Era vísperas de nuevo año, se avecinada entonces el dos mil treinta, era tecnológica del mundo, con sus esperpentos robóticos y su masa social cada ves mas inmóvil.
El mundo, permeado por la globalización, producto del desarrollo abrupto de la tecnología, dejo que sus recovemos y buhardillas mas ignoradas fuesen ahora victimas del abuso de las maquinas.
Incluso en china, país que se acogió al calendario gregoriano, ha determinado que este año en su rada todo tendrá el nombre de Hacker, uno de esos robots que ahora reemplaza a los dragones y demonios carnavalescos de prácticas milenarias.
En algún lugar de ese mundo, ahora homogéneo, cuyo sitio especifico no vale la pena nombrar, Alberto, dueño del ultimo gimnasio del universo, limpiaba nostálgico su magullado banco de pectorales: lo limpiaba por hacer algo; por no morir quieto, pues hacia ya un año que no se asomaba un alma por aquel sitio muerto.
El brillo nostálgico en sus ojos solo se apago cuando una figura se pozo en la puerta obstruyendo el paso del sol que ya se ocultaba para ceder su turno a la noche.
El hombre delgado que intervino en las nostalgias de Alberto, camino pausado y dubitativo mientras observaba con cuidado todos los rincones del gimnasio.
- Ya voy a cerrar!! - Decía Alberto no muy convencido.
- Déjeme hacer la rutina de pecho, le prometo no demorarme – respondió la intrigante figura que no perdía detalle.
Alberto no dudo en convencerse pues la vida, en esos momentos trágicos de mundo, era algo que lo conmovía desmesuradamente.
- Que le trae por acá buen hombre - Preguntaba Alberto para romper el hielo.
- Me trae recuerdos; no es la primera vez que vengo – respondía aun dubitativo el hombre extraño - He venido desde que tengo doce años, mis amigos acostumbraban venir después de la escuela y hacían sus rutinas acompañadas de charlas detectivescas que buscaba siempre el brazo hinchado de anabólicos de algún mentiroso o le inventaban sidas a quienes dejaban de cargar pesas y luego se veían lánguidos por las calles; o mejor aun, no hubo bochinche del barrio que no caminara por este pasillo ancho. Ja ja ja…
- ¿Y que paso con tus amigos? – Volvió a preguntar Alberto ahora mas intrigado que nunca.
- Bueno… ¿viste como se desaparecieron los mayas? Ja ja ja ja… así mismo fue, un día dejaron de entrenarse, cada vez fuimos menos, hasta que no quedo una sola de las almas alegres que copo este salón.
Desde el norte llego esa tromba tecnológica y luego nadie salía de sus casas por andar distraídos con tanto aparato.
Ahora solo el wisky hace mover sus brazos biónicos; brazos que ahora se exhiben con orgullo protegidos por telas tatuadas de tecnología Dry-fit.
- Si, yo también extraño aquellas épocas en las que este negocio aun me alcanzaba para vivir. También he extrañado a mis amigos.
Habiendo terminado Alberto, el desconocido se acostó sobre la delgada cama para pecho y alzo tembloroso veinte libras sobre su pectoral. El hombre sintiendo su vergüenza dejo caer la pesa sobre su sitio y se dispuso a explicar.
- ¿Ves aquel rincón?- Preguntaba el visitante señalando una esquina del lugar.
- Si claro!! – asentía Alberto.
- Pues veras… ahí me reunía con mis amigos del cole… éramos 5, como los fantásticos; uno murió de manera extraña, cayendo en un simulador de jumping, el segundo es ahora un esclavo de su ostentosa casa de computadoras humanoides; el tercero es un vegetal, su familia se consuela sabiendo que entre estar así y estar consiente no hay ninguna diferencia; y el cuarto es ahora el frustrado dueño de un gimnasio. El único del universo. Quien muy seguramente, como todos por acá, no recordara mi nombre, así que creo que es mejor reservarlo.
Alberto seguía desconcertado, pero ahora entendía las razones de su visitante para ir a verle, de manera que decidió seguir la corriente de sus aguas mansas.
- es una total desgracia lo que ha ocurrido contigo. Tu pasado y tus amigos. Pero la nostalgia no viene sola, siempre viene trepada de alguna ventisca que ahueca el alma.
Pero… me has hablado de cinco y solo he escuchado de cuatro… ¿y tu? Cuéntame de ti
- ¿Yo? - respondía el visitante con su cabeza agachada y perdida en la tristeza- yo tengo cáncer y pensé que recordar me haría bien…
Alberto se sorprendió ante la respuesta de su visitante y lo dejo pasar para irse presuroso. Nunca mas le volvió a ver, jamás se entero de su muerte ni exequias, mucho menos supo algo de su familia de exiguos dolientes, pues en este país ya ni los chismes de barrio se murmuran.