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" De la nada llegó el deseo de los dioses... como una fuerza que nada ni nadie podia detener... sopló fuerte el viento... haciendo la voluntad de aquellos..."

La delicada apariencia de Efraín, no iba bien con su voz tosca y un tanto misteriosa. Sus casi dos metros, le producían muchas incomodidades. Todo estaba hecho para gente de menor estatura que el. Sus zapatos, eran otro martirio.

Los ojos de luisa nunca habían sido muy buenos. A su edad, tenía la vista de una mujer de 90 años. Sus lentes, enormes y con gran aumento, restaban belleza a su mirada, que era dulce y profunda. Sin sus gafas, no era capaz de dar un solo paso dentro de su casa.

Esa tarde, el viento soplaba de forma extraña. Como una fuerza especial. No lastimaba. Su toque era una caricia cristalizada en la epidermis de cualquiera. Su susurro, era la melodía del canto de seres que nadie podía ver.

Luisa, atesoraba desde sus 12 años, un pañuelo azul agua marina que le había dado un niño un tanto enfermizo para que secara su sangre. Pues, una pelota había dado justo en el blanco y su nariz, no era muy fuerte. Lo sacó de su bolsillo por un momento para limpiar sus gafas. Se detuvo en mitad de la calle que daba al parque, y más tardo en sacarlo que el viento en llevárselo enredado entre sus brazos.

Efraín, desde que tenía 14 años solía utilizar los mismos pañuelos de color azul aguamarina. Los blancos le daban la impresión de ser poco agradables y muy simples para él. Entonces, prefirió darles personalidad con aquel color.

Aquel día, cuando estaba sentado justo en la banca principal del parque, vio venir hacia él, como en una ilusión, un pañuelo parecido a los que el utilizaba. Solo que en uno de sus costados tenía una mancha café, como de sangre.

Se levantó para atraparlo. Pero el viento en uno de sus juegos, lo arrojó más abajo de lo que Efraín había previsto. Tuvo que agacharse en un movimiento brusco y se encontró frente a frente con luisa, quien cayó al suelo.

En ese momento, una pelota cayó justo en la nariz de ella, y no tardo en sangrar. Sus gafas, estaban desacomodadas. Él la ayudo a levantar, ante los ojos de los curiosos. Ella acomodó rápidamente sus enormes gafas. Efraín, tomó entre sus manos su pañuelo azul aguamarina y secó suavemente la sangre de luisa.

Ella lo vio a los ojos, vio el pañuelo y sonrió. El viento sopló por última vez. La gente dejó de curiosear. Solo quedaron ellos dos. Ella parecía una muñeca ante él. Luisa solo media poco mas de 1.60 y aunque contaba con la ayuda de sus zapatos de tacón de 15 centímetros, aun se veía un tanto indefensa.

Ya sentados en la banca, se reconocieron el uno y el otro. El recordó los lazos purpuras de luisa y ella, las medias de colores de Efraín. Luego de un silencio vago retomaron la conversación.

- Y qué te trajo hasta este parque?- preguntó Efraín.

- El viento… el me arrebato de las manos el pañuelo – repuso luisa, luego continuó - ¿y a ti?

- El viento… venia huyendo de los sucios que siempre me caen en los ojos.

- Entonces, todo es culpa del viento…

- Así parece – dijo él, entre risas.

Luisa, agacho un poco su cuerpo y recuperó de la hierba el pañuelo manchado con la sangre. Ahora, eran dos encuentros, dos pañuelos, dos personas y el viento.


por: JulioCesar


2 Sententias:

  1. mmm buen cambio de imagen...

  1. Muy lindo..!! Espero que el viento no los separe