" - tu me caes bien, no se porque... - dijo, mientras entraba al salón"
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Doriani Hidalgo Marrugo
El aire gélido que se filtraba por la ventana era el motivo de mi aletargo. Mi mente estaba perdida en tu recuerdo, y el, omnipresente, atacaba como vil traicionero con su llegada intempestiva pero apacible.
Mis ojos se fijaban en el paisaje transitorio que corría tras el vidrio a medio correr de la ventanilla, pero mi vista deambulaba perdida en un agujero negro al final de la galaxia de tus recuerdos.
No podía evitar sentirme atado a tu mano, mientras nuestros pies se deslizaban danzantes sobre el calicanto, la linfa de los negros esclavos y los inmensos peñascos esculpidos por el viento, esto, bajo la vigilancia cómplice de una luna sin estrellas que iluminaba nuestro sendero enrevesado y pedregoso.
Era claro que el viento que se escurría por la ventanilla de aquella buseta no era tan gélido como la sensación de tu ausencia y el estupor por tu incierto regreso: mis ojos sufrían por el destierro de tu sonrisa de su cristalino, malcriado por tus gestos complacientes y muecas insinuantes; mis labios, sedientos, deseaban saciarse en el manantial de tus labios húmedos, y mis manos, nerviosas, temblaban cuando pasaba otro sol acompañado de su luna plateada, sin dejarles caer sobre tu atavió de terciopelo.
Solo un golpe destemplado logro sacar mis pies de los peñascos; el atraco súbito de la buseta en mi morada logro desatar mi cuerpo encadenado a sus recuerdos, pero el recuerdo nunca dejo de ser traicionero como las olas pertinaces del mar de nuestros sueños.
Ricardo Contreras García
Dedicatoria: Doriani Hidalgo Marrugo
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Mi abuelo había sido un carpintero rudo y honesto que se había obsesionado con el trabajo y la procreación; desde muy temprana edad se había dedicado a la albañilería y a los oficios de la madera, esto, sin duda alguna, habría provocado su sentido de rectitud desmedida y su obsesionado amor por el arduo trajín, cosa que para sus 10 hijos (Sin contar 2 fallecidos) siempre fue un tormento, pues, al igual que él, tuvieron que hacer convivir su infancia con el trabajo forzoso y con el maltrato por su renuencia.
Pero hoy, salía tras el arco de aquella quinta a la que lo confinaron sus arremetidas, salía acompañado por enfermeras, con un paso recortado que contrastaba con el biotipo de buen caminador que siempre fue, aun vestía con nostalgia de antaño con camisa de manga larga un chaleco a rayas y un pantalón negro. Al otro lado, lo esperaba su familia que se alegraba de verlo tras algún tiempo de ausencia. Mi abuelo llego a nuestro seno, entristeció sus ojos y dejo brillar su iris, la familia comenzó a abrazarlo por turnos y el viejo, sin rencores, respondía gratamente los afectos: acariciaba rostros, mostraba su sonrisa cancina y hasta bailaba con un saltadito boyacense que me hacia recordar a mi padre.
Era claro que el tiempo había hecho su efecto incuestionable; las manos que antes se prestaban para maltratar ahora brindaban caricias en las mejillas que antes azotaba hasta ruborizar; la boca de labios extremadamente delgados, que antes reprendía sin justas razones, hoy decía, sin remordimientos ni mentiras, sentirse orgullosa de ver a su familia reunida.
Eso fue una señal religiosa, un mensaje de un Dios anónimo que suelo desconocer. El mensaje dictaba: La cabeza sobre la que reposaban, inconformes, mi familia y todas las saetas de sus odios, ha sido derrocada por el tiempo, pero sobre ella ahora se erige, bajo el mismo nombre, una estirpe de nuevos hombres bajo el mando de la nobleza senil de mi abuelo.
Siempre he vivido con el deseo alegórico de verles juntos como una familia unida, articulada y funcional, y ahora pienso, después de tanto tiempo, que todo será posible cuando se olvide el rencor que se cultivó en el amanecer de la infancia frustrada de nuestros padres.
Aun vivo con el recuerdo latente de aquella reunión en casa del tío David, cuando en ceremonia por nuestra bienvenida se reunieron casi todos los maravillosos seres que conforman mi familia y a pesar de no poder negar la radiante pintura que adornaba aquel cuadro, he de ser sincero, ¡faltó amor! !falto fraternidad! Falto quien les guiase por el camino de los buenos frutos, pero muy a pesar del apremiante estado del tiempo siempre hay espacio para reflexionar y darle un cambio a nuestras vidas, a nuestra vida como familia, debe ser el tiempo del cambio, hay que seguir el ejemplo de nuestro abuelo y padre, no solo para cumplir mi sueño egoísta, sino también para darle la oportunidad a nuestros hijos de crecer en el seno de una familia maravillosa.
“El tiempo ha hecho su efecto en el cambio paulatino de las cosas. Todo habrá de mejorar”
Ricardo Contreras García
Pd: En dedicatoria a mi familia bogotana, a quien aprecio en unidad y en dispersión de manera incondicional, ¡Gracias!
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- Conocí a tu padre, y me dijo que te dijera que en todo momento te tuvo presente. Que jamás se olvido de ti, que eres su orgullo…
- ¿Conoció a mi padre?- pregunto el muchacho
- De toda la vida- le dio un fuerte abrazo y prometió volver a visitarlo. Luego, se alejo con la mirada de aquel joven detrás de él.