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Cuando volví a casa pensé haberme equivocado. La cama estaba meticulosamente ubicada entre las baldosas del centro, ni una mas ni una menos; las cortinas abiertas y ajustadas con cinta; la ropa en orden alfabético sobre un perchero, la pared pintada de un rosa pastelero y el sucio, con las guitarras, debajo de la cama, perfectamente acomodada.

-¿En que momento sucedió todo esto?- 

-Justo al rato en que te fuiste- respondía sin despeinarse, mientras miraba su revista de 6 hojas - este cuarto estaba deshecho, como tu vida- decía en tono rotundo.

Yo que por insomnio no acostumbraba a usar la cama empecé a usarla a menudo y ahí encontrábamos las razones para estar juntos y las mías por sentirme a gusto. Las paredes de a poco se llenaban con retratos de risas fingidas y rosas que las custodiaban con furia; paso de ser el lugar de las manchas de mil rostros a ser un repertorio de un recuerdo que por fugaz necesitaba de marcos de madera y un pobre papel sensible que, siendo sensato, era inocente. La cama estrecha, para el sexo, uno arriba y otro abajo, era perfecta, ambos tambaleábamos sobre el hilo hasta encontrar en el extremo el vacío y el vértigo en el vientre, sin embargo, para dormir, uno al hombro del otro, me asfixiaba que su nariz me robara el aire. A las tres me rodaba con cuidado hasta poder dormir en el suelo. Era la única vez en el día en que podía verla de lejos.

No solo me escapaba a las tres, también lo hacia de cuando en vez, cuando me hacia el enfermo para no asistir a la moda amatoria de sus amigas, que se casaban con cierto rigor cada fin de semana y se divorciaban al siguiente. Apenas se cerraba la puerta abría los ojos, me frotaba las manos y buscaba algo para fumar en la caleta debajo de la cama, donde si mal no recuerdo también estaba la guitarra. Un día encontré ahí una nota que decía "bye bye marihuana" y no encontré más ni el cafuche ni la campana. Como no le gustaba el paisaje de la ventana compro un afiche en papel mate.

A ella la conocí en una discoteca a la que llegue por error; en esos lugares el ruido suele prohibir la palabra por lo que el mejor argumento es el contoneo insinuante del cuerpo. Cuando la vi en una bahía el sexo llenó los silencios.

Ella era ingeniera, eso me dijo, eso creí haber escuchado, tal vez su alma lo dijo en vez de su boca y siempre cuidaba las líneas rectas y decía que le ahorraban tiempo, tiempo para nada; andaba obsesionada con ahorrar vida y para ello compraba ungüentos de miel con trébol. Alguna vez le pregunte porque y me respondió diciendo “Ya me veras sentada en un balcón, saludando a los que se ven como hormiguitas”. Era claro, tenia complejo de vitrina. En ocasiones soñaba con ovnis y contaba como, con urgencia y decisión, mandaban sus tropas, desplazadas por el vacío mineral en Neptuno, a apoderarse de la vitalidad y el caos de la Tierra.  
Mi musa, encarcelada en esa casa de barbies, debió volverse loca, cuando quiso volver a hacer música término cagando girasoles.

Una noche, a las 3, me escape de su respiración hostigante y me paré junto a la cama para verla de lejos y, digo, nunca me pareció tan fea; dormía de lado sin doblarse, parecía una regleta  sin el magenta. Tome un cuchillo, busque su centro y la mate, pensé que la muerte era merecida, tal vez la haría estar mas cerca de la perfección. Para desaparecerla espere hasta enero y por ser tan leve se la llevo el viento. Nunca nadie la extrañó.

Ahora mi cuarto esta deshecho, todo de a poco fue desapareciendo, menos la cama que aun sigue estando arreglada.


  “Porque prefiero dormir pensando en nosotros dos, que dormir con vos”
Andres Calamaro – Prefiero dormir. Álbum Honestidad Brutal Cd1.  


 Ricardo Contreras  García