De vez en cuando levanta la cabeza y en una de tantas veces, notó que yo lo miraba. Se intimido un poco y continuo su lectura. Parece que el paso del tiempo no lo afecta, que el avance del reloj le es totalmente indiferente. Supongo que cuando se está en la situación de él, el tiempo es una brisa abrasadora que te acaricia sin temor a lastimarte.

Más allá, esta aquel señor de camisa roja, sombrero en la cabeza y de una forma de hablar tan particular que supongo que su vida no está enviciada por la ciudad. Debe ser de algún pueblo cercano. Debe estar allí sentado, durmiéndose, por una mala pasada del azar. Que envidia me da, más o menos a su edad ya yo utilizaba gafas.

La chica simpática y mal vestida que está al lado del muchacho que lee, lo mira con disimulo mientras mete y saca de su boca una de esas chupetas redondas. Cuando yo podía chupar, aun no habían de ese tipo. Me mira por curiosidad y trata de ocultar una sonrisa burlona entre sus labios. Quizás, no ha podido darse cuenta que aquel vestido verde manzana, que se supone debe ajustar en las piernas, realmente la hace ver más gorda de lo que es.

El reloj acaba de anunciar las 9 am. Llevo más de tres horas aquí. Mi hija está encantada hablando con una extraña. Es típico en ella. Siento que la muerte me habla al oído;que la vida se me va. Después de tantos años de café, de cigarrillos, de pereza, de esperar… esta espera me tiene harto, me tiene muerto: a mi edad, a mis 87 años, esperar es morir un poco. Porque, el tiempo es una brisa fría que con su abrazo, en cualquier momento, puede dejarme tieso.

por: julio cesar





Con el gélido aliento de enero, así recibió el barrio mi avistamiento nocturno, como si fuera yo un artilugio de mal augurio, un andante escupido por demonios o un dado sin números de suerte.
No era vano el presentimiento del asfalto, su espíritu de barrio calmado, y a veces muerto, recibía con amargura mi presencia, pues desde las ocho horas del primer día de febrero había temido lo peor; un extraño sentir extrasensorial insinuaba a mi alma tranquila un estado de alarma continua.
Por eso, después de llegar a casa, revisé la correspondencia con angustia y presteza justo para encontrar lo que temía; una carta improvisada, sellada con viruta ante el apuro y escrita con una pluma con tinta de arado.

“…Por mis senos ha huido el agua de un rio salitre que seco su fuente; rio que deberá mantener su tierra árida ante la virtud procaz de vivir.
Las brujas, las rameras y vasallos inútilmente poderosos que se bañaron con júbilo en el rio, dejaron  sed sobre sus aguas paridas con sufrimiento y llamaron la ira de las maldiciones revertidas de arpías y saetas que sentenciaron sin meditaciones su destierro forzado.
Después de vivir con el alma despatriada, el rio no querrá ser rio sino un rosal de vastas espinas y gusanos propagadores de muerte, vulnerables únicamente a tu presencia, que le protejan de las pérfidas y estantiguas.  Solo tú me harás volver…”

La carta estaba ultimada con la firma de su nombre acompañado por el primer apellido del mío.
Un beso de mi boca volvió a sellar la viruta rota sobre el papel de tabaco y desde entonces mis ojos desataron su furia cristalina sobre el mundo, convirtiendo mi cuerpo en cause de un rio en busca de exilio; en busca de su cuerpo desnudo sobre mi cause estéril; en busca de una nueva patria para el amor… pues no me debo a la tierra en la que he nacido más que a la mujer que toleró mis dejos desfallecidos; no pertenezco a la tierra más que al amor.


Ricardo Contreras García