Como una culebra extendida. Así se explaya la extraña y desfigurada fila de personas que se poza a las afueras de la plaza. La fila, coloreada de comienzo a fin con variados y heterogéneos ajuares donde predominan los colores vivos, se mueve al compas de los bajos ahogados por los muros del bastión rojo que se yergue a las orillas de la avenida Pedro de Heredia.
Al comienzo de la extensa fila, aplastado por el vaivén jubiloso de la abundante masa, se encuentra un joven, que espera su momento de entrar a la arena viendo con atención la boleta que dice en grande “The King of Rocha” y que exhibe el cartel de cantantes de champeta al servicio del picó.
- Erda ese es el Chawala… este es el Anne Swing… erda pero y ¿este monito quien será vale?
El, un joven de más o menos 18 años, de estatura baja y que además viste con una chamarra café de marca Adidas, es un granito de arena más en este espectáculo carnavalesco de emociones y sabores. El, al igual que todos los que esperan, solo anhela contemplar sin tapujos al coloso de rocha.
Tiempo después, el joven de chamarra caminaba casi en zancos hacia la arena. Luego de pasar los arcos de la plaza y la requisa obligada, quedó a su vista el Coloso que temblaba imponente en la mitad de la arena.
Este, un titán de más o menos 4 metros de alto y 8 de ancho, con 16 bajos y coloridas pinturas que se titulan en nombre del Rey de Rocha, es hoy, por su imponencia irradiada, el motivo de tanto jubilo.
En la arena la gente forma un alfombrado que tiembla al compas de los vaciles, perreos y espeluques que lanza el Chawala y Sobrino con su batería desde la tarima iluminada que se ubica en el medio de los bafles portentosos y vibrantes del picó.
El joven después de su inercia obligada por el impacto visual de tan magno titán, busco un espacio en la multitud y se sentó sobre un muro.
A tres metros de el, en las graderías, había un hombre tuerto de turbante rojo que bailaba empinado girando sobre sus caderas y gritando desaforado el disco de turno.
El hombre solo detuvo su baile alocado cuando desde los arcos, bajando las graderías, caminaba una mujer morena, despampanante en su contoneo de caderas al andar. El hombre del turbante detuvo su vaivén y se dedico a mirarla hasta pasar. La mujer llevaba en la parte inferior de su espalda un tatuaje que parecía una chapa de ganado bobino con el nombre de su dueño… “Mister Black”.
La mujer camino hasta la parrilla de un señor que vende chuzos. El hombre, gordo y bonachón, que bailaba con desparpajo, meneando algunos chuzos con su mano; por momentos cerraba sus ojos y descuidaba sus carnes a medio asar.
- Señor deme un chuzo… ¡Señor un chuzo por favor! Mmjum este man no escucha mi vale… ¡Señor un chuzo por favor!
- ¿ah? ¿ Ah? ¡Haa! Si claro doñita con mucho gusto.
El hombre entrego el chuzo a la morena, mientras observaba con humor la cantidad de personas que se amontonaban como pirañas hambrientas en las chazas que expendían licores: Club Colombia, Ron Medellin y Old Parr eran algunas de las botellas que se veían salir de ahí.
También debió mirar a un joven embriagado que bailaba como poseído por sus antepasados indígenas: Recargaba todo su cuerpo sobre uno solo de sus pies y brincaba mientras movía sus brazos con libertad, parecía ejecutar un ritual ancestral.
Pero, aun en su muro donde permanecía estático, el joven de la chamarra café seguía hipnotizado con la opulencia del Titan de Rocha, al parecer había venido solo a verle…
A las afueras, detrás de los arcos de la plaza, la fila, cual culebra, se dejaba crecer con el tiempo, seguía siendo carnavalesca y festiva: un fiel retrato de la cultura cartagenera.
Nada había cambiado, solo el había mutado en su estado de viajero. Aun guardaba intacta su chamarra café pero no cabía duda, había mutado. En su cambio mutante se había quedado embelesado viendo erguida a esa bestia tecnológica al servicio de la cultura.
Al comienzo de la extensa fila, aplastado por el vaivén jubiloso de la abundante masa, se encuentra un joven, que espera su momento de entrar a la arena viendo con atención la boleta que dice en grande “The King of Rocha” y que exhibe el cartel de cantantes de champeta al servicio del picó.
- Erda ese es el Chawala… este es el Anne Swing… erda pero y ¿este monito quien será vale?
El, un joven de más o menos 18 años, de estatura baja y que además viste con una chamarra café de marca Adidas, es un granito de arena más en este espectáculo carnavalesco de emociones y sabores. El, al igual que todos los que esperan, solo anhela contemplar sin tapujos al coloso de rocha.
Tiempo después, el joven de chamarra caminaba casi en zancos hacia la arena. Luego de pasar los arcos de la plaza y la requisa obligada, quedó a su vista el Coloso que temblaba imponente en la mitad de la arena.
Este, un titán de más o menos 4 metros de alto y 8 de ancho, con 16 bajos y coloridas pinturas que se titulan en nombre del Rey de Rocha, es hoy, por su imponencia irradiada, el motivo de tanto jubilo.
En la arena la gente forma un alfombrado que tiembla al compas de los vaciles, perreos y espeluques que lanza el Chawala y Sobrino con su batería desde la tarima iluminada que se ubica en el medio de los bafles portentosos y vibrantes del picó.
El joven después de su inercia obligada por el impacto visual de tan magno titán, busco un espacio en la multitud y se sentó sobre un muro.
A tres metros de el, en las graderías, había un hombre tuerto de turbante rojo que bailaba empinado girando sobre sus caderas y gritando desaforado el disco de turno.
El hombre solo detuvo su baile alocado cuando desde los arcos, bajando las graderías, caminaba una mujer morena, despampanante en su contoneo de caderas al andar. El hombre del turbante detuvo su vaivén y se dedico a mirarla hasta pasar. La mujer llevaba en la parte inferior de su espalda un tatuaje que parecía una chapa de ganado bobino con el nombre de su dueño… “Mister Black”.
La mujer camino hasta la parrilla de un señor que vende chuzos. El hombre, gordo y bonachón, que bailaba con desparpajo, meneando algunos chuzos con su mano; por momentos cerraba sus ojos y descuidaba sus carnes a medio asar.
- Señor deme un chuzo… ¡Señor un chuzo por favor! Mmjum este man no escucha mi vale… ¡Señor un chuzo por favor!
- ¿ah? ¿ Ah? ¡Haa! Si claro doñita con mucho gusto.
El hombre entrego el chuzo a la morena, mientras observaba con humor la cantidad de personas que se amontonaban como pirañas hambrientas en las chazas que expendían licores: Club Colombia, Ron Medellin y Old Parr eran algunas de las botellas que se veían salir de ahí.
También debió mirar a un joven embriagado que bailaba como poseído por sus antepasados indígenas: Recargaba todo su cuerpo sobre uno solo de sus pies y brincaba mientras movía sus brazos con libertad, parecía ejecutar un ritual ancestral.
Pero, aun en su muro donde permanecía estático, el joven de la chamarra café seguía hipnotizado con la opulencia del Titan de Rocha, al parecer había venido solo a verle…
A las afueras, detrás de los arcos de la plaza, la fila, cual culebra, se dejaba crecer con el tiempo, seguía siendo carnavalesca y festiva: un fiel retrato de la cultura cartagenera.
Nada había cambiado, solo el había mutado en su estado de viajero. Aun guardaba intacta su chamarra café pero no cabía duda, había mutado. En su cambio mutante se había quedado embelesado viendo erguida a esa bestia tecnológica al servicio de la cultura.
Ricardo Contreras García