Tal parece que en Colombia creer es la fe de los tontos, es casi un absurdo e innecesario adorno que poco aporta, y hoy, por si fuera poco, resulta ser un delito penal sobre estimado.
Me refiero, entonces, a la medida del ente regidor del futbol en Colombia, Dimayor, que en su régimen autocrático determino prohibir el ingreso de prendas alusivas al equipo visitante a los estadios del país; además, determino darle el status a las barras de “terroristas” y por tanto de “beligerantes”, estableciendo, además, penas y altas sanciones para los infractores de la ley.
Pero, eso no parece otra cosa que aquella escena domestica donde el perro gasta algún tiempo intentando morder su cola sin obtener nada a cambio, pues dichas medidas parecen ser mas represivas, beligerantes, terroristas e incendiarias que cualquier colectivo barrista, por su alto contenido anti legislativo, que, entre otros, resultan ser por ejemplo el derecho al libre desarrollo de la personalidad; la libertad de conciencia y expresión; además del derecho a la libre movilidad. Esto, teniendo en cuenta el ente que determino dichas medidas, sugiere además que fue una extralimitación del organismo, superando la jurisdicción que le corresponde, y la jurisdicción legislativa de entes territoriales.
La Dimayor, por su parte, justificara sus actos en la noción radical inglesa, que tras medidas del mismo corte supone haber acabado, tras largos años de lucha, con la beligerancia de los hooligans, aumentando en un trescientos porciento el costo del ingreso a los estadios. Pero entonces será momento de preguntar ¿a que precio sucedió todo eso? ¿Sera, entonces, que tendremos que pagar el precio europeo a costas de la exclusión del pueblo? Pues bien… todo parece apuntar a la inminente privatización del espectáculo, porque no solo resulta ser una salida fácil y económica de acabar con la “beligerancia” barrista, sino que además es lo que se espera siempre de las autocracias monárquicas. En cuanto al status conferido por la Dimayor de “terroristas”, no solo flagela el derecho al bueno nombre de individuos que conforman el colectivo, sino que además hace de los barristas un blanco fácil tanto para la animadversión de sus particulares, como para individuos interesados en perjudicar el orden y la armonía de los espectáculos.
Esto, entonces, no es otra cosa que una sanción para soñadores y fervorosos creyentes a la fe del futbol, pues parece que desde la platea oriental en sombra y silla numerada, no se alcanza a sentir el fervor ardiente de la sangre roja que corre por venas de hombres comunes; el cálido contacto con el colectivo y el siempre envolvente sonido de los cantos y sus bombos… por tal motivo que siempre queda presente cuestionarse acerca de ¿que será de nuestro futuro? ¿Se plagaran los estadios con gente de sangre azul? ¿Lograran callar el colectivo funcional y estructural? Lo único que ha quedado claro es que en Colombia la Fe no es cuestión del pueblo, y creer es un castigo anunciado y pagado en celdas de acero.
Ricardo Contreras García