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" - tu me caes bien, no se porque... - dijo, mientras entraba al salón"

Habían esperado el mismo bus por varias horas. Ella recogía y soltaba su cabello, mientras él bajaba la mirada y lentamente la levantaba. Cuando el bus llegó, resultaron sentándose uno al lado del otro. Él en el puesto que daba justo a la ventana y ella, a su lado, intentaba ver también el paisaje.

Ambos contaron porque se marchaban tan lejos, ambos tenían deseos de regresar en algún momento. Ella, guardaba en su mirada, un extraño deseo por encontrar lo que hay más allá de cada persona y él luchaba por escapar del mundo: hablaron todo el viaje.

Con cada comentario, ella reía dejando ver una sonrisa que no podía ocultarse. Él solo sonreía y con su mano frotaba su brazo insistentemente. El bus iba medio lleno. No todas las personas viajan sin rumbo claro… pero las que lo hacen, siempre llevan esa misma mirada.

El bus llegó a la última estación. Los dos últimos pasajeros que quedaban, bajaron. Ella llevaba un vestido naranja de flores, el cabello libre al viento y una maleta pequeña que podía hacer rodar por el suelo. Reconocieron un poco el lugar, sin alejarse mucho. Entonces, el bus arrancó.

Sabían ahora que debían despedirse. Su objetivo era estar solos. Sin compañía, sin el uno y sin el otro. Él levantó la mano, se despidió de esa forma. Dio media vuelta y con el morral en la espalda, se alejó. Ella tomó el camino opuesto, se adentro a lo desconocido, se hizo un moño en el pelo y continúo.

En algún momento él regreso la mirada, pero ella ya no estaba. Entonces, lamentó no haberse despedido de otra forma. En ese momento, fue lo único que se le ocurrió. Volvió a mirar hacia el frente y continúo.

Por: Julio César





El aire gélido que se filtraba por la ventana era el motivo de mi aletargo. Mi mente estaba perdida en tu recuerdo, y el, omnipresente, atacaba como vil traicionero con su llegada intempestiva pero apacible.

Mis ojos se fijaban en el paisaje transitorio que corría tras el vidrio a medio correr de la ventanilla, pero mi vista deambulaba perdida en un agujero negro al final de la galaxia de tus recuerdos.

No podía evitar sentirme atado a tu mano, mientras nuestros pies se deslizaban danzantes sobre el calicanto, la linfa de los negros esclavos y los inmensos peñascos esculpidos por el viento, esto, bajo la vigilancia cómplice de una luna sin estrellas que iluminaba nuestro sendero enrevesado y pedregoso.

Era claro que el viento que se escurría por la ventanilla de aquella buseta no era tan gélido como la sensación de tu ausencia y el estupor por tu incierto regreso: mis ojos sufrían por el destierro de tu sonrisa de su cristalino, malcriado por tus gestos complacientes y muecas insinuantes; mis labios, sedientos, deseaban saciarse en el manantial de tus labios húmedos, y mis manos, nerviosas, temblaban cuando pasaba otro sol acompañado de su luna plateada, sin dejarles caer sobre tu atavió de terciopelo.

Solo un golpe destemplado logro sacar mis pies de los peñascos; el atraco súbito de la buseta en mi morada logro desatar mi cuerpo encadenado a sus recuerdos, pero el recuerdo nunca dejo de ser traicionero como las olas pertinaces del mar de nuestros sueños.

Ricardo Contreras García


Dedicatoria: Doriani Hidalgo Marrugo




De ese rostro inundado de lágrimas quedaban pocos recuerdos, no había muchas personas que hubieran visto esos ojos húmedos y débiles ante la nostalgia. Pero yo guardaba con orgullo y sigilo uno de esos escasos recuerdos de su debilidad; yo lo vi llorar en Cartagena cuando, sin mediar palabra y con llanto derramado, había reconocido los errores de su crianza frente a mi rebelde padre; Yo había sido testigo de esa escena hermosa que denotaba el obcecado paso del tiempo y la muerte del orgullo fraudulento que había llenado de tumbas nuestro remanso.

Mi abuelo había sido un carpintero rudo y honesto que se había obsesionado con el trabajo y la procreación; desde muy temprana edad se había dedicado a la albañilería y a los oficios de la madera, esto, sin duda alguna, habría provocado su sentido de rectitud desmedida y su obsesionado amor por el arduo trajín, cosa que para sus 10 hijos (Sin contar 2 fallecidos) siempre fue un tormento, pues, al igual que él, tuvieron que hacer convivir su infancia con el trabajo forzoso y con el maltrato por su renuencia.

Pero hoy, salía tras el arco de aquella quinta a la que lo confinaron sus arremetidas, salía acompañado por enfermeras, con un paso recortado que contrastaba con el biotipo de buen caminador que siempre fue, aun vestía con nostalgia de antaño con camisa de manga larga un chaleco a rayas y un pantalón negro. Al otro lado, lo esperaba su familia que se alegraba de verlo tras algún tiempo de ausencia. Mi abuelo llego a nuestro seno, entristeció sus ojos y dejo brillar su iris, la familia comenzó a abrazarlo por turnos y el viejo, sin rencores, respondía gratamente los afectos: acariciaba rostros, mostraba su sonrisa cancina y hasta bailaba con un saltadito boyacense que me hacia recordar a mi padre.

Era claro que el tiempo había hecho su efecto incuestionable; las manos que antes se prestaban para maltratar ahora brindaban caricias en las mejillas que antes azotaba hasta ruborizar; la boca de labios extremadamente delgados, que antes reprendía sin justas razones, hoy decía, sin remordimientos ni mentiras, sentirse orgullosa de ver a su familia reunida.

Eso fue una señal religiosa, un mensaje de un Dios anónimo que suelo desconocer. El mensaje dictaba: La cabeza sobre la que reposaban, inconformes, mi familia y todas las saetas de sus odios, ha sido derrocada por el tiempo, pero sobre ella ahora se erige, bajo el mismo nombre, una estirpe de nuevos hombres bajo el mando de la nobleza senil de mi abuelo.

Siempre he vivido con el deseo alegórico de verles juntos como una familia unida, articulada y funcional, y ahora pienso, después de tanto tiempo, que todo será posible cuando se olvide el rencor que se cultivó en el amanecer de la infancia frustrada de nuestros padres.

Aun vivo con el recuerdo latente de aquella reunión en casa del tío David, cuando en ceremonia por nuestra bienvenida se reunieron casi todos los maravillosos seres que conforman mi familia y a pesar de no poder negar la radiante pintura que adornaba aquel cuadro, he de ser sincero, ¡faltó amor! !falto fraternidad! Falto quien les guiase por el camino de los buenos frutos, pero muy a pesar del apremiante estado del tiempo siempre hay espacio para reflexionar y darle un cambio a nuestras vidas, a nuestra vida como familia, debe ser el tiempo del cambio, hay que seguir el ejemplo de nuestro abuelo y padre, no solo para cumplir mi sueño egoísta, sino también para darle la oportunidad a nuestros hijos de crecer en el seno de una familia maravillosa.

“El tiempo ha hecho su efecto en el cambio paulatino de las cosas. Todo habrá de mejorar”


Ricardo Contreras García

Pd: En dedicatoria a mi familia bogotana, a quien aprecio en unidad y en dispersión de manera incondicional, ¡Gracias!



" Tambien tu, y yo... en algun lugar. En este lugar... "

Regresó hecho pedazos, lo que quedaba de Patricio, era una turba de pensamientos y un sin fin de emociones que nada tenían que ver con su tortura. Miró levemente, por encima del hombro, como siempre había hecho, pero no produjo el mismo efecto, en definitiva había sido patético. En los ojos de la gente solo vio lastima.

Su andar era trémulo, sin aspavientos y sin sentido. En ese instante de su vida nada era tan importante como terminar de llegar vivo. Lo esperaba alguien, que a diferencia de la que esperaba a Ulises, prefirió esperar con un nuevo amor y con un nuevo hijo. A Patricio, lo esperaba una realidad que difería de la que había dejado.

Cuando abrió la puerta de su casa, el cuadro que formaban los que estaban en el interior le dio una bofetada que rompió sus sentidos. Sus latidos se aceleraron y su mirada se nublo, como un cielo que en pleno invierno nunca permite el paso de los rayos del sol. De su hogar nada quedaba, su rastro era imperceptible en mitad de aquel lugar.

Se sintió borrado, ya no había un lugar para él en este mundo. Eso que le había dicho aquel anciano en el desierto, era falso. No todos tenían un lugar, por lo menos el no. Había recorrido cientos de kilómetros para reencontrase con los que quería, pero ellos ya tenían una vida, una nueva vida sin él, por lo visto el era solo un recuerdo.

Dio marcha atrás, y decidido a marcharse, notó que a lo lejos un jovencito se acercaba. Vio en aquel joven, la mirada que un día tuvo, antes de la guerra. Antes de marcharse. Patricio, recordó que el día que Colombia entro en estado de guerra, él no lo pensó dos veces para tomar el fusil.

Entonces, se acerco a aquel jovencito de unos 14 años y le pregunto su nombre. Con la mirada por encima del hombro, y con toda la fuerza que podía expresar con sus ojos, le dijo: patricio. Los ojos del hombre, de unos 40 años quedaron perdidos en el rostro del muchacho.

El joven, con temor, quiso alejarse. Pero patricio, con toda la debilidad que tenia le dijo:
- Conocí a tu padre, y me dijo que te dijera que en todo momento te tuvo presente. Que jamás se olvido de ti, que eres su orgullo…
- ¿Conoció a mi padre?- pregunto el muchacho
- De toda la vida- le dio un fuerte abrazo y prometió volver a visitarlo. Luego, se alejo con la mirada de aquel joven detrás de él.

El joven, entro a su casa y no contó nada a nadie, se encerró en su cuarto, busco las fotos familiares y en una de tantas, vio a aquel hombre con un bebe en brazos. El bebé era él y el hombre era su padre. Con la foto entre sus manos, no pudo evitar sentir esa sensación rara de nada y todo junto. Por que en algún lugar su padre había estado y él lo creía sin vida. Ahora esperaría su regreso, a ese lugar, a su lugar.

Por: julio cesar.