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"... Chao cariño, ésta noche lo he pasado bien!" Ella Baila Sola.

4ta Parte.

El vestido negro que llevaba puesto, lo había combinado con unos zapatos rojos de satín y su cartera preferida. Entró al restaurante y de inmediato reconoció a su esposo a lo lejos. Caminó hasta su lado y le dio un beso antes de sentarse. Luego de acomodarse, le sonrió.
  • Me gustaba más tu cabello rojo – le dice mientras acaricia un mechón- cuando me comentaste lo del carro no me habías dicho nada de este cambio.
  • No lo creí importante.
  • Ya has cambiado varias veces en el año.
  • Me aburro demasiado. – le dice ella mientras toma la copa de vino.
  • ¿Te ha gustado el auto?
  • Sin duda… así lo quería. –sonríe mientras mueve la copa suavemente.
La cena se prolongó solo lo necesario. Regresaron al apartamento para recordar viejos momentos, en los que el sexo era realmente gratificante. Cuando los orgasmos no parecían un coro desafinado ni los gemidos de una pésima actriz porno. Ella, se levantó a media noche a contemplarlo mientras dormía.
Eran totalmente diferentes él y el otro. Este tenía las uñas perfectamente cortadas, un bóxer de algodón y su cuerpo era el de un hombre que se mantiene con una rutina dedicada. ¡El amor platónico de cualquier quinceañera! Sin embargo, su esencia era vil y despiadada. Tan oscuras sus intenciones como los trajes caros que tanto le gustaban.
Recordó la cena. El auto nuevo. Su colección de zapatos. Los regalos después de cada pelea. El anillo de su mano derecha. Tomó el teléfono celular, marcó el número de su compañero de aventuras y esperó hasta escuchar su voz.
  • Hola. Si, también te extraño. ¿Cuándo nos veremos? Mañana. A las 7.00 PM. ¿En dónde? Es una sorpresa. No, mi nuevo carro aún no está listo. Iremos en el mismo de siempre.
Se miró en el espejo y no le gustó el color de su cabello. En la mañana se despidieron de beso. Ella solo le preparó café como siempre. Él la abrazo por la espalda, dándole un beso en la mejilla. La retuvo por uno instantes hasta que ella le preguntó.
  • ¿Desayunaras en tu casa, con tu ex-mujer y tus hijos?
  • Si.
  • Se te hace tarde, entonces.
Daban las 7.15 PM y ya se había dado al encuentro. La música dentro del auto estaba bastante alta. Ella lo veía sonreír y no podía evitar quedarse perdida en medio de aquel momento. Llegaron a un lugar bastante alejado, solo estaban ellos dos. El cuarto menguante de la Luna estaba encima de ellos.
Habían pasado las horas y estaban exhaustos. Ella reconoció en la mirada de aquel hombre, su propia mirada algunos años atrás. Cuando empezó todo su romance con el hombre de trajes elegantes. Sabía lo que significaba cada suspiro que el soltaba.
Le tomó por quinta vez una foto con su celular. Las mismas veces que se habían encontrado. El siempre sonreía cuando se sabía admirado por el obturador. Salieron a dar un pequeño paseo por los alrededores, en uno de tantos momentos ella lo llamó por su nombre.
  • ¡Raúl!
  • ¿Si?
Giró la cabeza para descubrir a su querida amante apuntándole con un arma. Dos disparos, dejó salir. Su cuerpo cayó por el barranco que estaba detrás de él y que la espesa neblina no dejaba ver bien. Ella, guardó su arma. Se quitó lo guantes y caminó hasta el auto. Lo encendió y aceleró.
Llamó en el camino a su estilista personal. Ya en el apartamento, le contó cómo sería su nueva imagen. Se cortó el cabello hasta los hombros. Lo tiño de rubio e indicó que le sacaran mejor las cejas. Esa noche encendió velas aromatizadas. Canela, el lugar olía a canela. Se sirvió dos copas de vino, se tomó la primera de un solo trago y recibió la llamada que siempre recibía a las 11.30 PM. La segunda copa fue más lenta, disfruto cada sorbo, moviendo la copa suavemente por momentos, hasta el final.

Por: Julio César.
Parte 1: http://sententiagiovane.blogspot.com/2011/01/revancha.html



" (...) que era su amor y su locura..." Lavoe.



Miró a su lado y aún estaba allí. Con su barba de cuatro días y con su olor a alcohol y cigarrillo. Lo miró detenidamente, reparó sus piernas delgadas y velludas; sus axilas sin depilar; sus uñas sucias; sus labios resecos por el sol. No imaginaba como llegó a excitarla tanto ese hombre, que al verlo le resultaba tan hosco y ordinario.
Estaba un poco maltratada. Se sentó en la cama y recogió su cabello desgreñado con ambas manos. La noche debió ser ardua y larga para ambos, ya eran las nueve de la mañana. El ventilador ya no surtía efecto, el calor la abrazaba por la espalda para luego deslizarse hasta sus senos. Tenía la sensación de haber tenido sexo como perros.
Se levantó al baño, pero le daba vergüenza andar desnuda, y que aquel sujeto la viera. Se envolvió en la sabana y lo dejó destapado. Sin duda era un tipo alto, fornido y con unos pies grandes. Prefirió no mirar el resto. Entró al baño del motel y descubrió en el espejo, su rostro sin maquillaje. No pudo mantener la mirada y dio la espalda.
Empezó a bañarse. Se mojó el cabello para disipar el calor. En una de tantas veces que pasó su mano por la cintura, sintió el toque de otra textura: áspera y callosa. El hombre estaba despierto. Nuevamente se dejó llevar y jugó a ser la mujer de alguien más. Luego de haber recordado porque había pasado una excelente noche en compañía de aquel hombre, lo dejó solo en el baño y empezó a vestirse.
Encendió su celular y vio las llamadas perdidas que le habían hecho. Termino de acomodarse y estaba lista para salir. El hombre salió del baño. Ella empezó a mirarlo nuevamente, sin descubrir nada asombroso en él. El tipo se vistió rápidamente. Ella pagó la cuenta y bajaron hasta el carro.
  • Te llevó hasta la parada de buses.- le dijo ella.
  • Bueno.
Encendió la radio. Escucho una canción que hace mucho tiempo no escuchaba. Pensó que había llegado el momento de cambiar de carro. Sacó la cabeza por la ventana para sentir el aire con más fuerza. Reconoció a lo lejos la parada de buses. Se detuvo.
  • ¿Y cuando nos vemos otra vez?- le pregunta él.
  • No lo sé. ¿Tienes para el bus?
  • No. – le responde, mientras sonríe apenado.
Entonces ella, descubrió lo que tanto había buscado. Su sonrisa, era distinta al resto de él. Quedó conectada por unos instantes con aquellos dientes enfilados, que hacían de sus labios algo agradable. Y sus ojos cobraban una intensidad lúgubre. Esa misma sonrisa fue la que hizo que lo buscará toda la noche. Le dio más dinero del necesario.
  • Volveré a llamarte. – le dijo antes de encender el carro y arrancar.
Al fin devolvió la llamada a su esposo.
  • ¡Hola! ¡estaba apagado! Salí a comprar algunas cosas. Si, estaba aburrida. Sabes, quiero cambiar de carro. ¿Qué hare con este? Lo donare. Si… está bien. Esperare a que regreses de tu viaje. Yo también… ¿Cómo? Si, también te amo.
Llegó a su apartamento. Cada rincón igual de lujoso. Se sentó en el diván de la sala y buscó en su celular el número de su compañero de la noche anterior. La fiesta había sido buena, el trago nunca antes la había seducido tanto, descubrir en aquel mesero una compañía para sí misma, fue algo que no se había propuesto. Miró a lo lejos la muñeca de cerámica fina que adornaba la mesa de centro, impulsó su pierna y la tumbo al suelo. Verla hecha pedazo la hizo sentí bien. Ni ella ni la muñeca, merecían seguir siendo simples adornos.
Por: JulioCesar





Miraba a través de la ventana, hacia un punto perdido en el horizonte, mientras Andrés me hablaba de un amor suicida, de la sangre de sus líneas pesadas, de cómo las musas desaparecían en el paraíso, me decía convencido que el amor es la sal de una herida que nunca cicatriza.

El, que había entrado en su etapa camboyana, después de aspirar el napal de la victoria en Apocalipsis Now, comenzó a hablar sobre su puta, amante del sado, que se encantaba de  guardarle en el placard para jugar a las escondiditas indecentes, pero que se encantaba aun mas en sacarle de su espacio voyeur cuando se escuchaba un adiós posesivo y el chasquido matutino de la puerta. “Tras la puerta todo calma tu gemido” le decía, mientras rasgaba sus vestiduras ligeras.

Dijo también, orgulloso, haberse aburrido del dulce vacío de la vida ligth, de los días mansos en que ya no le restaban deseos por pedir y había poco que mirar, de las empanadas y el vino.  En cambio sugería haber disfrutado mas cargando la cruz de los “mala vida”, que de no haberse suicidado ya, seria por haber recurrido a la cobardía, dejando la gran alfombra roja del moscardón, esa que parece un corazón, al filo de la espada del cruel destino. “Mi muñeco vudú se perdió en la tormenta, con mil alfileres clavados en mi corazón en venta”.          

Y yo que pensaba en volar encontré una razón: después de mil arrullos, de dejar la cama deshecha, de desperdiciarme en el diván, de confiar mi peso en los hombros del tiempo, pensé que para llegar tendría que arrastrar el pecho sobre el asfalto, con el morbo de un sado, con el afán de nunca ver cicatrizar mi herida y con el miedo de no guardar una de tus fotos, para verla luego en mi cajón, porque vivir no es vivir sin libertad y quien querer. Voy a poder... si nunca sale el sol.      

“Quiero volar entre los edificios
y saludar como gaviota” –
El viejo Andrelo, el buen salmón