Hoy, hace apenas unos segundos, he encontrado sobre una mesa del segundo piso de la biblioteca Luis Enrique Borja Barón, justo antes de disponerme a leer un capitulo de Lozano López, el soldado del infortunio y la gloria, un pasquín, amarillista a simple vista, que se titula con rojo sangre “Crónica Judicial” y cuya portada carga una foto de un hombre abaleado, con un titulo espeluznante “A bala matan al Chino”.
¡He temido! Pues justo hoy había grabado una crónica del Mercado de Basurto en la que unos de sus personajes secundarios era un joven de 20 años que trabajaba transportando, en un carrito de balineras, la mercancía de algunos de los pasajeros clientes del mayorista “Guillermo Ramírez”.
¡He temido! Porque sus rasgos indígenas coinciden con los rasgos deformados del abaleado. He temido esta coincidencia, porque aun siendo apresurada, es de aquellos sucesos que suelen ocurrir en este mundo inexplicable de infortunios.
Aunque a decir verdad aun no se el porque de mi temor, quizás porque “el chino”, compañero habitual de mi madre en sus citas periódicas al mercado, me regalo desde la simpleza de su trabajo múltiples historias para narrar complejos sociales.
Quizás también he temido por mi madre, por su desolación ante lo adverso, por los recuerdos nostálgicos de aquellas historias que salían con desparpajo de su boca y ese anhelo de hacerse, con sus historias, una estrella fugaz en el pequeño firmamento de quien guiara a su antojo el camino de su carrito destartalado. Al menos mientras durara el alocado recorrido de sus pasajeros clientes.
Creo que también he temido por mi, porque desde que he descubierto mi ceguera pandémica he aprendido que todos los personajes que han desfilado por los renglones de este cuaderno han de ser ahora algo mas que simples personajes de roles… creo que ahora hacen parte de mi familia.
¡He temido! Pues justo hoy había grabado una crónica del Mercado de Basurto en la que unos de sus personajes secundarios era un joven de 20 años que trabajaba transportando, en un carrito de balineras, la mercancía de algunos de los pasajeros clientes del mayorista “Guillermo Ramírez”.
¡He temido! Porque sus rasgos indígenas coinciden con los rasgos deformados del abaleado. He temido esta coincidencia, porque aun siendo apresurada, es de aquellos sucesos que suelen ocurrir en este mundo inexplicable de infortunios.
Aunque a decir verdad aun no se el porque de mi temor, quizás porque “el chino”, compañero habitual de mi madre en sus citas periódicas al mercado, me regalo desde la simpleza de su trabajo múltiples historias para narrar complejos sociales.
Quizás también he temido por mi madre, por su desolación ante lo adverso, por los recuerdos nostálgicos de aquellas historias que salían con desparpajo de su boca y ese anhelo de hacerse, con sus historias, una estrella fugaz en el pequeño firmamento de quien guiara a su antojo el camino de su carrito destartalado. Al menos mientras durara el alocado recorrido de sus pasajeros clientes.
Creo que también he temido por mi, porque desde que he descubierto mi ceguera pandémica he aprendido que todos los personajes que han desfilado por los renglones de este cuaderno han de ser ahora algo mas que simples personajes de roles… creo que ahora hacen parte de mi familia.
Ricardo Contreras García
13 de mayo de 2009, 8:58
qué te causa la muerte amigo mío???