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Se miraba ojeando su vestuario mientras pensaba “¡no vestir con rimbombancias!”, esa parecía ser la premisa de su ajuar; una blusa blanca un poco rasgada, un pantalón que en su comienzo debió ser negro, desteñido quizás por el efecto del cloro, unas sandalias magulladas y mohosas, lo confirmaban.

Hilda García Fernández, a quien le fue designado el abastecimiento de la alacena y la nevera de su casa, desde su regreso obligado de San Andrés, bajaba las escaleras con afán, mientras cruzaba la terraza de su casa miraba su reloj – siete en punto, ¡es tarde!- fue su apunte antes de salir, bajó hasta la avenida con premura, se monto en una buseta de “BOSQUE” y esperó hasta llegar a su destino.

15 minutos después llegaba a su cita quincenal, un poco más tarde de lo acostumbrado. El mercado de Bazurto la recibía con su tráfico agobiante, su multitud de masas y su colorida exposición de letreros y paraguas de vendedores ambulantes.

Después de lograr penetrar la cortina de carros que se dirigen hacia el Centro de la ciudad, se dispone a hacer lo suyo, avanza por calles en pedregadas y estrechas hasta llegar al lugar donde se ubican los vendedores informales, ahí se yerguen mesones de concreto que ostentan su abundancia de verduras: tomates, pimentones, habichuelas y demás…

- ¡hay que ponerse pilas! – dice murmurando Hilda, abalanzándose sobre la multitud, perdiéndose en esa mezcla heterogénea de clases. Su primera cita es en el sector de los Mayorista, una tienda que lleva por nombre “Guillermo Ramírez” y es atendida por su dueño, un señor alto, grueso, de tez clara y cabello liso, quien es también propietario de Megatienda, que es un conocido depósito de mercancías que funciona en un local ubicado al final de la avenida Crisanto Luque.

Hilda, cliente asidua, lo saluda y procede a comprar los víveres necesarios: arroz, leche en polvo, chocolate, frijol y otros.

- ¿Me hace el favor y me empaca esto y me lo guarda mientras vengo de comprar los vegetales?- pregunta Hilda acabando de pedir lo que necesitaba.

- ¡Claro! – Responde Guillermo muy amablemente mientras llama a un joven que pasa por el frente de su local – ¡Chino! ¡Chino! Ven acá… acompaña a la señora para que le guardes lo que vaya a comprar en la canasta- “El chino”, quien se dedicaba a acompañar y facilitar la movilización de lo adquirido, asintió con la cabeza y se dispuso a ayudar.

Hilda se enfilo hacia los vegetales, directo hacia donde Efraín, su acostumbrado lugar de compras.

“El chino”, mientras maneja su destartalado carrito sobre los pedregales arenosos del mercado para dirigirse al puesto de vegetales, cuenta detalles de su vida, parece ser bastante conversador. Él, un joven de más o menos 20 años, rasgos indígenas y estatura media, además, viste de pantaloneta, suéter y chancletas, es quien se dedica a trasportar las compras de los demás, vive total y exclusivamente de eso.

Después de encontrar el puesto de “Don Efraín” , Hilda procede a comprar los vegetales que su mama le pidió, mientras que el “El chino” corre tras su sombra cumpliendo con su trabajo.

Efraín, por su parte, es un hombre gordo, bajito y moreno, que con el fruto de su trabajo puso a estudiar a todos sus hijos, es además, un hombre atento que denota poca educación, pero su esfuerzo lo ha llevado a tener una vida estable.

Hilda mientras tanto, toma lo necesario: tomates, cebollas, apio, mientras escucha con detalle la conversación del “viejo Efraín”, habla con orgullo de su vida y de su trabajo, tal como si estuviera dando lecciones a sus pasajeros visitantes.

Cometidas todas sus misiones llega el momento de irse, Hilda llama al “Chino” para informársele, “El chino” lleva todo lo comprado al mayorista, Don Guillermo termina de empacar todo, luego de empacado le es devuelto al “Chino” para que la cargue en su carrito hasta el punto de partida de Hilda.

Pero antes, Hilda decide dar una vuelta por la zona de las carnes, se acerca interesada al costado de una vendedora, quien le propone 1 kilo en 13 mil pesos, Hilda se emociona pero debió percatarse que ya no tenia dinero, mas sin embargo, luego, y aun en compañía del “chino”, se aproxima nuevamente interesada al puesto de un señor moreno y desgarbado, quien parecía distraído, que vende vasijas y abarcas artesanales traídas de Corozal, Hilda pregunta por las vasijas y luego da la vuelta para marcharse sin darse cuenta que a su lado le esperaba un hombre “malacaroso”, con harapos y un par de cuchillos en la mano.

- Ay doñita, yo prefiero hacer esto que robar. Deme lo que quiera por este cuchillo- dijo el extraño mientras desenfundaba uno de los cuchillos que cargaba.

Doña Hilda se sobresaltó, llevó su mano al bolsillo y le dio cuatro mil pesos; tomo el cuchillo, lo guardó en una bolsa y espero paciente mientras el hombre se desaparecía en la multitud, fue ahí cuando decidió retomar los caminos que la dirigirían a casa.En camino hacia la avenida, “el chino” seguía hablando, Hilda vio una cara conocida, levanto su mano para saludar y esbozo una sonrisa. Luego volvió a llevar su mano al bolsillo, saco un billete de 2 mil y se los entrego al “chino” por su colaboración, el “chino” agradeció, sin ver el billete lo envió al bolsillo de su pantaloneta mientras seguía su camino, ambos caminaron hasta despedirse, un adiós bastó para detener las interminables historias del “chino”, Hilda partió para volver dentro de 15 días y repetir su odisea.

2 Sententias:

  1. pintas a cronista...

  1. amiga a mi me huele que sip jajajaj
    amigo eso lo hiciste tu mmmmmmmmmm ? jajajajja
    te amoooooooooo