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A proposito del cumpleaños de mi barrio...

 

Aquel día del 79 nada era mas importante aquel encuentro, la multitud se agolpaba alrededor de los televisores para avistar el esperado enfrentamiento por el titulo entre Pambele, el hijo de la casa chambaculera, quien defendía su titulo y Freizer “Pepermint”, el panameño, sediento de revancha y venganza.

La señora Hilda Fernández, esposa de un marinero, Rafael García, y dueña del único televisor a blanco y negro de la cuadra del Paraguay, popular barrio de Cartagena, ofrecía su casa para ser anfitriona, para el barrio, del magno evento mundial de pugilismo. Su televisor, traído en alguno de los tantos viajes de su esposo al norte de América, media de ancho, un poco más de un metro y medio, por un metro casi exacto de altura; este, a partir de su llegada, marco una etapa de integración popular del barrio.



Y Así fue como, para el comienzo del espectáculo, se improvisaron sillas en los marcos abarrotados de las ventanas, en las baldosas veteadas de la casa,  en los brazos de las sillas y en las piernas ajenas de algún desconocido; la gente, que vivía estuporosa, no articulaba palabra triunfal alguna, por aquello de las cábalas y la desilusión, eterna compañera de aquella pequeña patria.

El duelo comenzó con un cruce de golpes que iban y venían: “kid” Pambele proponía una pelea abierta y veloz, mientras que el panameño lo esperaba; la gente agolpada e incomoda no hacia cesar el silencio estuporoso. Solo el traqueteo de la campana apabullaba el nervio colectivo y hacia secar las manos húmedas de aquellos distantes concurrentes, para convertirlo en verbena y murmullos estruendosos.  

 En alguno de esos estruendosos finales de round, se alzo una voz sabedora que causo silencio, el hombre anónimo pero sapiente, decía a modo de anécdota, que había una estrecha relación entre Pambele y Freizer y  que incluso habían vivido juntos en Caracas antes de la pelea del panameño contra el “guacharaco” Viera, en una pensión de huéspedes, donde posteriormente Pambele se había quedado radicado por algún tiempo.  

Para el comienzo del cuarto asalto el silencio nuevamente se apoderaba de aquella sala estrecha, algunos personajes, desde el piso, solo apuntaban a hacer comentarios de las veces que vieron a Pambele vendiendo cigarrillos de contrabando o embolando zapatos en Chambacu.

Al final, cuando la campanilla estaba a punto de ser zarandeada, Pambele amago con la izquierda y se abalanzo con furia sobre la ceja izquierda del panameño haciéndolo desplomar sobre la lona con una herida profunda por la que comenzaba a gotear sangre; la gente se paraba gloriosa de sus asientos y se abrazaba entre sollozos y algarabías; los malos olores causados por la abundante exudación que producía el nervio no pareció importar en aquel intercambio libertino de afecto.

Luego, la alegría continuaba: Pambele se dedicaba a “trabajar” la ceja herida de su contrincante con una marcha veloz, difícil de contener.


 En el quinto asalto, dejando atrás un par de arremetidas feroces de Pambele que habían dejado por saldo otros dos aparatosos desplomes, Pambele amago nuevamente por la izquierda y salió con furor por la derecha, abalanzando su puño macizo, que no pidió permiso, para plantarse sobre la ceja castigada de su par; Freizer “Pepermint” cayo vencido y la gente que en aquellos minutos postrimeros se había acercado al televisor, se levanto con una violencia apacible y se unió e un abrazo fraterno, eran todos una masa contagiada por un fin común; eran todos una masa heterogénea pero aunada por el fervor que producía aquel deporte fértil.



Ricardo Contreras García


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