Yo, un ser como cualquier otro, perteneciente al común de Cartagena, sin mas proeza que existir, he dejado este testimonio como parte del saber de un colectivo.
Vivo en el barrio el Paraguay de Cartagena. Mi nombre no importa tanto como lo que deseo dejar en constancia en estos cortos renglones. Y es que en este barrio he visto cosas extrañas.
Hace poco, mientras intentaba conciliar el sueño, sentí en mi nariz un extraño olor a hoja quemada que no identifique al instante, fue hasta concentrarme que reconocí el olor del pasado.
Recordé que en una de tantas reuniones clandestinas con mis amigos del barrio, en un callejón obscuro que quedaba al final de la calle, junto a una casa abandonada derrumbada por el matorral descuidado y creciente de un terreno baldío, algún intrépido habría robado una caja de habanos para experimentar por cierta cantidad de tiempo la tan anhelada experiencia de ser adultos, pronto y con una curiosidad desmesurada el pico de un habano comenzó a dibujar en el aire una silueta designada por el poco viento que corría en aquel callejón, tiempo después el callejón estaba inundado de un olor penetrante a hoja seca quemada, ese olor que a nosotros nos supo a madurez y que además no pudo borrarse nunca mas de nuestras mentes, es el mismo olor que merodeaba mis fauces.
Ese recuerdo evocado no me permitió resistir la curiosidad. Quise saber de inmediato el nombre del osado que había merodeado mi nostalgia.
Me pare y me dirigí a la ventana, me asome y vi en la puerta de la casa de enfrente a una señora robusta de facha descuidada que se mecía suavemente en una mecedora que crujía. En su mano izquierda cargaba un tabaco, mientras que con la mano derecha cargaba tres fósforos sueltos. En el suelo, sobre una baldosa astillada había dos colillas y una caja abierta y raída con bastedad. La señora tomo de la cabeza uno de los cerillos y la aplasto contra la pared mientras hacia correr su mano para hacerle prender. Con el cerillo flameante en la mano, prendió el habano al revés, y mientras lo arrimaba a los labios comenzó a recitar…
Puro, puro, puro
Yo te conjuro por la virtud que tienes y la que Dios te dio
Te pido que penetres en el corazón de Andrés
Para que no tenga tranquilidad para comer ni para dormir
Ni para diversión alguna mientras no este a mi lado
Que no sienta placer con ninguna mujer.
¡Satanás! ¡Satanás! ¡Satanás!
¡Luzbel! ¡Luzbel! ¡Luzbel!
¡Lucifer! ¡Lucifer! ¡Lucifer!
En vos creo
Que has de traerme a Andrés humillado a mis pies
Que sueñe conmigo
Que escuche mi voz
Que el siga mis pasos
Espíritu de tres abogados
Espíritus codiciados
¡Alfiler! ¡Alfiler! ¡Alfiler!
Santa María furiosa te pidió que me lo deis
O que me lo prestéis para que penetre en el corazón de Andrés
Y no lo dejen tener tranquilidad mientras no venga humillado a mis pies
Gallo que canta
Niño que llora
Pájaro que chilla
Perro que ladra
Gato que maúlla
¡Satanás! ¡Satanás! ¡Satanás!
¡En vos creo! ¡En vos creo! ¡En vos creo!
Mi mirada atónita decidió cerrarse, mientras mis pies se marchaban arrepentidos. El sueño se escapo de mi cama y no volvió por mi desespero.
Desde esa noche he perdido mi tranquilidad. He notado que la señora robusta es visitada en las noches por hombres bien parecidos y de buen vestir a los que quizás reparte sus besos al azar y sin meditaciones consientes de sus facciones bruscas y malogradas. Parece que ese sortilegio ha servido para encontrar consortes y amores pasajeros. Pero he vivido preocupado pues mi nombre es Andrés y ha empezado a gustarme...
Ricardo Contreras García
12 de mayo de 2009, 6:32
jajajaja andres?¿?¡
bacanooo
pero a todas estas,,,quien la vieja robusta???
no me digas q es robusta en serio??'