La lana con la que la ceiba bonga tapizo el arenal, cedió su paso a nuestro camino, dejando una trocha indeleble que no seso su existencia ni en el invierno de lluvias recalcitrantes. El diván deshecho, que cargo en su lomo nuestros cuerpos débiles de placer, tiene dibujado en su paño la evidencia nostálgica de nuestros mejores días.
Y ahora tu soledad. Maldita soledad que has allanado mi alma con tanta insistencia. Tu que has acabado mi voluntad, de por si, marchita. Que confabulaste en el timo de mi suerte y que sin escrúpulos robaste mi alegría. Esperas que la sicaria muerte ultime tu suplicio prolongado y que el incienso humeante ahuyente las lágrimas de mis exiguos dolientes.
Dejaras mi lapida sin arado de mona y cincel y mi cajón en un baldío terreno a las afueras de la nada, pero jamás conseguirás de mi una rendición humillante. Mi espada permanecerá en su funda y mis labios viudos con soberbia atados a la esperanza de tu ocaso; soledad.
Y ahora tu soledad. Maldita soledad que has allanado mi alma con tanta insistencia. Tu que has acabado mi voluntad, de por si, marchita. Que confabulaste en el timo de mi suerte y que sin escrúpulos robaste mi alegría. Esperas que la sicaria muerte ultime tu suplicio prolongado y que el incienso humeante ahuyente las lágrimas de mis exiguos dolientes.
Dejaras mi lapida sin arado de mona y cincel y mi cajón en un baldío terreno a las afueras de la nada, pero jamás conseguirás de mi una rendición humillante. Mi espada permanecerá en su funda y mis labios viudos con soberbia atados a la esperanza de tu ocaso; soledad.
Ricardo Contreras García
20 de septiembre de 2009, 19:44
Me parece algo trágico el escrito, pero no está mal. Esperemos que al protagonista, sea quien sea, le cambie el semblante y el puño para que escriba algo más alegre...